Pretensiones

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Sakazuki no era un hombre al que le gustase esperar o hacer esperar demasiado. De hecho, no había nada que detestara más en el mundo.

Hacía demasiado tiempo que no convocaba a sus tres hombres de confianza en la misma habitación, aunque eso no parecía ser ningún problema. Ninguno se atrevía a mover ni un músculo con el Líder de la Mafia allí presente. Y eso, Akainu lo sabía a la perfección.

Imaginó lo que podría estar pasando por las minúsculas cabezas de sus secuaces. De seguro pensaban que el pricipal objetivo de aquella reunión sería tratar las pesquisas sobre la ladrona y el asesino que habían puesto en dos meses los planes de la Mafia patas arriba. ¡Menudos incompetentes!

Si ese hubiese sido el pesar que no lo dejaba dormir por las noches, entonces no merecía el título de Líder de la Mafia. No. Ellos no representaban ningún obstáculo en sus planes. Al fin y al cabo, la Gata Ladrona estaba con ellos, ¿cierto?

Sakazuki escondió su sonrisa en el dorso de las manos mientras esperaba al más importante de sus invitados. Las puertas se abrieron para dejar paso al hombre que fue verdugo de dos de sus mejores hombres. Akainu torció disimuladamente el gesto. Aun recordaba los rostros desencajados de Aokiji y Kizaru tras haber sido atravesados por la misma bala. Los Tres Peces Gordos no pudieron evitar sorprenderse al verlo, y se removieron en sus sillas, incómodos.

Era inconcebible que un mocoso de diecinueve años pudiera intimidar de aquella forma a los altos mandos de los bajos fondos de la sociedad.

Aun esposado de manos y pies y escoltado por diez de sus mejores mercenarios, Sakazuki pensó que aquello no sería suficiente para detenerlo en caso de que el crío hiciera uso de toda su fuerza. Aunque eso no iba a pasar. Solo tenía que fijarse en las pronunciadas ojeras bajo esos ojos hundidos, en su cuerpo famélico y en el disimulado tembleque de sus piernas para convencerse de que el chiquillo no intentaría nada imprudente.

El prisionero intercambió una mirada de odio con el Líder de la Mafia, una ojeada que hizo que el mismísimo Akainu sintiera ganas de abandonar aquella sala. No pudo evitar sonreír de lado cuando no le cupo duda. Sí, definitivamente Nami volvería a buscar al mocoso tarde o temprano. Cumpliría su parte del trato.

Los mercenarios obligaron al muchacho a tomar asiento frente al Líder de la Mafia, quién se doblegó pese a que sus ojos desafiantes seguían sosteniendo la mirada de Sakazuki. Un silencio irreal se apoderó de la sala.

-- ¿Qué hace aquí? -- preguntó Barba Negra después de unos minutos, era evidente el nerviosismo en sus palabras.

Sakazuki estaba decepcionado con el semblante de los presentes. Era obvio que aun no comprendían por qué se había tomado la molestia de reunirlos a todos bajo un mismo techo a pesar de la constante tensión que había entre ellos. Seguían empeñados en desviar su atención hacia la Gata Ladrona y el Cirujano de la Muerte, insectos que el mafioso ya tenía aplastados bajo la suela del zapato.

𝐁𝐚𝐥𝐚𝐬 𝐝𝐞 𝐩𝐥𝐨𝐦𝐨 [Law x Nami]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora