Gran paso invisible

2.4K 210 35
                                    



Ahora siento el doble de rabia, pero no puedo hacer nada más que respirar profundo.

—¿Joderme, por qué?– la sofocante punzada que siento en el estomago disminuye el volumen de mi voz.

—Aunque si lo pienso bien– se calla unos segundos y a mí me crece un signo de interrogación en el rostro -al menos te tolera más que a sus otros empleados.

Sigo sin comprender nada.

—¿Por qué lo dices?.

—No es mucho de compartir tiempo con los trabajadores. No más del necesario, incluso me atrevería a decir que su mejor momento es cuando estos terminan su trabajo y se largan.

—Entonces ¿me debo sentir halagada?– pregunto confusa.

—No, porque está del asco quedarte horas extras con esa mujer.

—Gracias– murmuro molesta.

Termino la llamada. Preparo lo que creo necesario para ser la maldita escribiente de la señorita Beltrán. Apilo varias agendas más el portátil en una esquina del escritorio, hoy me conformaré con la cena que tendré conmigo misma al llegar a mi departamento.

Doy un vistazo al reloj de mi muñeca y suelto un bufido, los de mi turno ya están en el trafico de una avenida.

Se escucha un timbrazo en el teléfono del escritorio, sabiendo lo que significa me encamino hasta la enorme puerta de madera, doy dos golpes e inmediatamente escucho su monótono "adelante".

—Ya tengo todo listo, estoy a su disposición– vuelve a mirarme y me arranca la seguridad del cuerpo, estuvo a punto de escaparse una sonrisilla de sus labios pero la frenó a tiempo con su gesto duro, ahora se burla de mí.

— A mí disposición – murmura y a mí me parece tan extraña –relájese por unos momentos, la noto tensa. Tenemos una hora para comer así que pida algo– solo ella es capaz de pedir comida en una orden tan recta.

—¿Le pido el menú de hoy del restaurante de siempre?– se lo piensa unos segundos para después asentir.

Doy vuelta sobre mis talones para repetir mis pasos por el suelo de madera pulida. Pero antes de girar la manija me frenan sus tonos autoritarios y sus aires de grandeza ahora sometidos se me estrellan en la nuca.

—¿Usted qué pedirá?– con el ceño fruncido me quedo tensa, esto es algún tipo de atención.

La miro de nuevo un tanto confundida.

—Comeré algo en la cafetería– entrecierra los ojos dándome un vistazo entre pestañas de pies a cabeza.

—Pida algo para usted– ordena, es fácil decirlo para ella pero una comida en ese restaurante me saldrá al mismo precio de lo que gano en un día de trabajo.

—Que lo carguen a mi tarjeta– finaliza leyendome la mente y volviendo la mirada a los papeles sobre su escritorio.

No sé si alegrarme o preocuparme por su atención.
Me mantengo de pie mirándola como estúpida, por más tiempo del que me hubiera gustado que hasta ella misma me voltea a ver con cara de pocos amigos.

—No es necesar– me fulmina con la mirada y su rostro me grita que mas vale que acate sus ordenes –está bien, gracias señorita.

Salgo de ahí a toda prisa antes de meter más la pata. Quizá no será tan malo trabajar para ella, tal vez solo eran exageraciones de todos y el león no es como lo pintan.

Ordeno atrás de la línea mientras mantengo los ojos fijos en los cristales cubiertos con las persianas de su oficina.

Pasan los minutos para poder tener los platillos en mi escritorio. Los tomo de prisa y mientras camino puedo sentir como se calientan las palmas de mis manos con la comida.

Plácida condena Donde viven las historias. Descúbrelo ahora