Arder al rojo vivo

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Mi día no puede continuar en completa tranquilidad, es imposible dejar de pensar en ella y yo lo permito. Dejo libres mis deseos, suelto la correa que ataba mi necesidad de verle todo el tiempo.
Fugo los ojos del monitor a su oficina, las persianas se encuentran completamente abiertas y puedo mirarla sin limitaciones; claro muy en el fondo evito hacerlo demasiado pues no deseo que me atrape como adolescente de secundaria devorandola de lejos.

Se encuentra concentrada en su trabajo, a pesar de sus gafas y los delgados mechones de cabelo que se le cruzan en el rostro aprecio el verde llamativo que se mantiene ardiente en sus pupilas, las líneas que contornean sus labios atraen mi atención, casi gritando un nombre que con eco se siente muy similar al mío... ¡Mierda! ¿ahora qué estoy pensando? La libertad de mis pensamientos se esfuma por una milésima de segundo. Ella me ha descubierto.

Me mira y ardemos juntas.

Sus ojos me incendian a través de los cristales, mis mejillas se sonrojan como si me mirarán completamente desnuda. Éste contacto no termina y me parece tan torturosamente adictivo.
No logro descifrar que me dicen sus ojos pero estoy completamente segura que tratan de comunicarme algo. Su escote sigue ahí, intacto, ella se encuentra intacta mientras yo me siento arder en lo más profundo del averno.

Una brisa de cordura me golpea el rostro, huye de mi cuerpo la lujuria y me inundo de vergüenza. Soy una imbécil el plan no es exponerle frente a su cara lo que provoca en mí, ella misma lo dijo: el trabajo es primero. No puedo permitir que se de cuenta lo que ocurre en mi retorcida cabeza.

Corto el contacto visual de golpe, como si fueran carreras y continuo con trabajando un poco paranoica, no me atrevo a voltear ni de reojo. Pero siento una mirada insistente, no proviene del mismo lugar si no de más atrás y sé perfectamente quien es dueño de esos malditos ojos. Lo miro y el no se mueve ni un milímetro, disfruta saber que lo encuentro observándome después sonríe. No respondo su sonrisa opto por la opción de tomar un descanso de cinco minutos, me pongo de pie sin mirarlo y me encamino a la cafetería, escucho como Rodrigo se pone de pié al igual que yo. Sólo espero que no me siga o si no me preocuparé por como lidiar con él el resto del día.

Las puertas del ascensor se abren, entro en el rogando por no tener en las espaldas al estúpido contador, pero al dar la vuelta lo veo ahí justo atrás de mí, esperando a que tome un sitio para entrar. Maldigo cuando lo miro de reojo y lo encuentro con su estúpida sonrisa de galán.

-Dayan, linda. Quiero disculparme- paciencia, por favor no te fatigues. Necesito éste empleo.

-No es necesario el "linda"- respondo con una mueca de desagrado -está todo perfecto, solo deja de coquetear conmigo. No va a resultar- concluyo molesta. Miro los pisos descender tan lento que me causa impotencia seguir encerrada con él.

-Sólo trato de ser gentil- agrega con falsa inocencia, no me causa ni poquita confianza.

-Tampoco es necesario que seas gentil- suelto las palabras con la poca paciencia cayéndose a pedazos.

-Cielos como me pone que se resistan- murmura entre dientes para si mismo, logro escucharlo a la perfección y es la gota que derrama el vaso.

-¿Es una maldita broma? Está bien Rodrigo ¿quieres hablar?, hablemos. Necesitas grabarte en tu magnífico cerebro de contador que no caeré en tu coqueteo barato, no me causan absolutamente nada tus miradas ni sonrisas. Nunca quise ser grosera pero lo único que deseo es que te alejes- escupo las palabras furiosa, el sigue sonriendo y eso me hace enfadar el doble, que mierda le pasa.

Las puertas se abren. Salgo de prisa antes de obsequiarle un golpe a su cara de conquista. Es un perfecto idiota, nunca había conocido a un hombre con el ego tan elevado, bueno a excepción del prometido de Victoria, incluso podría jurar que son amigos, son tal para cuál.

Plácida condena Donde viven las historias. Descúbrelo ahora