Kyle miraba nerviosamente por la ventanilla mientras el avión descendía en tierras italianas. Cerró los ojos por un momento, tratando de imaginar la escena que lo esperaba. No, definitivamente, no iba a ser algo agradable. Ladeó su rostro para captar la expresión serena de Daila que dormía apoyada en su hombro. ¿Cómo podía estar tan tranquila? ¡Él había estado inquieto durante todo el vuelo! Pero claro, era la familia de ella. A Daila nadie querría matarla, o al menos eso creía.
En cuanto aterrizaron, sacudió levemente a Daila que lo miró con una sonrisa. Era preciosa. Indudablemente, él haría lo que fuera por estar a su lado. Todo.
–¿No has descansado nada, Kyle? –sus ojos dorados brillaron con diversión–. ¿Estás preocupado por volver aquí?
–No exactamente... digamos que me preocupa tu familia.
–Pensé que te agradaban. Y, según recuerdo, tú les agradabas a ellos.
–Sí, pero eso era antes...
Sus palabras se quedaron colgando en el aire pues debían desembarcar. Había llegado la hora de la recepción en la Mansión Lucerni.
Kyle observó una vez más el imponente hogar de Daila. Inspiró hondo, sabiendo que no era cuestión de echarse a correr. Demasiado tarde. Cuando sintió el codazo de Daila, supo que lo había dicho en voz alta.
–Todo estará bien –ella lo tomó de la mano y apretó para calmarlo.
–Seguro... –pronunció, incrédulo. Era imposible que estuviera bien.
En el jardín se encontraban reunidos los miembros más jóvenes de la familia, por lo que fueron los primeros en divisar a la pareja. Danaé, Alex, Aurora, Christopher, Rose y Marcos se miraron unos a otros, en silencio. De un momento a otro, las miradas iban de la pareja que se acercaba a Danaé y Alex.
–Lo voy a matar... –siseó Alex en tono bajo, frunciendo el ceño.
–Tú no vas a hacer absolutamente nada, Alex –soltó Danaé con firmeza. Los ojos azules clarísimos de su esposo se fijaron en ella– lo digo en serio.
–Pero...
Kyle sonrió, intentando hacer su aparición lo más natural posible. Era incómodo. Más que incómodo.
–Hola –Daila sonrió como si nada– creo que todos conocen a Kyle.
Un silencio prologando se extendió entre ellos. Nadie parecía dispuesto a decir una palabra. Hasta que Danaé, sonrió y pronunció:
–¡Kyle, qué gusto tenerte de vuelta en Italia! –soltó la mano de Alex brevemente para besarlo en la mejilla–. Bienvenida, Daila.
Pareció una especie de resorte el saludo de Danaé, para que todos empezaran a hablar sobre la fiesta de bienvenida y cómo los esperaban. El único que se mantenía en silencio y profundamente serio era Alex.
–Cariño, saluda a tu hermana –Danaé dijo en tono bajo. Alex la fulminó con la mirada–. Por favor, sé amable –pidió, con sus ojos dorados suplicantes.
–No estoy feliz con esto –murmuró acercándose a los recién llegados. No pudo evitar mirar cómo se sostenían las manos. Inspiró hondo, intentando calmarse–. Daila, hermanita, bienvenida –esbozó una mueca que pretendía ser una sonrisa. Miró a Kyle brevemente, inclinó la cabeza y se alejó.
Daila observó a su hermano con tristeza. ¿Por qué no se alegraba por ella? Bien, sabía que la situación era algo complicada, sin embargo eso estaba en el pasado. Él y Danaé estaban casados, Kyle era un recuerdo tan lejano que no debería preocuparlo. Era tan evidente que Danaé lo amaba solo a él y... bueno, en realidad no entendía lo que pasaba con Alex.
–¿Dónde está Mía? –inquirió Daila para aligerar el ambiente, refiriéndose a la esposa de Marcos– ¿y tu bebé? –preguntó, mirándolo.
–Está en el salón, descansando un poco –contestó Marcos con una gran sonrisa– y mi pequeña Mía es preciosa, tiene los ojos de su madre.
–¡Muero por conocerla! –pronunció Daila y le sonrió a Kyle– ¿vamos a verla?
–Sí, les acompaño –asintió Marcos–; pero antes, deberían saludar con los adultos. Tus padres te esperan ansiosos.
