La decisión de Saori.

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Las guerras habían cesado, la sangre derramada ya había sido borrada, los episodios de angustia se habían cerrado hace mucho tiempo. Tanto su cuerpo como su alma se habían cansado. Su espíritu había sido quebrantado. Su destino siempre había sido el mismo; velar por la Tierra, protegerla a toda costa aun si eso significaba llevar sobre sus hombros el peso de la muerte de sus caballeros, con el peso de no poder ser jamás una mujer normal y no es que no le gustara, no es que se quejara pero no dejaba de ser injusto, nadie le preguntó jamás si quería ser la Diosa protectora de la Tierra. 


Saori Kido fue criada en un principio como una niña caprichosa, nada se le negaba y lo peor, fue criada entre quienes después arriesgaron sus vidas para protegerla. A sus ya 25 años había sufrido tantas emociones y perdidas que sentía que había vivo el doble de su edad, tenía que ser honesta consigo misma, ya no podía más, ya no quería más. Sin embargo otra guerra se avecinaba, lo sabía y no podía desproteger a su amada Tierra, pero siendo honesta, ya no tenía el valor para seguir en su tarea no quería volver a ver a sus caballeros morir, pero por sobre todo. . . Saori no quería verlo a él sufrir de nuevo, no otra vez, por eso tomó una decisión.

Athena ya no queria ser más la diosa. Esa fue la primera decisión de Saori, sabía que su padre, Zeus estaría molesto, que dejaría caer una gran calamidad sobre la Tierra, más no sabía cuándo y ella ya no estaba dispuesta a pelear, ya no , ya no lo haría pelear más por ella, ya nunca más.

1 de Agosto

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1 de Agosto.

El sol brillaba esplendoroso en la ciudad de Tokyo, imponente y radiante, un lindo día para salir.

— Odio salir con este calor —  Una muchacha de unos 17 años paseaba cargando unas bolsas, pero pronto se detuvo a estornudar un par de veces y luego siguió caminando cantando despacio alguna canción que escuchaba con sus auriculares puestos, iba tan concentrada que no notó cuando de pronto se topó con alguien. — Lo siento. . . No vi por donde iba—. Se disculpó avergonzada, no tenía intenciones de causar problemas, más pudo ver que la persona no se movía y pronto le dedicó una linda sonrisa.
—No te preocupes. Debes venir conmigo— Una voz masculina la saco de su letargo. Un hombre alto, de cabellos marrones y piel morena estaba frente a ella sonriéndole, tenía en su espalda una caja dorada y muy pesada, al menos eso le parecía a ella.

— Disculpe. . . ¿Ir con usted? ¿A donde?— Extrañada comenzó a ponerse nerviosa y dar pasos hacia atrás, era muy extraño que alguien que no conocía le dijera aquello.
— Alguien necesita hablar contigo—. Aquel hombre la jaló de la mano para comenzar a caminar con ella. Más ella se detuvo y se sacó de su agarre con rapidez y desconfianza.
— Espere, yo no puedo irme con usted ¿Qué le pasa? ¡Es un extraño!
— Dijiste que era cooperadora, Dante—. El moreno rasco su cabeza desconcertado y le habló a otra persona, ese nombre que pronuncio le era conocido a la chica.
—Lo siento Seiya, la recordaba más cooperadora, pero qué va, yo me encargo—. De las sombras una figura masculina salió, un joven dueño de una silueta que ella conocía, además  comprendió que aquel hombre que la vino a buscar se llamaba Seiya.
Al otro joven ella si conocía, bastó con escuchar su voz y mirarlo bien.  Ese chico de cabellos lacios y negros, de piel blanca, de mirada gentil y rostro risueño. Lo reconocería donde fuera.
-¿Cómo haz estado, Ariandel?-. Le pregunto el joven sonriéndole.

La joven muchacha de largo cabello color castaño, de baja estatura y ojos chocolate pestañeo por unos segundos. Dante, su amigo de la escuela de hace unos años se habia ido a Grecia hace 5 años y ahora estaba allí frente a ella.
— ¿Qué haces aquí? Tus padres me dijeron que te habías ido a Grecia por no se que cosa y nunca te despediste de mi. . .— La muchacha se acercó a él, su entrecejo estaba fruncido, su mirada acusadora parecía exigir respuestas inmediatas y más vale que convincentes.
— No tenemos tiempo para esto, Dante. Saori nos está esperando—. Comentó Seiya.
— Lo sé. Vamos Ariandel, ven conmigo, te juro que te explicaré todo en el camino—. El chico de cabellos negros tomo la mano de ella para jalarla y llevársela.
— ¡Que no Dante! No puedo irme sin avisarle a mis padres.
— Yo ya hablé con tus padres—. Le comentó el pelinegro mientras Seiya caminaba tras ellos.
— P-Pero. . .  ¡Dante!— Refunfuñó claramente molesta.

