Ella me gusta

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Fue de esas veces que los pulmones son irrelevantes porque no hay memoria ni patrón que te informe que se respira.
Un descontrol que arrasa la consciencia, lo incorrecto y las necesidades.

Me siento fuera de casillas. Con el cuerpo pesado avanzo hasta la puerta siguiendo el camino que tomó, a pesar de ya no tenerla de frente dibujando la ruta con su cuerpo, casi guiándome por su fragancia que ahora más que nunca se me impregna en las fosas nasales.

Está de más decir que estoy demente y que si por mi fuera yo misma entro a la camisa de fuerza. Me hormiguea el cuerpo, voy tan distraída que avanzo sin notar que he olvidado el portátil en el escritorio.

Están todos los trabajadores absortos en sus labores como si no notaran nada extraño o soy sólo yo la que se siente extraña.

El suelo pulido se llena de pegamento y freno en golpe a unos cuantos metros de la sala de juntas, entre el ruidajo de oficina comienzo a sentirme aturdida, me mantengo con la mirada fija a los cristales de la sala y ubico a todos saludándose, incluso a ella firme como siempre, soltando gélidas sonrisas a esos hombres trajeados, me percato que mis manos van más vacías y me bofeteo mentalmente.

Miro a todos lados totalmente paranoica y corro disimuladamente de vuelta a mi escritorio. Con las manecillas pisándome los talones revoloteo los papeles anteriormente ordenados sin ningún éxito al encontrar el portátil. Estoy siendo un fracaso.
Después del desastre recuerdo: está en el escritorio de Beltrán.
Me lanzo de prisa a la puerta de su oficina y justo en el momento que no estoy a la vista de nadie corro alarmada.

Ahí está, estúpidamente olvidado.

-¿Se le perdió algo?- escucho la voz de Victoria a mis espaldas.

Giro de prisa con él en las manos.
Lo levanto levemente en el aire mostrándoselo. Ella me mira fijo, casi creo que reprime una sonrisa burlona.

-Creí que ser escribiente no le complicaba la existencia- dice caminando un poco dentro de la oficina alejándose de la puerta.

-No lo hace, fue un descuido estaba distraída.

Me mira insistente, recordándome lo patética que me veo sin lograr hacer un trabajo sencillo.

-¿Distraída con qué exactamente?- me escudriña con la mirada.

¿Con qué?, me pierdo en ella de nuevo. Hay algo mal conmigo. Deseo correr.

Sus ojos brillan tan bien,  se mantiene de pie en medio de la oficina. Parece tener todo el tiempo del mundo, sin inversionistas en la sala de juntas esperando su discurso. La veo de nuevo en mis recuerdos, mi subconsciente insiste en tal respuesta suspendida al aire, para dicha pregunta antes planteada por sus labios.

-Me distraje un poco con...

Me calla el recuerdo vivo de su cercanía, su fragancia. Fue eso lo que me distrajo, ella. Pero cómo se lo digo tan crudo, cómo le afirmó que soy una demente. Ella me gusta.

Interna revelación me hace palidecer, mi cara se transforma y seguro es de espanto. Esto no puede estar pasando. Respiro con irregularidad, siento su mirada pero no me atrevo a ver sus ojos de frente pues me encuentro desnuda y se que ella lo notaria, vería mi alma descubierta, mis sentimientos enfermizos, el deseo que corroe mi cordura.

Puedo sentir sus ojos, la ropa me quema y el portátil pesa. Quiero correr de mis sentidos, huir de mis pensamientos. ¿Qué está pasando conmigo?

No debo permitir que esto avance y se escape de mis manos.

-Castellanos, le estoy hablando- murmura cerca de mi rostro, siento su aliento fresco. Su acercamiento me hace nadar a la superficie de mis emociones.

Plácida condena Donde viven las historias. Descúbrelo ahora