Daila asintió. Caminó con Kyle hacia sus padres y el resto de adultos. Ellos los saludaron con normalidad, como si no existiera nada extraordinario en la presencia de Kyle en Italia. El único que arqueó las cejas con sorpresa fue Sebastien, pero no dijo nada porque su esposa le dirigió una mirada que decía claramente que su hija había crecido, por mucho que le costara aceptarlo.
En el salón, Kyle y Daila soltaron el aire al mismo tiempo, pues tanto Marcos como Mía sabían de la relación que los unía, o al menos eso parecía. La sorpresa de todos no fue compartida por Mía, que estaba absorta con su bebé en brazos. Y Marcos siempre había sido amigo de Kyle.
Daila saludó suavemente a Mía que les sonrió a los dos. Cuando le ofreció cargar a su bebé, se sintió insegura pero lo hizo. Era una niña realmente preciosa, con cabello castaño y, en cuanto abrió sus ojos, eran enormes y grises. Era perfecta, Daila sintió como una gran emoción se abría paso en su pecho. Tan frágil y dulce, debía ser emocionante ser padres.
–Felicidades, es una niña preciosa –habló en voz baja Kyle–. Marcos y Mía, han formado una familia hermosa.
–Gracias –agradeció Mía con sinceridad– eres muy amable, Kyle.
–Ya hacía falta que nos visitaras, Kyle. ¿Aún recuerdas que eres de mis mejores amigos y debes venir, no solo enviar regalos?
Kyle sonrió divertido y asintió. Se acercó lentamente hacia Daila y la contempló fijamente, mientras tenía a la niña en brazos. Se veía adorable y sintió como una suave calidez se expandía por su pecho. La quería tanto, soñaba con el futuro y verla a su lado, con un niño en brazos. Diferente, quizá con sus ojos...
–¿Kyle? ¿Estás bien? –inquirió divertido Marcos, acercándose–. Te ves algo... ¿confundido? ¿Aterrado?
–Dejémoslo en que estoy intentando acostumbrarme... nunca pensé que estaría en Italia de nuevo, mucho menos en estas festividades e, indudablemente, jamás en este lugar de nuevo.
–Imagino que no –asintió Marcos, observando de reojo a Daila con su pequeña Mía– ¿pero qué podías hacer, cierto?
–Cierto. Debía estar aquí, con mi novia.
–¿Por qué? –preguntó de pronto Marcos– ¿por qué debías?
–Porque me lo pidió –se encogió de hombros.
–¿Y...? –lo instó a continuar.
–Y... nada más –aseguró Kyle.
–Mmm... –Marcos pareció tener muchas cosas que decir, pero como de costumbre, no dijo nada–. Tomaré a la bebé para que puedan salir.
Kyle quiso hablar con Marcos nuevamente pero no sabía qué podría decir, no se le ocurría nada que preguntar o hablar al respecto. Sabía que había algo que debería decir y no estaba diciendo. O lo estaba haciendo mal. Pero, ¿qué?
–Ya que todo el ambiente se ha puesto extraño, creo que alguien debe señalar lo obvio –soltó alegremente Rose–. ¿Tú saliste con Danaé antes, verdad Kyle?
Él abrió la boca, confundido. Se limitó a mirar a su alrededor y asintió, casi imperceptiblemente, con incomodidad.
–Ya está, ha sido dicho –Rose sonrió– ¿podemos ser los mismos de siempre?
–Yo siempre soy el mismo –André restó importancia. Daila se preguntó de dónde habría aparecido, pues no le pareció verlo antes–. Mucho gusto tenerte en Italia nuevamente, Kyle –miró hacia Daila– a los dos.
–Rose, te he escuchado –la voz de Ian, el esposo de Rose se elevó desde el centro del jardín– no fue un comentario acertado.
–Pero ayudó –bufó Rose y se cruzó de brazos–. ¡No es como si le hubiera preguntado si amaba a Danaé!
Ian tensó los labios y sin decir palabra, tomó a Rose del brazo y la alejó.
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Nunca imaginé (Italia #10)
RomanceDaila Lucerni recibió una lección de vida particularmente clara con respecto a dejarse llevar por ilusiones infantiles. No lo haría más, estaba curada de eso. No se precipitaría, escucharía a sus padres y hermano... maduraría. Pero, con el corazón...