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Narra Reyna

Me gustaría poder contarles una mejor historia.

Estaría encantada de poder narrarles una gran aventura, en la que luchásemos contra los malos y los venzamos, salvásemos a Hylla y a las demás, y que por encima de eso, Thalia y yo encontrásemos la forma de acabar juntas.

Pero no fue así.

Llegamos a Puerto Rico, aquél lugar en donde nos habíamos conocido. San Juan estaba igual que siempre, con los coquíes croando, el olor a mar, las magnolias en flor y el pan recién hecho. Era irónico, tantas vueltas para terminar en el mismo lugar donde comenzamos.

Pasamos por la Plaza de Armas, donde había niños jugando y muchísima cola en la cafetería. Íbamos a mi casa, o la que había sido mi casa, en la calle San José, la misma calle en la que solía jugar con Hylla, poniéndoles nombres a los gatos callejeros.

Me dolía estar ahí, recordar lo que había ocurrido ahí me ponía los pelos de punta. Nunca podría recorrer las calles de mi ciudad natal sin sentir culpa, era una carga que había acostumbrado a llevar.

Sobre el otro asunto, lo veía venir, lo bueno no dura para siempre. Pero no significa que no estaba destrozada, no estaba triste, ni enojada, me sentía rota, vacía. Me di cuenta de lo dependiente que me había vuelto, "emocionalmente dependiente" odiaba esa palabra, odiaba admitir que la necesitaba.

Cuando llegamos a mi casa, una ascienda con siglos de antigüedad, descubrimos que a la diosa del amor se le dan mal las matemáticas.

—¡Se suponía que no llegarían hasta mañana!—se lamentó la diosa de amor.

Supongo que no entienden, yo estaba igual de confundida. Al parecer, Afrodita se aburría mucho en el Olimpo, por lo que decidió hacer que Thalia y yo nos enamorásemos, de una manera absurda y complicada, porque a la diosa se le antojó. Sí, tómense su tiempo para procesarlo, quemen sus teorías sobre quiénes podían ser lo malos y vayan a quemar la casa de la autora. Todo fue un juego de la diosa del amor, desde la desaparición de mi hermana hasta las nevadas en Praga, todo estaba fríamente calculado.

Me sentía usada, como una muñeca. Afrodita había jugado con mi vida y con mis sentimientos, una prueba más de porqué no me simpatizan los dioses.

Y si me ponía a pensarlo, todo encajaba, por eso me había enamorado tan rápido de Thalia, había sido todo falso, implantado por la diosa, todos los riegos que corrimos y las pistas que encontramos, todo fue parte de un engaño.

Estaba tan, pero tan enojada, que luego de insultar un largo rato a Afrodita, me quité la campera de Thalia, sí, la seguía teniendo puesta, y me fui de ahí, sin preocuparme por saber cómo estaba Hylla.

Sentía una opresión en el pecho que no me dejaba respirar, se sentía como que no importaba cuando aire tomase, no conseguía llenar mis pulmones. Noté que mis manos temblaban, tendría que estar llorando, pero no lo hacía, a lo mejor ya me había quedado seca.

No tenía idea de adónde ir, pero terminé en Barrachina, pidiendo un mofongo, y llegó ella. Hylla, y como cada vez que la veía, no sabía cómo reaccionar. Ella era idéntica a mí, y eso me inquietaba un poco.

—Hola—saludó, sonriendo—¿Me pediste algo?

No me atreví a mirarla, ella había sufrido por mi culpa.

—¿Crees que los cocineros nos reconozcan? —Comenzó a divagar—Bah, ha pasado mucho tiempo, ya no deben ser los mismos. ¿Recuerdas cuando nos escapábamos de casa y veníamos aquí?

Asentí levemente.

—¿Recuerdas que, cuando comíamos, se nos olvidaban todas las penas?

—Éramos obesas—se me escapó una risa.

"Compostura, pretora" FanFic TheynaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora