Tregua

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Pov Victoria:

Existo en el vaivén de sus labios. Estoy segura que mi cuerpo comienza a adormecerse y renacen al naufragio mis deseos más recurrentes, mi cuerpo actúa por un impulso desenfrenado que no entiende de razones ni espacios.
Escucho las gotas de lluvia que golpean con fuerza en la ventana de Dayan, parece que empeora con el pasar de los minutos y una tenue oscuridad nos abraza al rededor del sofá.
Despegamos nuestros labios para mirarnos a los ojos; hay un brillo adictivo que rebota en los suyos, un destello que sale tímido cuando está cerca mío.

—La lluvia está empeorando– alcanzo a murmurar. No sé que me pasa que pierdo el habla por un momento cuando la beso, me siento extraña pero me gusta.

—Si, eso parece– dice ella apoyándose de mi pierna para inclinarse a ver la ventana; me recorre un extraño hormigueo. Me quedo mirándola siendo consciente de que esa simple acción le despierta los nervios y ésta vez no es la excepción

—Ya debería irme– acepto con pesar, si no lo hago ahora no podré salir de aquí, el enigma es si quedaré encerrada por el aguacero o por lo magnética que me resulta su cercanía en este momento. Se pone pensativa frunciendo el ceño dejándome intrigada.

—Tiene razón que desconcierto el mío, su prometido debe estar preocupado por usted– dice seria tomando la botella vacía que está en la mesa de centro y mi vaso; sonrío sin vergüenza mientras la veo irse a la cocina. Podría apostar todo lo que tengo a que está celosa.

Aunque que disfrute sus celos repentinos me da insomnio recordar mi matrimonio, sé que soy egoísta al no pensar en lo que siente Dayan con Rodrigo. Pensé que no le interesaba, incluso quise dejar en claro que no podía ofrecer más de mí, por el compromiso. Pero la veo tan desprevenida a todo, con su sonrisa tímida, su mirada fija y mis cláusulas se quedan empolvadas. Olvido quién soy.

Me levanto del sofá y la sigo a la cocina. La veo de espaldas lavando el vaso que usé, inmersa en sus pensamientos que me dan más ansias averiguar.

—Mi prometido salió de viaje– le aclaro como si lo sintiera necesario para volverla a tenerla cerca.

No me responde, decido acercarme con lentitud para no exaltar su pacífica y silenciosa respiración. Su cuerpo se pone rígido. Quiero acariciarla pero estoy temerosa a un costado suyo sin dejar de admirarla, esperando algo que me asegure que me ha escuchado.

Me aventuro a acariciar el largo de su brazo desnudo. Siento su piel erizar bajo mis dedos.

—No me debe explicaciones– habla por fin girando hacía mí y secando sus manos con una toalla –al fin de cuentas esto es un desliz ¿No es así?– me pude haber guiado por sus hostiles palabras, su tono frío engullendo mi ego, por la osadía perforando sus cuerdas vocales; con ella todo es distinto. Me doy el permiso de observar su parpadeo, su rostro tenso, pero sus ojos no me mienten, gritan temor, implorando por una tregua.

—Te equivocas– murmuro buscando su mirada –sé lo que es un desliz. Tú no te sientes como uno– le doy la tregua, bajo mi guardia, acomodo su cabello atrás de su oreja. 

Es hora de irme y dejar la tortura.

—Yo no quise– veo la intención de disculparse pero la interrumpo.

—Nada de disculpas, me dijiste lo que sentías, no tienes que disculparte por eso– digo guiñando un ojo –ahora lo mejor será que me marche o esa tormenta no me dejará salir.

—Gracias– murmura cabizbaja, muerde su labio como si quisiera retener las palabras. En un segundo me nace de nuevo la necesidad de besarla, pero la veo algo consternada. No quiero revolver su cabeza.

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⏰ Última actualización: Apr 07, 2020 ⏰

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