Vista periférica

1.8K 176 46
                                    




Me acaricia con cuidado, hay algo que me rompe el límite, algo que nunca había sentido. Aunque esa línea esté ahí, ella la cruza y no sé si batalle al hacerlo pero para mí resulta casi imposible, sucede únicamente cuando estoy cegada por el deseo, la acaricio. Muero de ganas por hacerlo pero mis manos se mantienen serenas sobre mis costados mientras las suyas se deslizan a lo largo de mi cintura. Siento una capa delgada de vergüenza cubrir mi cuerpo, temor de grabar la suavidad de su piel en las yemas de mis dedos. Pero sucede, a pesar de mi interna resistencia a lo correcto o incorrecto, a pesar de la ética y su compromiso. Me besa con frenesí ardiendo en un deseo flamante de estreno para mí. Se desliza en mi cuerpo al rededor de cinco minutos mientras en mi cabeza ha pasado una década.

—Debo irme- dice al separase de mi rostro. Me limito a asentir. No deseo que se marche pero tampoco tengo la osadía de pedirle que se quede.

Tanteo con la punta de la lengua el peligro, lo desconocido que se me encarna en la vena aorta que me mantiene un poco más viva.
Temo moverme un milímetro y que sea la medida incorrecta, que todo termine, porque me descubro deseando con ímpetu que suceda. Mi cuerpo cobra vida y parece conocer lo que mi mente no.

—¿Se marcha? - pregunto sin atreverme a hablarle con demasiada confianza.

Se gira a verme, su cabello húmedo hace un contraste perfecto con su piel pálida. Siento un embrujo cuando la veo, el estómago da un vuelco y mi pecho lanza un grito ahogado.

—Debo hacerlo- responde firme.

—Su esposo la espera- murmuro como afirmación, el pensamiento se me sale de los labios.

No parpadea, me hunde en la nada que se esconde dentro de sus dos ojos verdes.
Da un solo paso hacia mí pero no lo suficiente para acercarse.

—Así es Dayan- responde en un tono adormecedor que me da una bofetada, me tumba de la nube que su cercanía me sube. No soy nada más que un capricho, un desliz, un arranque de placer.

Permanezco en silencio. Por alguna extraña razón ahora quiero estar sola, pero no lo demuestro, intento actuar como si no me afectara en lo absoluto.
Camina con una paciencia sobrenatural planta un beso en mi mejilla que me seca los labios. La veo marcharse por mi puerta.
Me visto con la incoherencia y comienzo a anhelar mi suicidio. La poca congruencia se encarga de mostrarme que quiero que suceda, lo que sea que tenga que ver con ella. Que pase lo que lleguemos a ser. ¿Qué somos? Nada. En la nada quiero hundirme y que sea lo suficientemente profunda para perderme en ella, siempre y cuando la sienta un poco cerca de mí. No tengo fuerzas para negarle nada, no después de haber sentido su tacto sobre mi piel.

Me acuesto entre las sábanas sin molestarme a quitarme la ropa. Asalta mi insomnio, sus ojos, sus labios, ella, repetida como disco rayado. Se me escapa una sonrisa de los labios. Pasa al rededor de treinta minutos hasta que caigo rendida al sueño.

La noche se aclara y una extraña emoción me avienta de la cama a la cocina. Preparo desayuno, mientras el pan brinca y el agua hierve, me ducho. Cinco minutos estoy fuera de la regadera con una bata absorbiendo las gotas de mi cuerpo. Tengo necesidad de ver a Victoria de nuevo. Desde que mis ojos se abrieron no dejo de pensar en ello.
Duro cinco minutos más que de costumbre frente al espejo con tal de lucir mejor que otros días.
No estoy segura si es mi ego o una estúpida impotencia que desea su cercanía. Una necesidad de atraerla hacía mí sin importar el costo.
Desayuno a duras penas luchando con las náuseas del nervio que se se intensifica cada vez que exhalo.

—Buen día- saludo a la recepcionista con una sonrisa tímida.
Ella me corresponde de igual manera.

—Buen día Dayan, ¿Qué tal va tu mañana?- indaga curiosa retirándose los anteojos.

Plácida condena Donde viven las historias. Descúbrelo ahora