La persecusión

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Nos tomó otro día entero volver hasta el barco pero nadie pareció molestarse. Teníamos más riqueza de la que habíamos soñado. Los cofres llenos de riqueza eran custodiados por el propio Stone y sus suboficiales para evitar cualquier malversación hasta llegar al Riso Silua Dea.

Frank nos esperaba en la cubierta, serio como siempre, mientras los demás hombres se habían tomado la libertad de descansar en la playa, bebiendo y pescando. Fred había preparado un estupendo almuerzo como si hubiese previsto que regresaríamos victorioso.

-No lo dudé un sólo momento- confesó.

Mientras su tripulación comía, Stone se encerró en su camarote a hacer cuentas con mi ayuda, ya que era el único en el barco capaz de dividir números de varias cifras. Afortunadamente, el capitán volvía a ser el mismo hombre alegre que había conocido. Reía, bromeaba y hablaba hasta por los codos con todos. En total, había tantas piezas de ocho para cada uno como para vivir lujosamente por dos años por los puertos de todo el Caribe, incluso pagando los sueldos atrasados

Aunque poco duró el almuerzo pues, mientras los hombres se disponían a descansar tras llenarse de vino y pollo, un enorme galeón atravesó el mar frente a nosotros. Inconfundible, con un esplendor digno de su porte, las velas todas izadas, los escudos pintados en el lugar correcto, la tripulación trabajando alegremente... Un pensamiento pasó por las mentes de todos. La flota del Tesoro Español navegaba ante nuestros ojos.

No hubo que mediar palabra. Con toda la rapidez posible en la época, levantamos campamento, soltamos amarras, empujamos lentamente el barco hasta el mar, izamos velas, comprobamos que todo estuviera en su sitio y nos lanzamos a la mar. Lamentablemente, el galeón era una fugaz mancha en el horizonte pero pronto pusimos la proa hacia el norte y partimos en su búsqueda.

Stone, mientras tanto, ajeno a todo, se había encerrado nuevamente en su camarote. Tranquilamente debió creer que estábamos meramente zarpando de nuevo. Nadie pensó en advertirle, sería una sorpresa tácita de su tripulación.

Como diariamente hacían, todos fueron a sus puestos y comenzaron la pesada faena de dirigir un barco. Pronto adquirimos velocidad pero, según Nikita, el barco se hallaba aún lejos de nosotros.

-Sólo debemos esperar- le dije a la nada pues nadie me prestaba atención- En unos días los alcanzaremos.

Sin nada más que hacer, bajé a los camarotes de los suboficiales. No se diferenciaban al del resto de la tripulación más que por el tamaño pues tan sólo había siete ocupantes. Fred, Frank y Nikita estaban en sus puestos, naturalmente. Miller, Connor y yo no teníamos trabajo que hacer por el momento. Y el pobre Arthur sufría en su lecho. El carpintero se encontraba allí, tallando, y el cirujano le daba de beber ron.

La pierna del artillero había mejorado levemente. Tenía un peligroso color morado pero había dejado de sangrar. Su sistema no se lo agradecería después, pero vivía embebido en alcohol para ignorar el dolor.

-¿Cómo se encuentra?- pregunté, con genuina preocupación.

-No podría decir- contestó Connor- Ha sobrevivido a la operación y ha dejado de sangrar pero su dolor es inconmensurable. Además, deberá aprender a usar esto.

Le hizo una seña a Miller. El carpintero levantó la vista, visiblemente molesto por ser interrumpido, y sacó una pata de palo de abajo de su litera. Era un magnífico ejemplar, no un simple pedazo de madera. Estaba hecho con cariño como sólo Miller podría, con algún revestimiento de seguridad para seguridad, y del mismo tamaño de la pierna sana de Arthur.

-No, no quiero...- balbuceó en su ebriedad el pobre artillero.

-Ya hemos hablado de esto, Arthur- replicó Connor- No puedes vivir en este barco sin una buena movilidad. No sentirás ningún cambio salvo... Bueno, que no tienes una pierna.