El muchacho giro y se detuvo frente a ella mirándola de cerca apretando su mano entre la suya.
— Confía en mi.— Le pidió él.
Esa mirada de preocupación en el rostro del chico la hizo entender que debía ir al menos a ver qué pasaba, porque claramente, su amigo le estaba suplicando por medio de su mirada ayudarlo. Así que sin chistar más, asintió.
— Está bien. . .
Seiya se acercó a la joven y depositó sobre el hombro de ella dándole una sonrisa sincera para que confiara en que nada malo le pasaría, que debía ir con ellos. Así sin más quejas ella se dispuso a seguirlos.

Los tres llegaron a una pista improvisada de avión donde los tres abordaron la nave privada.
— ¿A dónde vamos?— Le pregunto la castaña a su amigo, tirando de la manga de su sweter, mirando con miedo el avión
— Vamos al santuario de Athena—. Contestó él con simpleza. La castaña parecía preocupada y recordó que ella le temía a los aviones. — Todo estará bien, estaré contigo.

Ella levantó su vista y volvió a verle.

Sus ojos la calmaban siempre.

Un ligero sonrojo apareció en ella.

Valiente como siempre se subió al dichoso avión.

Por él.

Algunas horas más tarde.

Saori estaba arrodillada frente a la estatua de Athena, con sus manos cruzadas y ojos cerrados mientras su cosmo se irradiaba por todo el santuario hasta que abrió sus ojos y pudo sentir unos pasos tras ella.

— Su invitada ha llegado-. Le comento una voz tras ella.
— Muchas gracias, ya voy.

Seiya, Dante y Ariandel paseaban por los pasillos del santuario. Tanto Seiya como Dante saludaban a mucha gente al pasar, sin embargo, la castaña a su lado no entendía nada de lo que sucedía, solo se limitaba a admirar la arquitectura perfecta de todo lo que veía. Tomó su móvil y comenzó a fotografiar, después de todo, no siempre se conocía el santuario de Athena.
De pronto Seiya y Dante se arrodillaron frente a la imponente he inmensa estatua de Athena, la joven quedó asombrada con la altura y tamaño de aquella pieza de arte, sin embargo, no entendió el gesto de arrodillarse de los 2 hombres a su lado. Sus ojos se fijaron en la figura de una mujer delgada, de largos cabellos púrpura y hermoso vestido blanco delante de la estatua, figura que pronto comenzó a acercarse. Era hermosa. Literal como una diosa griega. 

— Bienvenido, Seiya-. Aquella mujer desconocida para la castaña le dedicó una cálida sonrisa al moreno de cabellos chocolate, cosa que le pareció curiosa a la chica. Inmediatamente pensó que ambos eran pareja o algo así.
— Hemos cumplido, Saori..- Le contestó Seiya tomando la mano de la mujer del vestido blanco.
— Gracias a ti también, Dante-. Le dijo la pelimorada mujer a lo que el peligro asintió.
El chico de cabellos negros se levantó y comenzó a caminar a un lugar más lejano.
— Bienvenida Ariandel, mi nombre es Saori Kido y he sido la culpable de que usted esté aquí hoy.
— Hola. . . Muchos gusto-. Saludo ella algo confundida
— Seiya. . . ¿Puedes traerme a todos los caballeros? En un segundo les explicaré a todos lo que sucede.
— ¿Los demás caballeros?-. De pronto más de 10 hombres entraron arrodillándose frente a Saori. Ariandel, sorprendida, estaba segura que nunca había estado rodeada de tantos hombres en su vida y lo que más le extrañó era que muchos de esos hombres poseían una especie de vestimenta pesada y dorada.
— Queridos caballeros, los he reunido aquí para presentarles a la que desde hoy será la nueva Athena.

— Queridos caballeros, los he reunido aquí para presentarles a la que desde hoy será la nueva Athena

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