Daila clavó su mirada en el trozo de pastel que estaba sobre la mesa. Apenas lo había probado pero no podía recordar su sabor, tal vez porque precisamente, no le sabía a nada. Intentó concentrarse en el bocado que se llevó a la boca, sin embargo se distrajo mirando la puerta por la que salían los novios con destino a su viaje de bodas. Ya se había despedido antes, para evitar aglomerarse y, siendo sincera, no tenía demasiado ánimo para verlos alejarse hacia un destino feliz.
¿Podía ser tan egoísta? Toda la vida la habían tratado como una niña consentida que solo escuchaba sus caprichos. Quizás había sido así, siempre había sido así. No se había cuestionado que quizá no tenía por qué ser así fuera de su círculo. Que nadie la escucharía, nadie tendría la paciencia de estar para ella... que quizá, nadie más la trataría con el cariño infinito que tenían sus padres y la paciencia de su hermano Alex... nunca lo pensó.
Pero había sido una posibilidad que se convirtió en realidad cuando decidió dejarlo todo. Y había sido necesario para abrirle los ojos al mundo exterior. Había sido tan ingenua y sí, quizás en parte era culpa de sus padres por protegerla tanto, no obstante mayor era su culpa y tenía que aceptarlo, por precipitarse sin medir las consecuencias.
Suspiró y se levantó, al darse cuenta que debía estar tan abstraída en sus pensamientos que solo pocas personas de la familia quedaban en el salón. Recorrió el lugar en silencio, pensando en todo lo que guardaba para sí. Quizá sí que necesitaba alguien con quien hablar, alguien ajeno a su familia y que pudiera entenderla.
Christopher siempre había sido bueno escuchando, al igual que Marcos; no obstante, sencillamente, no se sentía como si pudiera hablar sobre él. No con ellos, aun cuando los quería tanto. Y en cuanto a una mujer de su familia, tenía la certeza de que no lo comprenderían. Ni siquiera ella lo comprendía y había sido quien lo había pasado todo. Tan tonta. Tan absurdamente ciega.
Pasó el abrigo que había llevado por sus hombros y, al buscar la llave de su auto, encontró un trozo de papel. Bien, una tarjeta. La de Kyle.
Y sí, ¿por qué no llamarlo? Él se había ofrecido a escucharla, él no la juzgaría ni la miraría como una niña rica tonta e ingenua, que quizá sí había sido, pero no era lo que necesitaba. Así que Kyle... Kyle Riley.
Dio vueltas en sus dedos a la tarjeta, leyendo una y otra vez. Kyle Riley, sonaba tan... bueno, no sabía a lo que sonaba pero le gustaba su nombre. Y le gustaba él. Aunque, no podía confiar en sus gustos, pues dado los hechos recientes y no tan recientes, no era buena conociendo personas e identificando su personalidad. Sin embargo, era amigo de Danaé, bueno más que amigo... antes.
Odiaba a Alex, lo que no era un punto a favor. Además, era mutuo, pues su hermano lo había dejado claro.
Y, a pesar de todo, ella lo llamaría al día siguiente para encontrarse. Punto.
***
Kyle se sentó en una mesa del rincón, sabiendo que había llegado diez minutos antes de la hora fijada. Detestaba llegar tarde y por eso siempre iba con tiempo a donde tuviera que ir, más aún si era un lugar que no conocía de antemano. Pero no había sido tan difícil de encontrar, aun recordaba Italia muy bien de su época estudiantil. Sonrió, sintiéndolo tan lejano.
Aquella mañana había recibido una llamada inesperada. Bien, debería haberlo esperado aunque no realmente. Ella era cuñada de Danaé, su ex – novia, por lo que pensó que era más que probable que no lo llamara. Daila... lo había hecho. Se escuchaba nerviosa y vacilante, se identificó varias veces, como si él pudiera olvidarla o, al menos, pudiera olvidar la boda del día anterior.
Frunció el ceño, casi involuntariamente ante la evocación. Hubiera preferido no asistir, eso habría sido lo racional, por supuesto. Pero Danaé era su amiga, una de las mejores personas que había conocido, la quería y apreciaba... aun cuando hubiera elegido a ese hombre por esposo, Alexandre Lucerni.
