–Debiste dejarme... –Kyle la abrazó con fuerza y siguió besándola con pasión– no quería una distracción.
–No valía la pena –Daila intentó encogerse de hombros pero con la fuerza con la que él la estrechaba, era difícil hacer movimiento alguno–. Kyle...
–No, ahora no te dejaré –él la besó una vez más– me da igual si no quieres. Me quedaré en Italia hasta que volvamos a Canadá.
–Pero, Kyle... –protestó sin fuerza.
–No. Él no se acercará más a ti. No me interesa quien sea, yo... –Kyle se detuvo. Sus ojos relampaguearon con peligrosidad–. ¿Acaso es él...?
–¿El hombre con quien escapé? –Daila asintió. Kyle apretó el puño con fuerza. Ella lo besó–. No significa nada para mí.
–¿Qué hacía aquí? –Kyle se separó por un momento– ¿es cierto lo que dijo?
–¿Qué parte? Es un idiota y siempre dice muchas cosas.
–¿Estabas con él anoche? –su ira iba creciendo de nuevo.
–No como él lo intentó hacer ver.
–¿Qué quieres decir? –se impacientó.
Daila le contó lo que había pasado y cómo la había había seguido a la mansión. Kyle no decía demasiado, pero la apretaba contra su pecho con fuerza.
–No se acercará más a ti. No lo permitiré –repitió Kyle.
–Kyle, está bien –Daila se separó un poco para mirarle el rostro– no pasa nada. Él no volverá.
–¿Cómo estás tan segura? No voy a irme –insistió.
–¿Temes por mí? Puedo cuidarme sola, Kyle. Yo...
–No. No es eso –él negó– creo que te amo, Daila.
–¿Qué? –ella se separó totalmente de él, de golpe y con fuerza– ¿qué te pasa?
–Yo te amo... –Kyle repitió con incredulidad, como si estuviera hablando consigo mismo–. Te quiero, me preocupo por ti, te necesito, soy feliz a tu lado... ¿cómo pude no notarlo? Te amo.
–Kyle, por favor no digas eso.
–Dios, te amo. ¿Cómo pude estar tan ciego? No puedo dejarte.
– Kyle, no digas algo que no sientes.
–¿Qué haré ahora? ¿Cómo...? –él parecía que se hubiera vuelto loco. Daila notó que ni siquiera la estaba escuchando.
–¡Kyle, para! –insistió y lo tomó con fuerza de los brazos– ¡puedes dejar de decirlo! ¡Me estás lastimando!
–Pero, Daila, yo... –Kyle empezó y ella le puso un dedo en los labios.
–No, no lo digas –cerró los ojos, intentando controlar las lágrimas– solo no.
–¿Por qué no? –preguntó incrédulo.
–Es evidente por qué crees que sientes algo que no –Daila soltó–. Los sentimientos no cambian de la noche a la mañana. Menos en cinco minutos, Kyle. Entiéndelo, no estás pensando correctamente.
–¿Cómo no? –insistió él, abrazándola–. No puedo vivir sin ti.
–Eso no lo sabes. Ni siquiera hemos estado separados aún.
–No es necesario. La sola idea de irme de Italia sin ti...
–Porque tienes miedo.
–Sí... –Kyle negó– no. En parte. Es que yo, Daila...
–Te quedarás –aceptó Daila– pero vamos a tomarlo con calma.
–¿Qué cosa? –inquirió sin entender.
–Lo que tenemos –Daila no parecía encontrar las palabras–. Nos hemos precipitado. Ahora, volvemos a hacerlo.
–Yo no...
– Kyle, ¿estás consciente que hace menos de diez minutos habíamos terminado definitivamente y te marchabas a Canadá?
–Pero... –intentó protestar, sabiendo que era en vano. Sí, eso había estado a punto de hacer. Exactamente eso había pasado. Y habría sido el mayor error de su vida. No quería estar sin ella. No podía, ni imaginarlo.
Y, aunque Daila no quisiera creerlo, era mucho más que la idea de perderla en brazos de alguien más, alguien como ese sujeto. No, no toleraba el pensarla con alguien más. Ni siquiera si era alguien bueno, alguien que la amara como él no lo hacía. O eso había creído.
¡Eso lo había golpeado! ¿Amarla como él no lo hacía? ¡Claro que la amaba! La adoraba, necesitaba, quería, cuidaba... ¡la amaba! Con una intensidad desconocida hasta el momento, con cada fibra de su ser y no... no había sido reciente. Lo había descubierto apenas, cierto.
Tanta furia en su vida en tan pocas horas parecía haber desencadenado lo que tanto controlaba. Los sentimientos limitados que se obligaba a tener.
Había tenido tanto miedo cuando notó que se había marchado. La sola idea de no pasar cada día de su vida con ella era insoportable. ¿Era amor? ¡Claro que era amor! ¿Qué otra cosa podía ser?
–No puedo –Kyle clavó sus ojos verdes con intensidad en ella– no puedo dejar de decírtelo, Daila. Estoy aún intentando expresarte lo que siento, sin embargo no logro encontrar las palabras adecuadas. Solo que... te amo, realmente te amo. Y me gustaría que me creas.
–No –Daila cerró los ojos con fuerza– no me hagas esto, Kyle.
–Está bien. Te lo demostraré –Kyle se encogió de hombros cuando Daila lo miró–. Haré lo que sea, para que me creas.
–No es tan fácil –Daila pronunció lentamente.
–Lo sé, pero valdrá la pena. No voy a perderte.
–Creí que ya habíamos llegado a un acuerdo en ese aspecto.
–Eso fue antes –Kyle la tomó entre sus brazos. Daila suspiró con exasperación.
–¿Antes de qué empezaras a hablar como un loco?
–No estoy loco... –dijo, pero se llevó una mano a la barbilla– o quizá sí. De cualquier manera, no me iré.
–Kyle...
–¡Ya habías aceptado que me quedara!
–¡Pero no creo que sea buena idea!
–Igual me quedaré –Kyle sonrió. La primera sonrisa real del día, desde su llegada a Italia quizás.
–¿No vas a escucharme, verdad?
–A menos que sea para decirme que también me amas, no te escucharé.
–Kyle... –Daila puso en blanco sus ojos. ¿Realmente pensaba que iba a creerlo? ¿Así, de repente? No, eso no era real. Suspiró, no podía evitar que su corazón saltara al escuchar aquellas palabras, aun cuando su mente racional decía que no eran ciertas. ¿Qué iba a hacer? ¿Qué podía hacer?
–¿Sí, amor? –él sonrió con inocencia.
–Te puedes quedar, aquí mismo si quieres y participaré en todo lo que quieras hacer. Te escucharé y seguiré sin chistar, no obstante –Daila advirtió– debes prometerme que no volverás a decirme... eso.
–Pero... –protestó Kyle.
–Promételo –pidió firme. Él sabía que no podría hacer nada más que asentir.
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Nunca imaginé (Italia #10)
RomanceDaila Lucerni recibió una lección de vida particularmente clara con respecto a dejarse llevar por ilusiones infantiles. No lo haría más, estaba curada de eso. No se precipitaría, escucharía a sus padres y hermano... maduraría. Pero, con el corazón...