La veo y aún así temo que mi mente me proporcione una mala jugada.
Me tomo unos segundos para reflexionar si es real o no, mis ojos hambrientos la inspeccionan como si nunca lo hubieran hecho. Miro sus labios y me inyectan en las venas flashback de ellos sobre los míos, increíble, casi ficticio. Ha dejado gobernar su maldito ego ¿y ahora, qué hace aquí? Viene a rematar las secuelas que han quedado en mi cuerpo después de pasar por sus brazos; viene a pedir perdón o viene a botarme al condenado infierno del que ya estoy enraizada gracias a sus ojos.-Señorita Victoria, ¿qué hace aquí?
No trae nada que la cubra y su camisa mojada se le adhiere al cuerpo, eso me distrae.
-La mujer de recepción me ha dejado pasar- murmura pensativa evadiendo mi pregunta, eso me molesta un poco.
-Ya veo- respondo resignada.
-¿Eso le molesta?- las formalidades volvían y su cuerpo seguía frente a mi puerta pero yo la sentía lejos. Antes de reaccionar reconozco su extraña forma de dialogar, con evasivas e indirectas, todo mezclado para alimentar la incertidumbre y el deseo carnal que amenaza nuestros organos vitales.
-No- contesto de inmediato y al instante noto el hilo que corre desde mi espalda hasta sus dedos, como una jodida marioneta dando paso firme a sus necesidades. ¿o quizá compartimos la misma penuria? -bueno, no debieron de haberla dejado pasar pero ya no importa- por un momento juego a su arrogancia, intento actuar y hacerla creer que no me interesa. Cinco segundos, es todo lo que resisto, a quien engaño si la quiero cerca aún sea con su carácter del demonio.
-¿Me dejará pasar?- otra evasiva, parece ser fetichista de mis confusiones frente a frente.
Su pregunta me corta el aliento, mi corazón late y mis manos sudan. Ella me mira con cierta insistencia, yo sólo pienso en lanzarme a sus labios. Lamentablemente no poseo la osadía requerida para abalanzarme sobre ella, su rostro me frena y me descoloca.
-Lo siento- murmuro -adelante.
Entra pasando frente a mí, parece mirarme de reojo pero está más concentrada en el interior de donde estoy. Curiosea con la vista pared por pared aún estén vacías, se detiene un poco más en el pasillo donde están las habitaciones cerradas, por su insistencia noto que la duda de que habrá en el interior de ellas la abruma.
No sé que decir, me siento patética. Me dedico a observarla esperando palabra exculpada de sus labios. Acomoda su empapado cabello hacía atrás y recuerdo que se ha mojado con la lluvia.
-¿Desea algo de beber- hablo a su espalda provocando que se gire hacía a mí, sus ojos se concentran en los mios borrando mi congruencia -o una toalla?- concluyo guardando la exhalación en los pulmomes.
-Si, algo de beber no me caería mal.
-Una toalla tampoco- añado al ver que ha pasado por alto secarse -¿agua está bien?- pregunto al ver que no tomará mi palabra. Piensa un segundo antes de responder, su misterio hace crecer mis dudas.
-Mejor algo un poco más fuerte.
Afirmo con la cabeza y antes de encaminarme a la cocina me desvío al baño, tomo una toalla y se la pongo en las manos, Victoria se limita a mirarme con interrogativa pero en una milésima de segundo me percato que sus labios se curvean ligeramente.
-No quiero llegar a culparme si se enferma- me encojo de hombros y camino hacia la cocina.
Tomo un vaso con hielo y me dedico a la tarea de ebocar whisky en él. Mientras el amargo líquido llega hasta el límite indicado escucho los tacones de Victoria acercarse a la puerta de la cocina. Mi estómago da un vuelco y mi pecho vuelve a latir con fuerza, al parecer aún no controlo los nervios tratandose de ella.
Doy la vuelta con el vaso en la mano y me topo con sus ojos frente a mí, una distancia usual pero su fragancia se me aproxima al cuerpo y cualquier mínima cercanía me aturde. Baja sus ojos hasta el vaso en mi mano, luego los sube lentamente hasta mi rostro, se detiene en mis labios para finalizar mirandome a los míos. Todo lo hace una una sutileza que me agrada de más. Ha secado el exceso de agua en su ropa con la toalla y ahora repasa el cabello con ella con cuidadosos apretones.
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Plácida condena
RomanceDayan Castellanos, tras una infancia demasiado agotadora debido a la estricta conducta de su madre en una ardua búsqueda por bienestar después del abandonó de su padre, ha llegado a la etapa de independencia. A sus veintiún años de edad será momento...