Bufó ante la imagen en su mente. La última vez en Italia, antes de venir a la boda, él había llegado creyendo estar enamorado y se había marchado con la certeza de que Danaé no lo amaba. Y no quiso creer que quizá nunca lo había hecho. Ella era demasiado buena persona para pensar aquello.
Cuando volvió a mirar al frente, sus ojos verdes se clavaron directamente en la mujer que atravesaba la puerta. Llevaba un suéter sencillo y pantalones jeans, su cabello intensamente negro estaba suelto y enmarcaba su rostro, destacando por el contraste, sus ojos dorados, profundos... Daila.
–Hola –se acercó con una sonrisa en cuanto lo divisó. Kyle se levantó y retiró la silla–. Gracias –le brindó una sonrisa aún más luminosa– ¿cómo estás?
–Hola, Daila –esbozó una leve sonrisa–. Aun con rezagos de la alegría de la boda –respondió, sarcástico. Ella rió– ¿tú también?
–Oh no, yo estoy totalmente feliz... –bajó la voz y entrecerró los ojos dorados– de que haya terminado, en verdad.
Kyle la miró con atención ante la cercanía. Realmente, era hermosa. Para él, resultaba un misterio como no lo había notado antes. Cómo no había notado su existencia hace tiempo.
–Feliz de que haya terminado, eso es –Kyle amplió la sonrisa–. No podría haberlo dicho mejor.
Daila arqueó una ceja, sonriendo aun. Tomó el menú que la mesera les extendió y se puso a leerlo en voz baja.
–Lo siento –pronunció, sin mirar a Kyle–. Tengo la manía de leerlo así, he tratado de corregirlo, pero...
–Está bien, no me molesta –Kyle dejó a un lado el suyo–. A ver, cuéntame ¿qué tenemos en el menú?
Daila empezó a leer en voz un tanto más alta. Kyle no escuchaba demasiado pues se quedó encantado mirando el deleite en sus ojos dorados. Parecía tan feliz en ese momento, por ese gesto tan insulso.
–Creo que ya sé que pediré –dijo Kyle, después de que Daila hubiera concluido. Ella también asintió y ordenaron unos minutos después.
Charlaron de asuntos triviales hasta que dejaron sus pedidos. Comieron unos minutos en silencio, entonces Daila preguntó:
–¿Y a qué te dedicas? ¿Estudias? ¿Trabajas?
–Trabajo –contestó Kyle–. Aunque realizo de vez en cuando cursos, más que nada para mantenerme al corriente de las innovaciones en materiales de construcción.
–¿A qué te dedicas?
–Arquitecto, pero me gusta involucrarme en todo el proceso.
–Interesante –Daila sonrió–. Me gusta el diseño de interiores, que fue lo que empecé a estudiar... arquitectura es interesante también.
–Supongo que sí –se encogió de hombros–. La Universidad a la que asistí en Canadá tiene un programa interesante... deberías chequearlo.
–Buena idea –reconoció con un asentimiento–. He estado analizando la posibilidad de concluir mis estudios. Canadá suena bien.
–¿De verdad? –Kyle la miró con sorpresa–. Así que la idea de permanecer en Italia...
–Sí, volví para estar con mi familia, pero... bueno, esta vez sería diferente.
–¿Irte? –preguntó y Daila asintió– ¿por qué?
–Porque esta vez nadie se opondría –susurró.
Kyle pensó si debía cuestionar sobre lo que quería decir. Quizá no debería, probablemente no querría hablarlo con nadie, mucho menos con un desconocido. Pero, había asistido a una cita con él, alguien que hacía unos días no sabía que existía. Debía preguntar, definitivamente.
–¿Oponerse? ¿Tu familia? –Kyle la observó fijamente. Daila no decía nada, ni siquiera parecía escucharlo–. ¿Daila? –llamó tomando su mano con delicadeza entre las suyas. Ella elevó sus ojos hasta él– ¿estás bien?
–No –pronunció con ojos brillantes– no lo estoy.
–Lo siento –dijo, sin saber por qué. Solo parecía ser lo correcto.
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Nunca imaginé (Italia #10)
RomanceDaila Lucerni recibió una lección de vida particularmente clara con respecto a dejarse llevar por ilusiones infantiles. No lo haría más, estaba curada de eso. No se precipitaría, escucharía a sus padres y hermano... maduraría. Pero, con el corazón...