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「원칙↷
Sonríe y haz brillar
mi día, por favor.❞



 Otro día en el cual los vítores y aplausos resonaban con euforia por todo el recinto. Los niños chillaban de alegría y sus padres sonreían con brillos de admiración en sus emocionados orbes.

Un show más terminaba. Un show que dejaba con ganas de más a todos los presentes, los cuales se despedían con la mano del bello arlequín del circo. Uno de los circos más famosos de Corea, lleno de calidez y ambiente típico de familias numerosas.

El hermoso arlequín bajó lentamente del pequeño escenario improvisado solo por unos tablones desgastados y descoloridos, sostenidos por unos gruesos bloques de concreto. Dirigió una vez más su vista hacia las hileras de asientos, ahora vacíos, y suspiró profundamente.

Cuando por fin se hubo alejado de aquella vieja construcción, una gran mano cayó de forma brusca sobre su pronunciada nuca. Tragó saliva y dió media vuelta encontrándose con la no tan contenta mirada de su desagradable jefe, el Señor Choi.
Cada efímero momento en el cual extrañamente se sentía feliz, era arruinado por ese hombre provisto de profundas arrugas y mal aliento. Lo odiaba. Lo odiaba con toda su alma, era la persona más grosera y maldita que podía llegar a existir sobre la tierra.

Por su culpa había perdido su niñez, su adolescencia y su reciente juventud debido a que sus padres lo habían vendido a temprana edad a ese maloliente sujeto. Y ahora con solo 24 años, no había disfrutado de su vida como hubiera querido.

Pensó tantas veces en quitarse la vida y terminar con todo ese sufrimiento que llevaba sobre sus hombros pero a pesar de eso, siempre había un mínimo motivo para seguir y luchar por sus tan lejanos sueños, porque eso eran, lejanos. Sus motivos eran pocos pero sinceros, sentía que con solo ver aquellas sonrisas de los niños, su alma recobraba energías y podía aguantar un poco más de tiempo.

—Oye, estúpido —su voz sonó como una acuchillada para sus timpanos, tanto que sintió unas repentinas ganas de vomitar —. ¿Que mierda tienes en los oídos? Te estaba hablando —finalizo con un bufido molesto.

El rubio hizo tres reverencias seguidas y luego de enderezarse, le contesto a aquel sucio hombre.

—Y-yo... lo siento, ¿que me estaba diciendo?

Observó como el señor Choi rodaba los ojos para luego soltar una sarcastica pero asquerosa risa.

—Te estaba diciendo que ya muevas tu trasero hacia tu remolque y te prepares. Mañana te necesito a primera hora dentro del toldo —el joven muchacho frunció el ceño confundido y al ver que no respondía, el mayor lo tomo fuertemente de su sedoso e impecable cabello rubio provocando que un gemido de dolor de escapara de su boca —. ¿Oiste?

El joven no hizo más que asentir mientras sentía la sensación de lágrimas agolparse en sus hermosos ojos avellanas. Pero no iba a llorar frente a el, no le daría el gusto de verlo triste. El hombre lo empujó y siguió su rumbo mientras el de cabellos deslumbrantes suspiraba nuevamente y se dirigía hacia su minúsculo pero acogedor remolque, el cual lo consideraba su verdadero hogar durante tantos años.

Se acercó a los escalones de metal de aquel trailer y decidió sentarse un poco para descansar, sin embargo luego de unos minutos, comenzó a sentir como sus ojos picaban y aquellos caminos húmedos se deslizaban con libertad por sus tiernas mejillas. Posó sus manos detrás de su cabeza y se saco lentamente aquella máscara que lo acompañaba hace tanto. La coloco sobre sus piernas delicadamente y se dedico a observarla, aun si las lágrimas seguían saliendo a borbotones. Escondio su delicado rostro entre sus brazos y su llanto se convirtió en uno más feroz, dejando que un poco de dolor pudiera liberarse de su corazón herido.

— ¿Por qué lloras? —dio un brinco cuando oyó una voz sumamente delicada e infantil frente a el.

Se destapo el rostro lentamente y se encontró con dos zapatitos de charol lustrados con dedicación, sus ojos subieron más hasta conectar su mirada con unos preciosos ojitos gatunos que lo escrutaban con detenimiento. El pelirrubio suspiro de sorpresa y de inmediato su corazón comenzó a golpear salvajemente dentro de su caja torácica. Ese pequeño era lo más hermoso que había visto en su vida y eso que debido a su trabajo conocía a todo tipo de niños todos los días.

—No me gusta verte triste. Tu rostro se ve feo cuando no sonríes —continuo mientras hacia sonar sus pies contra el piso de tierra.

El joven arlequín noto como sus mejillas se calentaban y un fuerte sonrojo lo atacaba. Sonrió por inercia y paso sus dedos por su mejilla borrando cualquier rastro de lágrimas.

—No estoy triste cielo —sonrio apenas dejando ver unas adorables arruguitas debajo de sus ojos — ¿Cómo te llamas? —pregunto, su sonrisa se hizo más grande transmitiendo pura ternura.

—Mi nombre es NamJoon —me devolvió la sonrisa, regalandome unos adorables hoyuelos —. Y usted señor arlequín... ¿Cómo es su nombre?

—Mi nombre es SeokJin, pero puedes decirme Jin. Y dime, ¿Que te trae por aquí? —el mayor se acomodó mejor y espero atento la respuesta del bello castaño.

NamJoon junto sus manos, notandose un poco tímido.

—Solo quería decirle que no desperdicie sus lágrimas por gente mala. Usted es demasiado lindo para llorar —se acercó lentamente y le dirigió una mirada llena de emoción —. Yo lo veo siempre cuando vengo al circo. Usted me hace sonreír y quisiera devolverle ese favor.

Sus adorables mofletes se colorearon y una pequeña risa escapó de sus labios gruesos.

SeokJin ladeo la cabeza con desconcierto, pero acabo asintiendo, curioso por lo que aquel pequeñin tendría en mente.

Y esa fue la mejor decisión que pudo haber tomado ya que el nunca pensó que su vida cambiaría en un instante gracias a un bello angel que llegó para alegrar su vida tan rota, humilde y joven de arlequín.




070817 | lula
namjin

harlequin | jinnam [editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora