III - Memorias perdidas

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Eriol solo se había enterado hacía un par de días que los novios ya habían vuelto a Tomoeda. La sorpresa en su rostro fue increíble cuando oyó que Sakura le decía que estaban allí desde hacía más de un mes. Había estado fuera de la ciudad mientras aguardaba su regreso, por precaución, después de todo pensaba comenzar a hablar con Shaoran sobre la profecía a penas llegara, había sido una pérdida tiempo esperar su regreso.

Se encontraba junto a la muchacha en el templo Tsukimine, había decidido pasar a saludar a los guardianes que lo custodiaban cuando se la encontró. Iba vestida de sacerdotisa y barría las hojas que cubrían el suelo del lugar.

—Vaya... que mal que te hayas enfermado Sakura— comentó el inglés. —De hecho aún no te ves muy bien, ¿Fuiste con un médico?

— ¿Enserio?— se tocó el rostro. —Hoy no me he sentido muy bien es verdad, desperté mareada, tal vez debería ir por la tarde.

—Ya lo creo.

—Sí eso haré, si buscas a Shaoran está en la oficina, debió irse muy temprano así que no lo encontrarás aquí.

—De acuerdo— silencio. —Sakura... ¿Te gusta mucho trabajar en el templo?

—Me encanta— la sonrisa de ella lo evidenciaba. —Siento que puedo hacer algo útil protegiendo a todos.

—Claro... comprendo lo que dices— la miró serio. — ¿Y las cosas con Kasai están bien?

—Sí, es de mucha ayuda.

—Qué bueno escucharlo— sonrió con cordialidad. —Bueno, iré a visitar al flamante esposo— la vio ruborizarse. —No olvides ir al médico ¿Sí?

—No lo haré, gracias Eriol.

—Nos vemos.

Sakura permaneció mirándolo marcharse sin tener idea de la preocupación repentina del joven inglés. Ella no estaba al tanto que no era la única que había tenido sueños poco usuales, pero olvidó todo lo relacionado a su conversación cuando vio subir a un anciano de cabeza calva y larga barba blanquecina. Se paró apropiadamente erguida y sacudió sus ropas para apartar el polvo que seguro traían.

El hombre avanzó con paso tranquilo hacia ella, con una amplia sonrisa. Sakura le hizo una reverencia educada y le devolvió el gesto.

—Buenos días ¿Qué tal Sakura?— oyó.

—Buenos días señor Jin Qiu, me encuentro muy bien ¿Y usted?

—He estado mejor... pero así es la vida ¿Cierto?— suspiró. —He venido a rezar un poco, siempre hay que sacar lo que se guarda en el pecho ¿Sabes?

—Por supuesto— lo acompañó con calma hasta la entrada del templo.

Sakura le dio su espacio cuando lo vio arrojar unas monedas y golpear las palmas, al hombre se lo notaba bastante debilitado y le extrañaba que hubiera escapado de sus guardaespaldas y acudir solo a donde ella estaba. Lo notaba con la guardia baja, como si estuviera muy cansado para moverse con la cautela de siempre, quizá se tratara de la tristeza, el anciano había perdido a su única nieta, normal que quisiera algo de paz.

Se acomodó a un costado y miró el cerezo sagrado que crecía en el lugar. Era espléndido, no dejaba de dar flores a pesar de estar en otoño, sabía que se debía a su magia, sin ella probablemente no demoraría en marchitarse pero por el momento todo estaba bien, las personas que allí iban no dejaban de asombrarse por él.

—Sakura, querida, siento mucho lo que has tenido que pasar por culpa de mi familia...— oyó, y lo miró sorprendida. —No fue tu culpa para nada pero el clan Li no te ha agradecido como debía por haber evitado una catástrofe como la que se hubiese generado.

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