El recién llegado sonrió divertido, acercó un banco alto para sentarse junto a Daila. Ella ni siquiera volteó, pero podía sentirlo cerca. Eso no le gustaba ni un poco. Cerró sus ojos, bebió de un solo golpe el segundo trago y recordó los miserables días a su lado.
–¿No merezco ni una sonrisa? –él habló con confianza– ¿ni siquiera por los buenos momentos? –murmuró en su oído con voz seductora.
–No te me acerques –siseó Daila, sintiéndose invadida por una intensa sensación de asco. ¿Cómo había podido gustarle ese hombre? Ni siquiera lo había visto bien, pero con su voz bastaba.
–Mmm... ¿no viniste aquí a recordar los viejos tiempos? –David le tomó de la barbilla con firmeza y la giró hacia él– ¿por qué no me miras?
–Porque no lo necesito –Daila clavó sus ojos dorados en él– sigues igual que siempre y con solo mirarte siento náuseas.
–¿Qué? –rió David, sus ojos azules divertidos– ¿náuseas? ¡Vamos cariño, tú sabes que no es cierto!
–No me llames así –murmuró con desprecio– no sabes lo que siento.
–¿Por qué no me invitas un trago y hablamos de lo que te sucede esta vez?
–Piérdete –escupió con rabia. Él volvió a reír–. Quiero estar sola.
–Eso no es cierto. Odias estar sola.
–Tienes razón –concedió– pero odio más estar con alguien que me da asco.
David delineó con un dedo la mejilla de Daila. Sus ojos dorados destellaron con furia, apartándose de su toque. Y lo miró, atentamente.
A sus treinta y cinco años, seguía estando igual de guapo que la última vez. Con esa pinta de chico malo que debería ya quedarle ridícula, pero no era así. Sus ojos azules tenían aquel brillo malicioso y su sonrisa lasciva e insinuante. Seguía estando igual que la última vez. El hombre más perfectamente incorrecto para cualquier mujer. Negó levemente.
–¿Qué? ¿No me digas que ya olvidaste todo lo que hicimos juntos?
–No mereces ni un pensamiento, la verdad –se encogió de hombros– y fue divertido mantenerte, pero se acabó.
–La nena tiene garras –sonrió ampliamente– ¿quién lo diría de una niña de papá?
–Déjame tranquila, David –hizo ademán de levantarse, sin embargo él la detuvo del brazo– ¿qué quieres?
–Si tú no me invitas un trago, lo haré yo –pidió que les sirvieran dos– ¿bebes?
–¿Algo que tú me das? Ni muerta –soltó con desprecio. Él volvió a reír y se tomó el trago de ella.
–Perfecto entonces, pero no te irás tan rápido.
–¿No lo entiendes, verdad? No – me – interesas –habló muy despacio y dando un inusitado énfasis a cada palabra–. ¿Me sueltas?
–Es que no me apetece –clavó sus ojos azules en ella– nadie me ha dejado.
–Estoy segura que encontrarás a cientos de mujeres dispuestas a compartir una copa contigo. Ahora, suéltame.
–No, no me refería a eso –sus ojos azules destellaron, recorriendo a Daila por completo–. Nadie me ha abandonado. Solo tú. ¿Por qué lo hiciste?
–Tú no vales la pena. Eso es todo. Ahora, suéltame.
–No –David la empujó al asiento– bebe conmigo.
–No quiero –Daila se sacudió–. Es mejor que me sueltes, ahora.
–¿O qué? ¿Llamarás a papito para que te ayude? –rió cruelmente.
–¿Realmente crees que vendría sola? No soy idiota –Daila clavó sus ojos en él–. Tengo un guardaespaldas desde que me alejé de basura como tú.
–Lo dudo –intentó sonar seguro.
–Como quieras –Daila se encogió de hombros. Tomó otro trago y pagó.
–Daila, cariño... –empezó él meloso.
–No me llames así –murmuró con cansancio– no vine a escuchar estupideces.
–¿Niegas que esperabas verme? –David clavó sus ojos azules en ella.
–No tenía idea que estarías de vuelta en Italia o jamás habría venido aquí.
–Mmm... ¿debo creerte?
–Por mí, puedes tirarte a un pozo que no me interesa –Daila se levantó. Alcanzó la puerta y esperaba que él no la siguiera.
–Daila, quiero llevarte a casa.
–No –ni siquiera lo miró.
–Por los viejos tiempos –su voz sonaba seductora. Daila sintió un escalofrío de miedo.
–Déjame tranquila.
–¿Ayudaría si te dijera que te quiero? –David exclamó con fuerza. Daila se detuvo– ¿qué me responderías?
–Que he dejado de ser una niña –Daila subió a su auto. David se acercó hacia el costado y le pidió que bajara la ventanilla. Daila arrancó.
No necesitó mirar por el espejo retrovisor para saber que él la estaba siguiendo. Solo que, esta vez, no le importaba. ¿Iría hasta la Mansión Lucerni? Perfecto, los guardias no lo dejarían pasar. Y, dudaba que él se atreviera a tocar. Que hiciera lo que quisiera, ya no representaba ningún peligro para ella.
Se sentía mareada y sabía que no debería conducir así. Pero ya estaba hecho. Entró en el auto hasta la mansión y, tras estacionarlo, se encaminó de vuelta a la entrada que daba a la calle. Ahí estaba él, cruzado de brazos, con gesto indolente, sin embargo no importaba más.
–¡¡Daila!! –los brazos de Kyle la rodearon con fuerza– ¿dónde rayos estabas?
–Suéltame –pidió con frialdad. Él la miró y aflojó su agarre–. Gracias.
–¿Qué te pasó? ¡Estaba tan preocupado por ti! Desapareciste por horas y no podía irme sin saber qué te pasó.
–Estoy bien. Adiós, Kyle –Daila empezó a caminar. Él la detuvo.
–¿Qué crees que haces? –interrogó con incredulidad.
–Ir a mi habitación. Quiero descansar.
–Necesitamos hablar –pidió Kyle– necesitas escucharme.
–No, no necesito ni quiero hacerlo –Daila suspiró con cansancio–. Ha sido una larga noche. Quiero irme a dormir.
–Daila, escúchame –Kyle insistió, acercándose. Ella se alejó–. ¿Por qué me haces esto? Eres mi novia.
–Ya no –negó con fuerza. Sintió como se mareaba por el movimiento e intentó mantenerse en pie.
–¿Te encuentras bien? –se acercó rápidamente, para afirmarle por los brazos– ¿qué es lo que...? –Kyle arrugó la nariz– ¿estuviste bebiendo?
–Eso es asunto mío –Daila apartó su brazo de él con furia– solo mío.
–¿En qué estabas pensando? ¿Qué crees que te dirán cuando te vean así?
–Estoy bien. Incluso he venido en auto y...
–¡¿Condujiste en ese estado?! –Kyle exclamó entre incrédulo y furioso– ¿qué es lo que te sucede? ¿Estás loca?
–Me parece que tú no eres nadie para decirme lo que puedo hacer o no –Daila se llevó una mano a la frente– estoy cansada de ti.
–¿De mí? ¿Qué hice, Daila? Vine a Italia, solo por ti. ¿No te dice eso algo?
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Nunca imaginé (Italia #10)
RomanceDaila Lucerni recibió una lección de vida particularmente clara con respecto a dejarse llevar por ilusiones infantiles. No lo haría más, estaba curada de eso. No se precipitaría, escucharía a sus padres y hermano... maduraría. Pero, con el corazón...