Dado Pirata

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El barco atracó perfectamente en el gran muelle de La Habana. Los hombres estaban ansiosos por gastar el tesoro en alcohol, prostitutas y otras excentricidades que no se podían permitir a bordo del Riso Silua Dea. Los suboficiales fuimos los encargados de repartirle a cada uno su justa recompensa y les aconsejamos no gastar todo en una única visita, sabiendo que pocos nos harían caso. La mayoría vivía el momento pues sabía que al día siguiente bien podría estar muerto.

Para nuestro infortunio, el Virreinato de Nueva España estaba siendo azotado por una tormenta caribeña de las que destrozan barcos y hacen naufragar a los ineptos que se creen capaces de desafiar el poder de la naturaleza. El barco llegó a puerto en una sola pieza pero no podría volver a partir hasta que amainara la tempestad.

Stone recuperó su semblante normal y, de hecho, lo notaba más alegre y ansioso conforme nos acercabamos a la ciudad española. Cuando nos reunió a todos en la cubierta, nos comentó que pasearía completamente solo por la ciudad y nos recomendó cuidarnos. Arthur, un poco más recuperado, y Fred, levantaron sus manos y dijeron que necesitaban hablar con el capitán.

-A la vuelta será- los desestimó con un gesto- Tengo algo importante que hacer.

Acto seguido, rompimos fila rápidamente para resguardarnos de la lluvia. La mayoría de los hombres entraron a una sucia taberna portuaria con un cartel que prometía prostitutas gratis cada cinco botellas de ron. Los suboficiales nos negamos a ir a semejante lugar y buscamos una posada con un poco más de clase. Entre la lluvia y la pata de palo estrenada por Arthur, nos costó mucho llegar pero finalmente Connor, Arthur, Miller y yo logramos entrar en "Las Carmelitas". Fred y Frank habían desaparecido en el monzón quién sabe para qué.

"Las Carmelitas" tenía un ambiente agradable. Había poca gente debido al clima pero aún así el local estaba abierto al público. El tabernero limpiaba vasos en la barra, esperando que sus prostitutas, digo, mozas le llevaran el pedido de los marineros presentes. Noté que la mayoría eran suboficiales como nosotros.

-Una ronda de ron- pidió Connor- Yo pago.

-Que sean dos- secundó Arthur, lívido.

-Y un juego de dados- terció Miller.

-¿Dados?- pregunté mientras la mujer se alejaba bamboleándose.

Los juegos de apuestas estaban completa y absolutamente prohibidos a bordo del barco. Ocasionaban más peleas que beneficios y todos los capitanes piratas de los siete mares habían decidido que sólo podían jugarse en tierra. No necesitaban una tripulación en conflicto en medio del mar o en una batalla. El compañerismo era más importante que los dineros ganados.

-Podría ser divertido- dijo Connor.

Las bebidas llegaron junto a cuatro vasos de madera llenos cada uno de cinco dados. El ron desapareció rápidamente en nuestros labios y la moza fue enviada a buscar más. Todavía no me acostumbraba al horrible sabor abrasador en mi garganta pero había tomado lo suficiente como para no asquearme y poner una cara fea de la que Connor se burlaría.

-Tengo que confesar que no sé jugar a los dados- dije.

-¿Acaso los niños ricos de Austria no se divierten?- se burló efectivamente Connor.

-Es bastante simple- lo interrumpió Arthur- Se hace una apuesta inicial que siempre es un doblón y luego puedes aumentar cuanto quieras. Mezclas los dados y los colocas sobre la mesa, cubiertos por el cubilete.

-Qué mala madera la de estos cubiletes- añadió Miller.

-Gracias, chico- replicó Arthur, mirando para arriba resignado- Luego tienes que, solo viendo tus dados, clamar cuantos dados en la mesa hay con ese numero boca arriba... ¿Entiendes?

¿Qué hacía yo en el Caribe?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora