–¡Marcos te lo dijo! –Daila aclaró, riendo–. Por supuesto que fue él.
–Solo tú... –soltó Kyle con incredulidad–. Estás un poco loca, ¿sabes?
–No sé cómo tomar eso –cruzó sus brazos– ¿estás jugando conmigo?
–Yo pensé que tú jugabas conmigo –murmuró, continuando el camino hasta el auto. Daila lo siguió en silencio, sin entender bien qué había querido decir.
Daila relató cómo estuvo el vuelo, además le preguntó sobre la Universidad a la que asistiría. Habló sin cesar hasta que completaron el trayecto. No parecía respirar nunca.
–Estás muy callado –Daila suspiró–. ¿Te estoy aburriendo, verdad?
–No –Kyle detuvo el auto–. Es que no me has dado oportunidad a contestar.
–Lo siento –se sonrojó, avergonzada. Tendía a hablar demasiado cuando se sentía nerviosa.
–No pasa nada –Kyle rió, divertido. Pasó una mano por su mejilla para que lo mirara–. Daila, está bien. Extrañaba escucharte en vivo.
–Kyle... –ella giró su rostro completamente hacia él. Sentir su masculino aroma tan cerca despertaba recuerdos de sus días en Italia, tan maravillosos y pareciendo más presentes que nunca–. Tenía miedo de que...
Él esperó que continuara pero Daila bajó la mirada y se mordió el labio. Kyle no pudo evitar sentir un cariño muy fuerte hacia ella, esa ansiedad de protegerla y abrazarla, para no dejarla ir jamás.
Tomó su rostro entre las manos con firmeza. Esperó hasta encontrar sus ojos dorados y la acercó lentamente. Daila se dejó llevar, ansiando el contacto de los labios de Kyle. Se besaron con lentitud, saboreando el momento y el presente que nuevamente los unía.
–¿Es aquí? –Daila pronunció tras un momento, sintiendo aún el calor de Kyle a su alrededor–. ¿Me acompañas?
–Claro que sí –se bajó del auto para abrirle la puerta. Asió su mano y tomó el equipaje para llevarlo hasta el departamento–. Es este, ¿cierto?
–Supongo que sí –introdujo la llave en la puerta y cedió–. ¿Entras? –inquirió al notar que Kyle se quedaba parado en la puerta, sin seguirla–. Puedes hacerlo.
–Gracias –asintió con solemnidad. Daila rió–. ¿Dónde las dejo? –indicó las maletas y Daila señaló un rincón del pasillo.
–Es precioso –pronunció alegre, tras recorrerlo brevemente–. Me encanta.
Kyle la observó ir de un lado a otro, sin poder evitar sonreír ante su emoción. Parecía una niña en una juguetería. Daila era adorable. No podía creer lo mucho que la había extrañado y que en tan solo unos días se hubiera convertido en alguien tan importante para él.
De hecho, desde que había regresado a Canadá, no había dejado de pensar en ella. Era cierto, había salido con un par de chicas, sin embargo nada concreto. Nadie era Daila y, por alguna extraña razón, continuaba comparándolas con ella cada vez que tenía o intentaba tener una cita. Era absurdo.
Pero sucedía. Ella estaba presente en su mente, se presentaba de pronto y solo podía recordar sus ojos dorados, su sonrisa y como su cuerpo se relajaba en sus brazos. Se sentía desconcertado consigo mismo por lo que estaba pasando. ¿Qué se suponía que era? No tenía la menor idea. ¡Y solo habían sido unos días!
Eso se había repetido durante todo el año. Los días previos a su llegada se le antojaron interminables, con una mezcla de temor y ansiedad por lo que sucedería. ¿Sería igual? ¿O quizás algo más? ¿Qué tal si solo había sido algo momentáneo, que se había esfumado al partir de Italia?
Intentó mantener esos pensamientos alejados. No era algo muy propio de él cuestionarse ese tipo de cosas. No le gustaban las relaciones complicadas, si es que eso era lo que tenían o habían tenido. Quería algo sencillo, alguien que estuviera cerca y con quien compartiera intereses similares. Desde que había terminado con Danaé, había querido dejar las cosas complicadas. Y sabía que salir con alguien que vivía cruzando el Atlántico podría ser una de las definiciones más acertadas de complicado.
Solo que, ahora Daila estaba ahí. Estaría por un tiempo en Canadá. No quería pensar qué sucedería después. No. Primero debía saber qué era lo que existía entre ellos y si podría durar... o no.
–¿Kyle? –Daila se puso a su altura, con la curiosidad dibujada en sus facciones–. ¿Está todo bien? ¿Dónde te encuentras?
–Solo pensaba... –Kyle la atrapó entre sus brazos– ¿quieres comer algo? Debes tener mucha hambre.
–Demasiada –confirmó, sonriente–. ¿Cómo lo has sabido?
–Lo sospeché. La comida en el avión...
–Sí –Daila le besó la mejilla–. Dame un momento para tomar una chaqueta y nos vamos. ¿De acuerdo?
Kyle asintió y mientras Daila dejaba la sala, se sentó en uno de los sofás cercanos. El departamento era muy bonito, decorado con buen gusto y acogedor. Aún no podía creer que ella estaba ahí y se quedaría. Daila estaba a su lado de nuevo y no serían solo unos días.
No iba a negar que se sentía feliz. Sí, definitivamente era felicidad lo que sentía porque ella estuviera en Canadá. Eso tenía que significar algo, ¿no?
–Estoy lista –Daila se presentó ante él y giró con gracia– ¿nos vamos?
–Vamos –Kyle le ofreció el brazo y salieron hacia el restaurante–. Es un lugar pequeño, que nos gusta frecuentar con mis amigos.
–Me encantará conocerlo –se animó porque él la llevara a un lugar que le gustara tanto. No quería hacerse ilusiones, al menos no más de las que ya se había formado durante todo ese año, pero no podía evitarlo. Había subestimado la presencia de Kyle en su vida. Junto a él, todo parecía posible.
–¿En qué pensabas? –inquirió Kyle. Daila se encogió de hombros–. Has sonreído de una manera... diferente.
–¿Diferente? –Daila lo observó con curiosidad– ¿a qué te refieres?
–No lo sé –admitió con un mohín–. A veces noto que tu sonrisa no es la misma.
–¿A veces? –lo miró con escepticismo–. Ha sido mucho tiempo sin vernos...
–Ahora parece que fuera nada –Kyle acercó su rostro hasta Daila y ella inspiró hondo, intentando retener el aroma de Kyle el mayor tiempo posible.
Mientras iban en el auto, Kyle le relataba la historia de la ciudad y daba algunos detalles arquitectónicos que Daila escuchaba encantada. Kyle era tan interesante e inteligente, se sentía tranquila a su lado. Y, por primera vez en la vida, sentía que podía ser ingeniosa.
–No, no puedes decir algo así y pretender que no replique en absoluto –protestó Daila con una risita. Kyle arqueó una ceja–; en serio, ¿cómo que no has salido con nadie en este tiempo? Eso no es cierto.
–Es cierto –se defendió Kyle y una sonrisa traviesa se dibujó en sus labios.
–¿Lo ves? ¡Sé que no es cierto!
–Está bien... pero no ha sido nada.
–Nada... ¿Y cuándo sería algo para ti?
–Cuando estuviera con la persona correcta –contestó pensativo Kyle y la miró de reojo. Daila se sintió incómoda y desvió sus ojos dorados hacia la ventana.
–Sí, supongo que sí... –replicó, más que nada para no quedarse en silencio. Claro que él había salido con otras chicas, quien sabía cuántas. Ella también había salido con sus amigos... pero era diferente. Recordaba no pensar en nada más que estar con Kyle, en los efímeros momentos a su lado y en escuchar su voz, aún a kilómetros de distancia, que la trasladaba a sus días juntos. Nada tenía sentido. Y, al mismo tiempo, de una manera extraña, todo parecía tenerlo.
– Hemos llegado –Kyle estacionó el auto y le abrió la puerta, permitiendo que Daila bajara– ¿Daila? ¿Pasa algo?
– ¡Tengo mucha hambre! –exclamó ella y sonrió– así que vamos.
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Nunca imaginé (Italia #10)
RomanceDaila Lucerni recibió una lección de vida particularmente clara con respecto a dejarse llevar por ilusiones infantiles. No lo haría más, estaba curada de eso. No se precipitaría, escucharía a sus padres y hermano... maduraría. Pero, con el corazón...