Prólogo

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¿Acaso realmente se siente cuando tu alma se parte en pedazos?... no hay respuestas, solamente estoy atenta en mi mente dando vueltas entre el espacio vacío de mi habitación, chocando con las paredes blancas y frías sin ningún cuadro colgado en ellas.

¿Cómo he llegado hasta aquí?, ¿en qué momento he perdido la cordura?, ¿cuándo fue que dejé de ser mía para ser tuya?. Cada pregunta entra con dolor a mi consciencia y al notar que soy tan cobarde para no tener una respuesta vuelvo a quebrarme. Las sábanas se sienten ásperas y las almohadas húmedas por mis lágrimas.

Estoy odiándome en estos momentos, por permitir perder mi autocontrol por ti Victoria Beltrán.

Toda mi insípida vida se ha salido de control, el dolor con el que ella me recibe cada vez que la mujer de hielo flaquea se vuelve necesario, justo como la droga... te hace volar mientras te destruye.

¿Cuándo me preparé para enfrentar tu llegada a mi vida? Nunca, nunca estuve lista al dolor ni mucho menos al amor.

El único dolor que fui capaz de sentir en mi niñez fue el abandono de mi padre, pero entre más esfuerzo haga por recordar el ardor en el pecho nunca fue similar al que he llegado a sentir después de haber conocido a Victoria.

Aún me recuerdo a la perfección, viendo la espalda ancha cubierta por un fino saco del que hacía llamarse padre, salir sin mirar atrás por la puerta del hogar que duró años en construir, con sólo una maleta en mano. Tenía solo ocho años, mientras el suceso ocurría, yo descansaba sobre la alfombra con un par de muñecas al lado... no entendía lo que pasaba, con desesperación miraba a mi madre que observaba cómo se marchaba quien fue su esposo por doce años, quería levantar la voz para que alguien pudiera explicarme por qué mi papá salía por la puerta sin siquiera despedirse, pero los ojos vidriosos de mi madre los cuales lo miraban como nunca antes me secaba la garganta, era odio, eran fríos pero a la vez tristes.
Después de ese día mi madre Sarah fue una mujer distinta, se volvió tan fría, tan robótica. Ese maldito día no sólo perdí a mi padre, pues se llevó entre su ausencia a quien recordaba ser mi madre.

Toda mi adolescencia se basó en ser la mejor en clase para obtener tan solo un poco la atención de mi mamá, nunca tuve novio como todas mis compañeras, la recuerdo pasando a recogerme en la escuela, subía al auto en silencio, ella me recibía con un amargo saludo, mantenía los ojos fijados en horizontal solamente al frente, en ocasiones me observaba de reojo, pero su vista periférica era atraída con mayor fuerza a todas las parejitas, mis compañeras de curso con quienes eran sus novios afuera del instituto, soltaba un sonido de desacuerdo mezclado con burla y lanzaba miles de comentarios ácidos a cada uno de ellos.
Al fin y al cabo nunca me llamó la atención nada que se relacione a romance.
Nunca existieron consejos de vida, solo largas charlas para ser mejor en los estudios y un futuro exitoso, el mismo cuento que sin querer memorice.

Con el paso de los años me resultaba tan complicado soportar a mi madre, se me hacía imposible no ahogarme de desprecio al escucharla balbucear etrictas ideas sobre todo, hasta la manera correcta de respirar.


Aun recuerdo la primera película de romance que vi, salíamos de la oscura sala en la cual había terminado de reproducir el mejor filme de amor en ese verano, concentrada en mis pasos que se deslizaban por los pulidos pisos del cine escuchaba a mis amigas soltar miles de comentarios de adoración, sus exageradas descripciones de lo atractivo que era el actor Robin Earl quien domaba el papel principal, siempre me sentí extraña junto a ellas, pero solo en ese momento no pude evitar cuestionarme en si había algo mal en mi, ¿Por qué a mí no me mataban de igual manera los ojos azules de Robin?.

"Vamos Dayan, pensé que eras más inteligente. Enfócate en lo que de verdad importa, el amor no es más que una distracción" inevitablemente escucho la voz de mi madre rebotar en mi cabeza, aun recuerdo la tarde donde me encontraba casi escondida devorando pagina tras pagina de aquel libro enriquecido de drama y por ende abastecido en romance, aun puedo sentir el miedo al ver el rostro de mi madre al leer el empalagoso titulo grabado en la pasta dura. Eso fue mi adolescencia obedecer la estricta conducta que mi madre ejercía con cierta obsesión.

Después de todo esto ¿en qué momento me sentí valiente para sobrellevar nuestra historia Victoria?

Durante quince años consecutivos pulverice mis pestañas estudiando para la satisfacción de mi madre. Pero no todo fue tan sencillo pues soy incapaz de recordar el año en el cual la voz de mi única acompañante de vida se convirtió en el sonido más irritante que mis oídos podrían escuchar durante el día.

No fue hasta que cumplí veintiún años de edad que el valor me hizo una visita y fui capaz de huir de las normas rutinarias y estricta conducta. Aun sin terminar la carrera decidí enfrentar al mundo real, sin nadie observando fijamente mi nuca.

Las manos me sudan, tomo sin ver las prendas del closet lanzándolas desordenadamente a la maleta vacía.

Mi madre se encuentra en la sala leyendo un pesado libro que a duras penas sostiene entre los dedos, sin siquiera imaginar que está a punto de ver salir por la puerta a su hija haciendo exactamente lo que hizo su ex esposo hace trece años atrás, huir.

He planeado este día desde un año atrás y ahora que está pasando no puedo evitar dudar si es lo correcto o no, pero ya es muy tarde para arrepentirse así que cierro el ultimo zipper y tomo las llaves del auto. Mi caminar es firme pero la seguridad en mi es nula.

­-¿A dónde vas?- pregunta fríamente con un ligero temblor, espera respuesta mirando nerviosa mis maletas y las llaves que cuelgan en mi mano.

-A descubrir el mundo real- suelto sarcástica –lejos de ti, donde no escuche tus exigencias día y noche.

-¿Piensas ser capaz de estudiar y sostener un hogar?- ríe amargamente con burla, la conozco tan bien que distingo el miedo en sus ojos, incluso me atrevería a decir que una ligera capa cristalina los cubre.

-Eso ya lo descubriré- siento una puñalada en el pecho, es ahora o nunca –adiós, mamá.

-Eres igual a tu padre- murmura a mis espaldas.

Mis pies se detienen, es la primera vez desde que mi padre se marchó que lo menciona. Sus palabras solo crean más lágrimas que se acunan en la línea de agua en mis ojos.

Y ahora en este punto pienso que tal vez esa decisión fue un error, tal vez lo mejor fue seguir consumiéndome en esa fría casa a consumirme entre tus manos.

Aun no conozco el final escrito de mi vida, aun dudo que mis deseos me arrastren de nuevo a ti y el miedo me está consumiendo.

¿Qué pasará conmigo el día de mañana?... o mejor, ¿Qué pasará contigo el día de mañana?



...

Plácida condena Donde viven las historias. Descúbrelo ahora