Abandonamos poco tiempo después Turtle Cove, tras haber llenado la bodega del barco con provisiones varias. Stone parecía enojado y triste. Dio un par de instrucciones a sus oficiales y luego se encerró completamente aislado en su cabina. Mi persona quedó sola en el medio del barco mientras los demás trabajaban.
Yo no sabía cepillar el piso, arriar velas, ajustar cabos o siquiera cargar un arma. Me sentía completamente desorientado y, a la vez, inútil, subido a un barco pirata sin ser pirata.
-Correte, niño, que le haces sombra a la nave- dijo una voz a mis espaldas.
Connor, el insoportable cirujano, me miraba desde la proa, junto al timonel.
-¿No tienes trabajo que hacer?- pregunté, con un dejo de impaciencia.
-No veo a nadie herido, ¿y tú?- replicó inteligentemente.
Claro que un cirujano no tendría trabajo tras dos horas de haber zarpado, ya que no habíamos tenido tiempo de entrar en una batalla. A menos que alguien se enfermara o bebiera en exceso, el trabajo de Connor sería muy poco hasta el próximo combate. La perspectiva de un asedio me ponía nervioso pues rozaba la ilegalidad y el peligro de muerte.
-Stone me ha ordenado que cuide de ti nuevamente- lo dijo como si la mera idea le irritara- Así que trata de no meterte en problemas para hacerme la tarde más fácil.
-Lo intentaré- contesté con desgano.
-Bueno pues, apartate del camino, que los verdaderos trabajadores del barco deben pasar por ahí. ¡Ven! Te enseñaré a manejar una espada.
Y sin mediar palabra, bajó las escaleras hasta la bodega. Muy a mi pesar, lo seguí.
El lugar no había cambiado desde mi cautiverio, con la única diferencia de que no había ningún ser humano encadenado a ninguna parte.
-No necesito tu ayuda- le espete, mientras Connor movía barriles para hacernos un lugar amplio- Yo sé esgrima.
Lo cierto es que en mi entrenamiento aristocrático en Viena, había aprendido a andar a caballo, bailar, cortejar a una dama y, por sobre todo, maniobrar un arma. Lo único para objetar es que nunca había usado una espada por fuera de las clases y las pequeñas peleas de la nobleza que tenía con mis amigos de aquél entonces.
-Bien, demuéstramelo- dijo el cirujano mientras me tendía un florete liviano- Es el arma adecuada para esos bracitos.
Su burla no dejaba de ser cierta. Un florete no era tan poderoso como un sable pero aún así podía ser mortífero.
-Debo decir que así completas tu apariencia de pirata- añadió.
Era incuestionable esta afirmación. Mis ropas nobles ya habían sido abandonadas pues en el calor del Caribe resultaban insoportables. Debí reemplazarlas por un pantalón largo de lino y una camisa de algodón, bien ligeros, además de unos cómodos zapatos bajos. Me había atado el pelo, que para ese entonces había crecido mucho, y me había adornado con un simple collar de cuentas rematado en una cruz de madera que había encontrado por ahí. Mi pistola sin balas colgaba en mi cinturón y ahora tenía para añadirle una espada. Sólo me faltaba el sombrero, un loro y decir "aye" cada cinco palabras.
-Listo- dije, levantando el florete.
Cruzamos nuestras espadas y comenzamos.
Terminó más rápido de lo que esperaba, conmigo en el suelo, desarmado, y con una pequeña herida en el brazo que Connor se apresuró a curar.
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¿Qué hacía yo en el Caribe?
Ficción históricaÉsta es la historia de un comerciante austríaco que en su viaje al Caribe se ve transformado en un pirata de esos que roban pueblos, matan gente y seducen damiselas, en una forma particular. A su vez, se ve envuelto en una trama policial para descub...