La Misión

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Afortunadamente, en los días siguientes a la batalla de Río del Hacha, no divisamos más barcos de Turtle Cove que nos dieran caza. Navegamos hacia el este, alejándonos todo lo posible de la ciudad escondida. Nos detuvimos pocas veces en los puertos, la mayoría para que los hombres tuvieran un descanso y nos abasteciéramos de provisiones.

En todos los puertos, yo me dedicaba incansablemente a preguntar a todos los comerciantes, prostitutas, taberneros y oficiales de puerto si sabían algo de Stone Roberts. Cualquier información me hubiese servido para calmar mis ansias. La mayoría comentaba haber escuchado hablar de él pero pocos lo habían conocido y ninguno tenía algo relevante para decir.

No sabía realmente qué era lo que yo buscaba. Los únicos que podían ayudarme a resolver el misterio de su muerte me perseguían para darme muerte. Si tan sólo tuviera la chance de hablar con cada uno, quizás revelaría la verdad.

Fueron semanas duras. La tripulación se agitaba impacientemente a que algo pasara. Los hombres, acostumbrados a los saqueos y las batallas navales, no tenían ninguna emoción fuerte desde Río del Hacha. Yo no me sentía con voluntad suficiente como para dirigir un asalto. El tesoro menguaba día a día y yo temía por un motín a cada minuto. Me pasaba los días en el camarote del capitán, revisando documentos y mapas buscando quién sabe qué. Salía cada tanto a comprobar nuestra posición, cruzar unas palabras con Sansón sobre el estado de la tripulación y comprobar que cada uno estuviera ocupado. Si nadie tenía tiempo libre, no podrían pensar en su situación.

Connor, Arthur y Miller transcurrían gran parte de su tiempo junto a mí. Los cuatro nos habíamos vuelto indispensables para nosotros mismos. La mayoría de nuestras conversaciones giraban en torno a posibles hipótesis de quién era el asesino y cuál sería nuestro siguiente paso.

Por esos días, por nuestra cabeza rondaba la duda de si estaríamos haciendo lo correcto en seguir con esa desesperada búsqueda. Necesitábamos algo que nos ayudara a salir adelante y esa señal llegó en forma de prueba de fé.


Habíamos dejado atrás el fuerte de Santa Catalina, el último bastión español antes de una gran extensión de mar sin ningún puerto mayor al alcance. Lo único que encontraríamos serían un par de asentamientos ingleses y holandeses con poco y nada de recursos por lo cual nos abastecimos fuertemente antes de iniciar nuestra travesía hacia el norte. Mi plan aún consistía en llegar hasta La Habana por lo que íbamos en buen camino. No quisimos detenernos en Portobello, una de las dos capitales españolas del Caribe, pues uno de los miembros del Concejo la controlaba como un títere y no sería conveniente.

Aquella mañana, salí de mi camarote para comprobar el estado de la situación para así decidir cuál sería el siguiente paso. Las circunstancias no durarían mucho y si la tripulación no conseguía algo para hacer, mi cabeza colgaría del mástil antes de poder resolver el misterio de Stone.

No tuve ni tiempo de preguntar cuál era nuestra posición porque algo se agitó frenéticamente por encima mío. Nikita, el vigía, movía rápidamente los brazos en una sucesión clara: peligro. Al instante mis sentidos se agudizaron para ver el peligro. Miré a todos lados tan rápido que me dolió el cuello.

Nada.

Estaba por mandar a Nikita a limpiar la bodega cuando una luz cegadora me obligó a cerrar los ojos. Era tan intensa que me empezó a arder la cara. ¿Qué podría producir semejante lucero en plena luz del día?

Reuniendo valor, con mis manos como pararrayos, abrí los ojos para ver qué nos aguardaba, imaginando cosas terribles y solté un insulto en puro alemán. Maldito ruso, debería lavar todo el barco por su superstición.

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⏰ Última actualización: Oct 18, 2017 ⏰

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