XXIII - Debajo del cerezo

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Retiró la bandeja con la taza de té y el pastelillo del escritorio y depositó otra en su lugar. Era rutina diaria encontrarse con que la comida estaba intacta o que a penas había sido probada, así que no se sorprendió ni un poco. Aunque, de todas maneras, resopló con hartazgo para que se diera cuenta de que no le gustaba nada esa actitud pero, como siempre, fue ignorado.

—Volvemos a viejas costumbres, por lo que veo— soltó Ryu.

—No tengo apetito— contestó su jefe sin dejar de teclear en su ordenador ni apartar la mirada de la pantalla, por supuesto.

—Que no tengas apetito no significa que no debas comer.

Como no quería iniciar una discusión que no llevaría a nada salió del estudio, suspirando, no consideraba tener la paciencia suficiente para afrontar el ánimo lúgubre del líder del clan Li, se había vuelto intratable e, incluso, desagradable en algunas ocasiones, principalmente cuando se le recordaban cosas del pasado.

Shaoran no volvería a ser el mismo.

Cerró la puerta tras de sí y negó con la cabeza a su esposa que lo miraba con expresión interrogante, le enseñó la bandeja llena como prueba.

—No quiso comer...

— ¡Ese idiota! ¿Qué quiere lograr con esto?

—Déjalo, al menos ayer cenó y hoy comió algo de lo que preparaste a mediodía— suspiró. —Le está costando.

—Lo sé pero...— bajó la mirada, entristecida, y jugueteó con sus dedos. —No puede seguir así.

—Por ahora tenemos que quedarnos a su lado para lo que necesite, no se trata de algo fácil de superar— la abrazó. —Sé que yo no habría podido tampoco... ¿los niños están en su habitación?

—Sí, Teo ya se había dormido para cuando fui a verlo y Shiori... bueno, está como siempre.

El guardaespaldas asintió y se dirigió al cuarto de la niña, entró luego de tocar y no recibir respuesta. Estaba ovillada debajo del edredón, de espaldas a la puerta. Volvió a suspirar.

Las cosas se habían vuelto muy difíciles luego de que Sakura se sacrificara para salvar la ciudad, la familia Li había quedado destrozada, en especial la pequeña Shiori, quien se negaba rotundamente a aceptar que su madre ya no estaba con ellos. Constantemente discutía con Shaoran y le reprochaba que quisiera olvidarla, lo que no hacía más que enfadarlo.

—Shiori... sé que estás despierta— la niña se revolvió y lo miró, con los ojos cargados de lágrimas. Ryu se acercó y la abrazó. —Ya... ya...

—Q-Quiero... a mi mamá...

—Lo sé, lo sé Shiori.

—No es justo, mi mamá tendría que estar aquí— lloriqueó. — ¿Por qué no está?

—Tranquila, ya verás que las cosas volverán a acomodarse de a poco, no tienes que preocuparte, aunque tu madre no esté aquí nos tienes a nosotros, no estás sola.

—Ella me dijo que no lo estaría tampoco.

— ¿Cuándo?— Ryu se enserió, algo esperanzado.

—Antes de que me tocara, sentí la magia de mamá ese día, nos prometió que siempre estaría a nuestro lado, que no tuviéramos miedo, y luego me dio un beso en la frente.

El guardaespaldas miró la frente de la pequeña, donde relucía la deificación que le había entregado, para que fuera la sucesora del templo Tsukimine. Torció el gesto, llegando a la conclusión de que no era algo de relevancia.

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