Imán

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—Maldita sea- lanzo de golpe al escritorio un bonche de papeles.

—Hey linda más despacio con las hojas que no te hacen nada– habla Rebeca acercándose a mi área de trabajo, mi humor no es el ideal para bromas en estos momentos.

Llevo una semana trabajando en la empresa y me temo que me he sobreexplotado para no cometer ni el mínimo error. Las pestañas me pesan a morir e incluso he tenido un dolor de hombros terrible. Tengo veinte minutos para terminar el horario de fin de semana para la señora Victoria y no encuentro la maldita hoja donde se confirmaba fecha y hora exacta de una junta con otra empresa.

En cuanto a la desquiciada mujer que mantiene de pie esta empresa, solo la he visto lo necesario. No duro más de dos minutos en su oficina al entregarle su café matutino, añadiendo que me mira rara vez para saber que existo y eso que llego a dudarlo.
Nuestra relación de trabajo es a través de aparatos, celular, teléfono o el monitor de la computadora al enviarle su horario cada día de la semana.

Su actitud arrogante sigue ahí tan fuerte como un caballo y sus ojos siguen igual, tan profundos como el océano, pero no cualquiera, si no el más terrorífico y oscuro.

La he visto pasar frente a mi escritorio, cada vez que entra y sale de su oficina. Instintivamente y sin ninguna explicación mis actos se frenan para mirarla pasar, a veces me recrimino mentalmente por hacerlo pero esa mujer por más que la miro es imposible descifrar, me resulta como un cubo de cristal cubierto con lonas negras, escondiendo cualquier  rastro de que es humana.
He visto entrar a un hombre, grande y bien vestido a su oficina varias veces, la primera vez que apareció casi me desmayo al corretear atrás de él por entrar a la oficina de la señora Beltrán sin consultar primero, sin duda la que llevaría las consecuencias sería yo, pero al ingresar como maniática, dispuesta a taclear a ese hombre bien vestido si o si, lo vi acercarse a ella y besarla en los labios.

No voy a negar que me resultó... extraño. No quiero ser grosera pero quien podría soportar de pareja a alguien tan arrogante. Como la mujer más patética del mundo balbuceé una disculpa y crucé la puerta hecha un tomate.
Días después me enteré por chismes de oficina que se trataba de su prometido "Eduardo Villareal" un gélido hombre de negocios que parecía preocuparse solo por él y sus empresas, al menos eso tenían en común a juzgar por lo poco que he observado de Victoria.

Me he llegado a sentir insegura entre este nido de serpientes, he intentado mantenerme fuerte. A veces no sé a quién quiero probarle mis capacidades, si a mí misma, a mi madre o a la maldita desalmada de la "señora Beltrán" la boca me sabe amarga cada vez que pronuncio su nombre.

Me encuentro sentada en la silla frente a mi escritorio, hoy lo pesado del día ya pasó, ahora solo me dedico a releer algunas invitaciones a presentaciones de productos. No es necesario tener un título para identificar el ligero matiz de suplica en las palabras formales que invitan a la señora Victoria para ver sus productos, con la esperanza de que los hagan ricos en un abrir y cerrar de ojos. A veces sonrío sola como una completa loca al leer como le lamen los zapatos a través de letras.

"Sería un honor" mencionan insistentes, no pude evitarlo me burle, las comisuras de mis labios se curvaron un poco y mi espalda relajadamente descansó sobre el respaldo dando tregua al dolor de hombros y columna.
Entonces tuve esa sensación, la de una mirada persistente y dura. Busqué entre los pocos empleados que me rodeaban en mi área, pero todos se encuentran concentrados en sus monitores.

Hasta que me topé con el infierno mismo en un par de ojos, consumiendome viva a travesando el cristal de su oficina.
Hoy como raro dejó las cortinas levantadas para observar el desempeño de sus trabajadores y no dudo que para reírse en sus adentros al ver como todos le besan los pies.

Plácida condena Donde viven las historias. Descúbrelo ahora