Capítulo 22

2.1K 240 17
                                    

La habitación se llenó de esperanza, y era justo lo que la señora Park requería para ser libre.

Las cortinas blancas bailaban al son del débil viento que hacía en la templada tarde, al igual que su respiración, la cual disminuía en gran parte.
Los ojos de Jimin reflejaban amor, tristeza y enojo, quizá así se vería una persona que está a punto de perder a alguien especial. Quizá así me veía yo, igual de patético, creyendo que tarde o temprano la enfermedad que tenía mi abuela se curaría y que la envidia y egoísmo de mi madre impediría que ella falleciera.

— Jimin... — susurré — Es hora de irnos.

Mis manos estaban temblando, pero no más que las de Jimin. Sinceramente, nadie puede imaginar una vida sin la persona que fue tu apoyo durante tantos años, y tampoco una sin que la misma persona te haya dado tanto cariño. Suspiró hondo y dejó salir un par de lágrimas más y sostuvo con más fuerza la mano inmóvil de su madre.

— Aún no se ha ido, YoonGi.

Tragué saliva, pues estaba equivocado... Ya se había ido de su lado, y nadie, ni él, la regresaría a su estado normal.

— Jimin...

— ¡Sigue viva YoonGi! — gritó con la cabeza escondida entre su madre y las sábanas — Ella... Ella sigue aquí conmigo... Prometió quedarse siempre...

— Jimin... Yo... — no sabía que decir, así que sólo me acerqué a él y puse mi mano sobre su hombro, su reacción fue apartarme y seguir enganchado a su madre.

— Deja de decir mi nombre...

— ....

— ¡Di algo carajo! — la soltó y se levantó de la pequeña silla — ¡Deja de quedarte callado y ayúdame!

— Yo...

— ¡¿Qué?! — agarró mis hombros y comenzó a zarandearlos bruscamente, era obvio que necesitaba desquitarse con algo.

— Golpéame.

Sus ojos se abrieron, dejando ver lo rojo y cansados que ya estaban estos.

— ¿Q-que dices?... — Yo no...

— Hazlo.

— N-no puedo hacerlo... Tú...

— Entonces deja de llorar, ¿puedes? — con mis pulgares limpié sus mejillas y acerqué su cara a mi pecho — Imagina como se siente tu madre ahora. Es libre. Ya no sufre de nada, es feliz. — suspiré abrazándole con mayor fuerza — Debería estar pensando que tiene un hijo maravilloso, después de tantos años le ayudaste a no caer, pero llegó a su límite. Las personas no estamos hechas de acero Jimin, y es algo que debemos entender siempre.

Alzó la cara, nuevamente con lágrimas, con una expresión de confusión mientras apretaba la ropa que llevaba puesta.

— ¿Por qué las mejores personas se van? Mi mamá... No merecía esto...

— Porque llega un momento en el que su lugar no es aquí abajo.

— ... Vámonos...

— ¿Estás seguro? — acaricié su pelo — Podemos quedarnos otro rato.

— No... — Ellos se encargarán de... Mamá.

Jimin se aferró a mi cuerpo como si fuera un koala. Ambos salimos de la habitación, dejando a alguien que llevaba la pureza consigo misma, y sin mirar hacia atrás salimos de su casa.
Ni él ni tampoco yo queríamos estar en ninguna de las dos casas, por una parte mis padres estarían como locos al saber que su madre falleció, y Jimin no tenía las palabras para explicarlo ahora.
Entré silenciosamente por las llaves del auto, sería mucho que quiera caminar hasta el departamento que tenían mis padres del otro lado de la ciudad.

•Renta de novio•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora