El Cirujano de la Muerte

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Corrí hacia ella al tiempo que apretaba el botón del dispositivo que sostenía en la mano. Sujeté a Nami por la cintura y tiré de ella hacia atrás, obligándola a sentarse entre mis piernas. Estreché con fuerza su espalda contra mi pecho y ambos encogimos las piernas instintivamente cuando sentimos el calor abrasador de las llamas. 

El mecanismo del dispositivo se activó justo a tiempo y en un pestañeo, la fibra de carbono terminó de completar el círculo, formando un escudo que superaba con creces la estatura media de una persona. 

Sufrí el impacto de la explosión en el brazo, el cual perdió terreno frente al fuego, y ahogué un gruñido cuando sentí cómo al material se calentaba en mi mano. Si ya hacía calor en aquel traje de zetex, no quise imaginar cómo debía sentirse la ladrona.

Sentí mis pulmones arder y el brazo con el que sujetaba el escudo comenzó a temblarme de forma alarmante. Un minuto más y no podría seguir haciéndole frente a las llamas. 

Cuando noté que el empuje no era tan fuerte y fui consciente de que el fuego que pasaba por encima de nuestras cabezas era menos denso, me puse en cuclillas, dispuesto a sacar a la pelirroja de allí. 

Le apreté varias veces el brazo en un intento de darle una señal para que se levantase, pero no respondió. Es más, parecía que las fuerzas la abandonaran. Maldije entre dientes y me la cargué al hombro como pude al tiempo que me ponía en pie, sujetando el escudo por encima de nosotros. 

Sentí el impacto de los trozos de techo golpeando el escudo y apreté la mandíbula con fuerza. Sorteé los escombros de la edificación y el fuego lo más rápido que pude, y atravesé el escaparate de la construcción intentando no arañar la piel de Nami con los restos de la vidriera. 

No perdí tiempo en girarme para ver los destrozos que había provocado la onda expansiva, de eso ya había sido testigo unos segundos antes de entrar. El edificio comenzó a venirse abajo y yo aceleré el paso.

La primera palabra que salió de mis labios secos fue su nombre, dos sílabas que me calaban el corazón. No hubo respuesta. Quería tomarla entre mis brazo y comprobar que estaba bien dentro de lo que cabía, me moría por saber que aun respiraba, pero debía de mantenerme firme. Si le pasara algo por mi culpa no me lo perdonaría.

De modo que esperé impaciente a que estuviéramos lo suficientemente lejos del edificio, y solo cuando vislumbré el todoterreno de Bonney, pude reunir el valor necesario para apretar de nuevo el botón del escudo, el cual fue recogiendo las aspas que lo formaban, y sujeté a Nami con ambos brazos. 

Estreché su cuerpo inconsciente contra mi pecho y me mordí el labio inferior con fuerza en un vano intento de no sentir cómo el corazón se me hacía pedazos.

Bonney no se molestó en abrir la puerta, cosa que me irritó bastante y razón por la que más tarde tendría una seria charla con ella. Aunque sabía perfectamente que estaba molesta conmigo, no me pareció escusa para ese comportamiento infantil.

𝐁𝐚𝐥𝐚𝐬 𝐝𝐞 𝐩𝐥𝐨𝐦𝐨 [Law x Nami]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora