Pérdida de cordura

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Las puertas se cierran y el tiempo vuelve a correr con normalidad, me levanto del escritorio confundida no recuerdo haber terminado ahí, esto es tan extraño.

Mirar al rededor me descoloca como cubetazo de agua fría, la recepcionista me mira extrañada pero no le tomo importancia. Las orillas de madera comenzaban a causar molestia en mi trasero así que al sentarme en la silla me resulta relajante.

Devoro el platillo con escaso apetito, minutos atrás moría de hambre pero sin ganas de darme el lujo de rechazar comida y ni hablar del dolor de estomago que me daría en la junta por el hambre, lo como en silencio.
Siento mi mente volar por alguna dimensión extraña que ni examino lo que me llevo a los labios.
Como una sensación nueva pero homogénea, imposible de distinguir, ni un poco visible pero sabes que está ahí.

He estado tan ocupada que al mirar mi reflejo frente al espejo no me percato lo distinta que me veo, no me reconozco y se siente extraño no hacerlo.
Es como si necesitara verme mil veces para saber que soy yo.

Permanezco inmóvil, mirando a la nada como una perfecta demente hasta que interrumpe un pitido y en especial hoy suena mas molesto.

-Hola- contestó sin leer el nombre.

-¿Que tal el trabajo extra?.

-De maravilla, al menos he comido como reina en mi escritorio- identifico a Rebeca en la línea, igual no necesitaba mucha ciencia es la única que me llama.

-Me haces extrañar la comida de la cafetería- suelta con burla.

-En realidad no comí la famosa ensalada refrigerada- se ríe sin tomarle demasiada importancia -la señora victoria se encargó de mi platillo.

-No cabe duda de que te tolera demasiado- suelta más seria que al principio -se comporta muy extraño contigo, estoy un poco ciega pero no demasiado para notarlo.

-¿Por qué lo dices?- pregunto curiosa con una risilla nerviosa.

-Tiene bastantes atenciones y lo hace aún más raro que las tenga contigo siendo novata.

La duda se me clava como astilla al pecho y la necesidad de escuchar cualquier palabra que lleve de la mano a Victoria se me impregna en el cuerpo.

-¿Pero por qué lo dices, que clase de atenciones tiene conmigo?- pregunto haciendome la tonta -me da el mismo trato que a sus empleados.

La escucho reir con ganas.

-A ella no se le da muy bien hacer sentir que existen las personas que la rodean. Vive de pisotear y ordenar. Es una maldita perra que contigo se convierte a un dósil cachorrito.

-P... Pero yo. ¿qué es lo que tratas de decir? No entiendo- Rebeca suelta un bufido -yo no soy nadie, es una locura lo que dices, ni siquiera existe una excusa para que ella cambie conmigo.

-No pienso que sea tan ilógico linda.

-De verdad lo es, dime quien soy yo, ¿la reina de algun país? ¿hija del presidente? ¿por qué tener alguna clase de atención?.

Rebeca no para de soltar risillas que pareciera que me gritan "INGENUA".

-Quizá no es por quién eres, es por como eres, le atrae eso de ti- no agrega más y a mi me deja peor.

-¿Le atrae? ¿De qué hablas? Atraerle en qué sentido- mi mente lo más seguro es que esté jugando sucio, pero en alguna extraña dimensión me gusta este jueguito.

Me quedo donde mismo sin ganas de pensar en la forma correcta y real, fantaseo un poco sin notarlo, podría decir que hasta sin pensar, atraerle... Aún no sé en qué sentido, pero es imposible negar que me agrado el término.

Plácida condena Donde viven las historias. Descúbrelo ahora