Un final, contigo.

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Gracias a sus conocimientos de los materiales para la elaboración de las máscaras, tenía la facilidad de saber trabajar con metales. Que sí, que no sería algo de un aspecto extremadamente lujoso con diamantes y demás, ni con un metal caro, como plata u oro, pero que bien, lo haría.

Unos anillos.

Levantó al menor de sus muslos con cuidado de no despertarlo y lo llevó a un sitio aparte en donde pudiera recostarse y lo cubrió con una manta, sabía que dormiría bastante luego de eso que acababan de hacer.

Entonces después, de entre sus materiales sacó unas placas metálicas que tenía y se dio el trabajo de, afuera del taller, para evitar accidentes, fundirlas. No le importaron las constantes quemaduras que quedaban por unos segundos en su piel, pues al instante sanaban; era la primera vez que hacía algo como eso, sin embargo, hizo su mejor esfuerzo, para que aquello quedara bien; moldeó el metal, le dio una forma cilíndrica con el orificio en medio, siendo conocedor de los delgados dedos de su pareja y también, propiamente de la anchura de los suyos.

Tardó varias horas en el proceso de moldeado y perfeccionamiento del metal, claro, que tuvo que esperar también para las diferentes cosas que quería hacer y demás.

Y contrariando sus pensamientos, aquello no había quedado nada mal, como para ser su primer intento, de hecho, se veía bastante bien, luego de que la temperatura se regulara, los pulió y tomaron un mejor aspecto.

Se rió de sí mismo por lo cursi que era hacer todo eso, sin embargo, así eran las cosas, sus sentimientos eran realmente enormes en cuanto a Juuzou se trataba.

Todo eso, lo hizo afuera del taller, solo en la calle.

¿Por qué no compró mejor unos en vez de hacerlos por él mismo?

Bueno, sintió que debía esforzarse y además nada de malo traía querer hacer su propio anillo de compromiso.

Para entonces ya era de mañana, con todo listo, entró al taller para organizar sus cosas y luego ir a revisar cómo se encontraba aquél, y para su sorpresa, estaba dormido aún, rió y se dedicó entonces a hacer un bonito empaque para los anillos. Una pequeña caja roja, con una almohadilla negra y un listón negro para decorarla.

Y ahora el pelinegro entraba en un dilema, ¿qué le diría?

Le paniqueaba tan solo la idea de equivocarse o decir alguna incoherencia en el momento de pedirle un compromiso, de pedir ser el único en su vida.

Sí, tenía vergüenza y probablemente eso se notaría cuando el pequeño peliblanco estuviera despierto, acosándole por allí mientras él trabajaba.

Decidió seguir trabajando en la máscara que se suponía que entregaría al día siguiente, en un intento por escapar de sus pensamientos cuestionantes, que le hacían sentir nervios de tan sólo pensar que en cualquier momento su novio se levantaría y entonces, no sabría que palabras dirigirle ni en qué momento decirle qué.

Suspiró, y entonces, tal y como en sus pensares estaba predicho, pronto un pequeño peliblanco estaba allí abrazándole por detrás. Uta respingó, tratando de esconder su nerviosismo con una sonrisa, pero no se puede ocultar el sol con un dedo, ¿verdad?

— Uta... ¿sucede algo? 

Un nudo en la garganta se apoderaba del mayor, quien sonreía como si nada pasara. Tragó saliva con dificultad, inspiró, suspiró, parpadeó y entonces volteó a mirar, directamente a aquellos orbes rosa.

— No, no sucede nada. ¿Te parece si... — sus palabras sonaban bajo, el corazón se estremecía entre su pecho.

El menor admiró su silencio, dirigiéndose ésta vez al frente de su pareja, respirando intranquilo, pues sentía que el mayor iba a decirle alguna cosa importante.

¿Por qué no puedo matarte? | Uta x JuuzouDonde viven las historias. Descúbrelo ahora