7.- La muralla se desarma

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-¿Quién te crees que eres? -sentí como mis ojos se cristalizaban

-Puedes llamarme tu salvador -dijo encogiéndose de hombros, me sentía frustrada y demasiado triste para reclamarle algo. Una lágrima bajó por mi mejilla y me desborde, mis rodillas chocaron fuerte con el cemento y las lágrimas comenzaron a salir, primero de a una y luego se convirtieron en fuertes sollozos.

Era como si todo lo que me había guardado los últimos días... no era como si lo que me había guardado los últimos tres años decidiera salir justo ahora y no lo podía detener.

-Oye...-dijo el chico y sentí sus manos en mi espalda y de pronto estaba envuelta en un abrazo de su parte. Fue peor, sentía como mi corazón se rompía con cada sollozo que salía de mis labios, no podía dejar de llorar sentía que me ahogaba y las lágrimas no se detenían. Él hacía círculos en mi espalda mientras me susurraba cosas para tranquilizarme.- Todo va a mejorar -dijo, pero él no tenía idea, nada iba a mejorar.

-Po... porque... no -un quejido salió impidiéndome seguir- porque no entiendes que quiero morir -logré decir entre sollozos, el sonido salió algo ahogado, debido a que mi cara estaba tapada por mis manos y su abrazo.

-Tú no quieres morir, solo crees que no puedes superar lo que sea que te haya pasado. Pero sí puedes -dijo el chico con voz baja.

No sé cuánto tiempo estuvimos así, pero él no me soltó en ningún momento incluso cuando dejé de llorar siguió abrasándome y nos quedamos en silencio. Los autos pasaban, seguramente las personas reían en alguna parte mientras yo me estaba rompiendo.

Mi respiración se calmó al fin y me sentí diferente, era como si un gran peso hubiera sido removido de mis hombros.

-¿Te sientes mejor? -había olvidado que estábamos abrazados así que me separe enseguida de él.

-Sí... gracias -mi voz se escuchaba extraña.

-Vamos, te invito un café estas tiritando.

-No es necesario, -me puse de pie- estoy bien.

-Yo no diría que estas bien y no creas que te voy a dejar sola aquí así que ponte esto -dijo sacándose su chaqueta y poniéndola en mis hombros- y vamos.

Era como si todo el cansancio del mundo hubiera decidido venir a mi cuerpo, así que no discutí con él y dejé que me guiara a donde sea que me llevase.

prometo quedarmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora