Luxor, Egipto, valle de los reyes. Actualmente.
Arena, arena... y más arena. Juro que jamás volveré a pisar este lugar en muchos años. Claro, que si estas en medio del desierto en una maldita tormenta de arena lo único que vas a encontrar es irónicamente arena. Y aun así, sigo intentando caminar entre la arena, tan lento...
Lo único que hace que no me pierda es el rastro que sigo desde que salí. Es bueno que haya una tormenta, significa que no hay mortales por aquí. Y como aparecida de la nada, la entrada a la tumba en la que me estoy ocultando sale de entre la arena. Verán, este lugar es magnífico para mí, no ha sido descubierto aun. El ruido del viento se detiene cuando entro, y hago desaparecer el rastro. Luego, extiendo la mano y sello la entrada.
— Han— llamo, mi voz suena amortiguada por el manto de tela que usaba para protegerme de la arena, lo desenredo y lo dejo cae al suelo. Ah, hay arena en todas partes— HAN— nada. Mi aprendiz solo no aparece. — Hanley, si no vienes aquí ahora mismo te hare un maleficio de urticaria.
— ¿otra vez?
— Pequeño mocoso insolente— Hanley es un adolecente, dieciséis años y actualmente es una pesadilla— ¿lograste hacer el ritual?
— ammm... no. Hice el pentagrama, juro que salió bien, pero no apareció nada— Han y yo vivimos en cualquier lado, vamos de un lado a otro, aunque a veces nos quedamos mucho tiempo en algún lugar, los dos somos algo así como proscritos. Nadie nos quiere, nadie nos ocupa.
— de seguro estuviste vagueando otra vez.
— claro que no, me ofendes, maestro Hadrien— suspiro, estos mocosos. Hanley tiene el cabello rojo oscuro, la piel blanca y los ojos color ambarino, casi amarillos y con las pupilas alargadas. Aun es un niño, su rostro es muy infantil y redondeando, por lo que no pareciera que estás viendo a un nigromante. Por eso la apariencia tan inusual de Han. Eso no es nada.
Yo, soy Hadrien, el mejor nigromante que existe hoy en día. Si la apariencia de Han es única, la mía lo es más. Mi cabello es negro, negro real y no castaño oscuro, y mis ojos son de color azul pálido, casi traslucido y demasiado para un humano. Todos los que nacemos con el destino de poder usar algún tipo de magia tenemos alguna marca distintiva, algo que nos hace diferentes al resto de las personas, y al resto de nosotros mismos también.
— ¿me dices que hiciste un pentagrama en una tumba en el valle de los reyes, lleno de momias y espíritus y que no pudiste invocar ni un miserable espíritu?
— no.
— no lo haces bien— gruñó, y levanto la mano, con la palma hacia arriba, siguiendo mi movimiento, un espectro sale de la tierra, no es más que un espíritu grisáceo, casi transparente— y sin pentagrama— Han silba, observando el espectro. Con un ademan de la mano lo hago desaparecer.
— no es justo, tú tienes más tiempo practicando.
— Han, esto lo hacía desde... mejor olvídalo y sigue practicando— claro que tengo más experiencia, no en vano he vivido tanto haciendo esto.
— Tengo sueño.
— nada de tengo sueño. Vas hacer invocaciones hasta que hagas que algo aparezca— Han reniega, pero aun así le veo ir hasta el fondo de la tumba, donde hay un pentagrama pintado en el suelo con tiza.
Ser un nigromante no es la gran cosa... bien, la verdad sí. Ser un nigromante significa muchas cosas, ninguna buena para ser sinceros.
— ¿encontraste lo que querías?
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Crónicas de un villano
FantasyEn este mundo existe la magia, hay magia en todo. En el aire, la tierra, el fuego, el agua... en la luz, y en la oscuridad. Algunos humanos pasaron su vida intentando controlar esa magia... y lo lograron. Ahora muchos años después, todavía nacen pe...