Daila no podía creer que sintiera intensos deseos de llorar, en una cafetería pública y frente a un completo desconocido que le sostenía la mano. Su apretón cálido había hecho que se sintiera extrañamente confortada, segura y triste. Todo era demasiado... demasiado reciente, demasiado duro, demasiado estúpido. ¡Ella había sido tan idiota!
–Gracias –de alguna manera, una simple frase le había dado un alivio inusitado–. Es complicado, te lo dije.
–Lo recuerdo –Kyle confirmó– pero yo te dije que escucharía encantado.
–¿Aún lo harás?
–Por supuesto, estoy aquí, ¿verdad? –sonrió–. No me iré a ninguna parte.
–Bien... –susurró Daila. Empezó su relato, contándole acerca del chico que conoció en una fiesta en un bar, el cumpleaños de una amiga nada apreciada por sus padres y su hermano mayor. Ella odiaba que fueran tan prejuiciosos, solo porque no era de su misma condición social. No importaba lo que dijeran ni las razones que dieran, ellos no la conocían. Él era un hombre que pasaba los treinta años, que había viajado por varios países y que estaba de paso por Italia. Se sentía fascinada, intensamente intrigada. No había escuchado nada, no había razones por las que ella se sintiera persuadida a no hacer lo que quería hacer. Era una rica heredera –le había dicho él– no necesitaba estudiar ni trabajar. Vivirían viajando, juntos y nadie tenía por qué impedirlo. Su tan querida amiga la había ayudado a escapar y no escuchó ninguna súplica o amenaza. Se marchó.
Kyle la miró atentamente. Daila se había interrumpido bruscamente, fijando la vista en frente. Él pensó que lo que seguía no podía ser nada bueno. ¿Cómo había terminado de vuelta en Italia? ¿Dónde estaba él? ¿Aún lo amaba?
Se había enamorado, locamente, como solo una adolescente puede hacerlo. Bien, quizás en teoría había pasado la adolescencia pero de ninguna manera había madurado aun. No hasta después... mucho después. Él no había sido nada, nada de lo que Daila en su febril mente había imaginado y conjurado. Resultó ser de modales groseros, pasado el velo de misterio que no era más que una fachada, detrás no había nada... nada que valiera la pena. Pero ella ya había entregado todo, lo había dejado todo por él... ¿cómo podía regresar a su casa y aceptar el fracaso? No, no lo haría. Así que lo intentó con más ahínco, se resistió a dejarlo e intentó ganar dinero que él no tardaba en gastar, realmente no sabía hacer mucho, jamás había tenido que trabajar para sobrevivir. En casa todo lo daba por sentado y ahí, en ese instante, Daila había notado lo mucho que su familia había hecho por ella, todo lo que significaban.
Ni siquiera una nota había dejado, unas cuantas llamadas durante ese tiempo y... lo hizo. Regresó a casa. Un día cualquiera se cansó, encontrarlo en un bar cada noche y luego cada día, con una mujer diferente cada vez... sencillamente la derrotó. Quería creer que tenía algo de dignidad aún. Volver a casa.
No podía recordar los rostros de su familia sin sentir una punzada de dolor.
–Fueron días... extraños –confesó Daila en tono bajo–. Regresé, pero no me sentía digna de estar en casa. Los había decepcionado a todos...
–Todos hacemos cosas sin pensar cuando somos jóvenes e inmaduros –Kyle se encogió de hombros, aunque no le soltó la mano–. ¿Quién no ha deseado salir de casa y demostrar que puede hacerlo todo por su cuenta? Yo vine a Italia...
–Totalmente diferente –negó tristemente–. Viniste a estudiar... de intercambio, me parece.
–Bien, no fue el mejor ejemplo de rebeldía –rió. Daila sonrió–. Imagino que no le comentaste a nadie lo sucedido.
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Nunca imaginé (Italia #10)
Roman d'amourDaila Lucerni recibió una lección de vida particularmente clara con respecto a dejarse llevar por ilusiones infantiles. No lo haría más, estaba curada de eso. No se precipitaría, escucharía a sus padres y hermano... maduraría. Pero, con el corazón...