-No quiero vivir en este barco- protestó en respuesta- Quiero ir a mi casa con mi familia...

Para cerrar dicho anuncio, se inclinó hacia la derecha y vomitó en el suelo del camarote.

-Yo no voy a limpiar eso- dijo Connor.

-Lo bueno de ser un oficial es que puedes obligar a otros a hacerlo- contestó Miller.

-Como sea...

El cirujano se acercó más al artillero y le tomó la temperatura. Le limpió la cara y le hizo beber agua. Parecía preocupado por la vida de Arthur. No había rastros del arrogante mujeriego de los puertos. Estaba haciendo su trabajo.



Los días pasaron sin buenas nuevas. Cada ratos veíamos al galeón que perseguíamos. Pasaba la mayor parte de mi tiempo junto a Arthur, Miller y Connor, hablando de todo.

La vida en el mar podía ser muy aburrida. No todo eran batallas y tesoros. Coser velas, dirigir el barco, limpiar, cocinar, no todo era soplar y hacer botellas. Algunas veces, me encontraba a piratas que, por la falta de puertos donde encontrar mujeres, recurrían a otras maneras de entretenerse aunque nunca le dí importancia.

Finalmente, un día, alcanzamos a la Flota, y corrimos a avisar al capitán. Esperábamos ver su sonrisa habitual pero su expresión era seria.

-Una flota no la compone un sólo barco y menos uno tan importante- dijo.

Salió a cubierta y sus ojos se dirigieron al galeón que señalábamos.

-¡Idiotas!- nos gritó- ¡Eso es un galeón de guerra! ¿Dónde estamos?

-Cerca de La Habana, señor- dijo un marinero.

¿Tanto nos habíamos alejado?

-Expresamente dije que pusieran rumbo a Trinidad- le espetó a sus oficiales- Creo que eso está al este de Granada, no al norte.

-Pero capitán...

-Sin peros- interrumpió Stone- Arruinaron mis chances de capturar el galeón del tesoro... Y voy a desquitarme con éste barco español... ¡Al abordaje!

Como con el asalto a Granada, su tripulación se movió mecánicamente, como si estuvieran acostumbrados a hacerlo todos los días.

Primero fueron los cañones. Sesenta descargas capaces de derribar a una montaña fueron disparadas contra el barco español aunque menos de la mitad lograron impactarlo. Ésto llamó su atención y se dieron vuelta para pelear.

-William, quédate con Arthur- ordenó Connor, y partió para ayudar a los posibles heridos, seguido por Miller que ya estaba pensando cuanta madera necesitaría para arreglar el Riso Silua Dea.

No protesté, no tenía intención de entrar en una sangrienta batalla. Me acosté en una litera, escuchando atentamente la pelea del exterior. Cada tanto una bala pesada impactaba contra nuestro barco y todo el camarote temblaba. En esos casos, bajaba y acomodaba al pobre Arthur que apenas se mantenía vivo.

Oía gritos a la distancia, disparos, metal contra metal y el sonido que hace la madera la quemarse. El inconfundible aroma de la pólvora llenaba todo el lugar.

Y de pronto, todo se calló.

Esperé un minuto, dos, cinco, veinte.

Connor bajó finalmente.

-Hemos ganado aunque han resistido con valor. Stone ordenó que el barco navegue hasta La Habana sin interrupción y nos ha llamado a su camarote.

No quería dejar solo a Arthur pero no era una buena idea desobedecer al capitán.

Stone estaba impasible. Cuando llegamos todos, caminó hasta su escritorio.

-Estoy muy decepcionado con ustedes. Confié que no pondrían en peligro mi liderazgo en el Consejo...

Nadie contestó.

-Y lo peor de todo, es que cayeron ante un engaño.

Nos arrojó un trozo de papel.

-Lo encontré en el galeón que acabamos de hundir, pensé que querrían verlo.

Y se fue dando un portazo.

Escrito en la hoja con una pulcra caligrafía, decía:

"Espero que este barco no te haya confundido, viejo capitán, disfruta de la Flota del Tesoro... O no"

¿Qué hacía yo en el Caribe?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora