¿Hay novedades?

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Hacen un largo contacto visual, Rodrigo cede al ver que Victoria no lo hará. Si tuviera la opción de desaparecer ahora mismo, lo haría sin pensarlo dos veces.

-¡Pero mira! La famosisima señorita Victoria, que pronto será señora Villareal- dice amigable con un matiz venenoso que identifico sin problemas, a Victoria se le tensa la mandibula pero aún así sonríe hipocrita. Que clase de amistad tienen ellos dos.

-Dayan puede pasar a mi oficina, ocupo hablar con usted- me mira un segundo pero vuelve con Rodrigo.

-Por supuesto- camino de prisa dejandolos atrás.

-Las indicaciones han sido mandadas a tu correo, puedes comenzar desde ahora- escucho a Victoria a mis espaldas, no agrega nada más cuando suena el golpe de sus tacones en el suelo caminando hacía mí -Y alejate de mis empleadas- agrega dura deteniendo sus pasos.

Cuando la tengo a mí lado soy capaz de sentir sus ojos solo un segundo antes de que pase un brazo a un costado mío para abir la puerta, su acercamiento repentino me dispara los nervios, cada vez me preocupa más el poco autocontrol que tengo al estar junto a ella.

-Adelante- habla cerca sosteniendo la puerta, tengo la piel de gallina por el simple hecho de tenerla a medio metro de mí.

Entro y miro su oficina como si no la conociera, me dan nervios ver sus ojos y darme cuenta que me mira. Me da miedo verme consumida en el infierno corrosivo que tiene cobijado con pestañas.
Siento su aroma deslizandose por el oxigeno que inhalo, no llevo aquí ni un minuto pero ya me siento aturdida.

Respiro con fuerza intentando encontrar valor en el aire, me atrevo a mirarla. Camina a su escritorio y pone su portafolios en él, es inevitable ver el pantalon negro que se le amolda perfecto en las caderas. Me siento extraña al verla de ésta manera pero aún así lo hago, me enciende. Utilizo esa milesima de segundo para devorarla mientras sigue de espaldas.

-¿Me ha enviado el horario ya?- pregunta de pronto dando la vuelta, es inevitable sonrojarme al sentir que me ha descubierto viendola. Se recarga en su escritorio y cruza los brazos. Me mira firme aún con todo y su posición relajada.

-No, recién iba a hacerlo. Aún no he llegado a mi computadora- respondo apenada, siento el corazón a mil más sus ojos fríos que no ayudan de nada.

-Hagalo de inmediato, sabe que el trabajo debe de ser primero y no voy a permitir que sus coqueteos me repercutan a mí- habla furiosa, veo el infierno caerse a pedazos mientras me mira, no sé en que momento sus palabras me hieren y presionan mi garganta. Siento como las ganas de llorar ascienden por mi rostro hasta causar picor en la nariz al reprimirlas, mis manos sudan, tengo miedo de hablar y romper en llanto tan patética.

No deja de mirarme furiosa, espera una respuesta mientras yo sigo sin comprender por qué me afecta tanto su reclamo o el tono con el que lo hace, ¿cuál es la novedad? Desde el primer momento en que la tuve de frente mostró su caracter, ¿qué ha cambiado?

-Yo no estaba coqueteando- murmuro, de un momento a otro el llanto se convirtió en rabia y ahora tenía deseo de matarla -tengo claro que el trabajo es primero, si no hubiera sido por el maldito acosador de su amigo el horario ya estaría en su computador- suelto sin pensar, completamente furiosa. Me doy cuenta de el tono que he usado y que he maldecido a su amigo hasta que la última palabra sale de mi boca, me arrepiento al instante pero el daño está hecho.
No agrega nada, se limira a mirarme de pies a cabeza.

Me siento desarmada que idiota soy, seguro ningún empleado está tan demente por hablarle de esa manera pero al fin de cuentas ella tiene la culpa, estoy así de demente por ella aún no tenga validez mi excusa.

Plácida condena Donde viven las historias. Descúbrelo ahora