Kyle sonrió mientras Daila abría la puerta de su departamento. Estaba vestida para la ocasión ya y él la miró de la cabeza a los pies. Estaba adorable. Y aquella sensación asfixiante de querer tenerla en sus brazos todo el tiempo era sorprendente aún. Amor... quién lo diría.
–Hola, Kyle –ella lo besó en los labios– ¿estoy bien así?
–Siempre te ves bien, Daila. Más que bien –Kyle la estrechó contra él. Daila rió– ¿me das otro beso?
–Claro, luego no querrás irte y yo estoy muriendo de curiosidad –ella se separó y tomó una pequeña mochila que había preparado–. Lista.
–Sé que también lo disfrutaste –sonrió travieso Kyle y ella se sonrojó–. Eres preciosa, Daila.
–Kyle... –lo golpeó en el brazo juguetonamente. Él la abrazó y caminaron así, tras cerrar la puerta del departamento.
Hicieron el trayecto hablando de varias cosas, sobre todo de la familia de Kyle y de los últimos acontecimientos en Italia.
Daila apenas había pasado tres días en Canadá y lo sentía como si fuera siempre. Indudablemente, Canadá se había convertido en su hogar. Miró al hombre que amaba, mientras conducía hacia quién sabía dónde y él la miró brevemente, para sonreírle. Aquella sonrisa que solo él tenía. Sí, lo amaba tanto que a momentos daba miedo. Pero, ella no lo perdería. Nunca lo permitiría.
–¿A dónde vamos? –insistió Daila frunciendo los labios–. No me has dicho casi nada y ¡realmente quiero saberlo!
Kyle rió y se quedó pensativo. Daila pensó que definitivamente no diría nada más. Él sonrió, jovial.
–Eres impaciente, amor. ¿Te lo habían dicho?
Daila se negó a contestar, cruzando los brazos en gesto terco. Sin embargo, estaba sonriendo y Kyle lo sabía. Le tomó la mano brevemente.
–¿Alguna vez te conté que mi familia posee grandes propiedades rurales en Canadá? –inquirió Kyle y ella negó. ¿A qué venía eso?–. Pues sí y mis padres han pensado en repartir varios predios entre sus hijos.
–Ah... –Daila soltó, sin saber qué decir. No entendía el rumbo de la conversación, pero imaginaba que era para distraerla–. Yo nunca he pensado realmente en lo que mis padres poseen –comentó Daila–; es decir, la Mansión pasará a manos de Alex y, de todos modos, yo viviré aquí.
–Mi amor... –Kyle le volvió a tomar la mano, sonriendo– llegamos.
Había sido un tiempo considerable, pensó Daila; no obstante, valía la pena. El paisaje quitaba el aliento. Era magnífico. Sonrió, respirando hondamente el aire puro que se desprendía de los grandes bosques que los rodeaban.
–Es tan hermoso –Daila sonrió y elevó sus ojos dorados risueños al cielo azul sobre sus cabezas– perfecto.
–Lo sé –Kyle le tomó la mano–; pero, aún no llegamos al lugar que quiero mostrarte –ladeó su rostro con una pequeña sonrisa–. ¿Lista para caminar?
Daila lo miró desafiante. Le encantaba dar largas caminatas. En Italia, iba por lo menos tres veces a la semana a su mirador. Eso no sería ningún problema. Asintió.
Empezaron el ascenso sin dificultad. Había un camino trazado, aunque bastante agreste para evitar restarle belleza al paisaje natural. Daila miró alrededor, intentando divisar algo que pudiera indicar qué quería mostrarle Kyle. Se sentía impaciente, expectante.
–Ven –Kyle le tomó de la cintura para ayudarle a subir el último tramo. Daila le sonrió con dulzura– hemos llegado. Cierra los ojos –pidió.
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Nunca imaginé (Italia #10)
عاطفيةDaila Lucerni recibió una lección de vida particularmente clara con respecto a dejarse llevar por ilusiones infantiles. No lo haría más, estaba curada de eso. No se precipitaría, escucharía a sus padres y hermano... maduraría. Pero, con el corazón...