Más que palabras

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Arrebatándole el cuadro de las manos, el temple de la chica de contagiosa sonrisa cambió como del día a la noche, abruptamente su expresión se tornó seria y apática.

Wheein: No, no puedes... y ahora tengo asuntos en los que trabajar. ¿Puedes irte por favor?

Hye Jin: ¿Estás hablando en serio?

Wheein: Si, quiero que te vayas. ‒Refirió caminando hasta la puerta. ‒

Hye Jin: Pero ¿¡Porqué!?

Wheein: Vete ya. ‒Exigió con estricto tono de voz mientras sostenía la puerta con su mano abriéndola como invitación al retiro. ‒

Hye Jin: Bien, me voy...

Con una combinación de sorpresa y disgusto, la menor cruzó la puerta dejando la sala, mientras que Wheein de un solo golpe cerró la puerta generando un estruendoso sonido que resonó hasta el último rincón del piso. La antojadiza chica asió rápidamente el retrato y casi sin mirar la imagen volvió a cubrirla con la oscura tela que había caído al suelo. Esa imagen le recordaba la razón por la cual no debía gustar de Hye Jin más de lo que ya sentía que gustaba de ella, hace un año se había prometido a sí misma no volver a sentir algo importante por nadie, se permitiría jugar y seducir cuanto quisiera, pero no involucraría sentimientos reales otra vez, no volvería a creer en el amor.

Todo este recelo por el romanticismo tenía una razón de ser, desde niños se nos ha enseñado a huir de lo que nos hace daño y aprendemos mediante la experiencia que trae el dolor, Wheein no esperaba que lo que más le hacía feliz le pudiera causar tan profundo sufrimiento. 


En su penúltimo año en la escuela, la chica del hoyuelo vivía su vida siendo ingenua, bromista y bastante popular entre sus pares, había varios cursos en su generación, cinco por lo menos y Wheein tenía amigos con los cuales hacer sus travesuras en cada uno de ellos, de hecho, se reunía con un gran grupo durante los recesos, el cual ya casi parecía una pandilla. Su simpatía y simpleza eran las causas principales de su popularidad y a pesar de ser el bufón de su clase no se llevaba muchas represalias por parte de sus profesores, ya que a pesar de vivir de broma en broma con sus amigos tenía muy buenas calificaciones, lo que le entregaba prestigio como estudiante. 

 

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Su escuela en Jeonju era enorme y tenía dependencias para algunos estudiantes inscritos en un programa de internado, designado a los estudiantes de escasos recursos o a los que sus padres no pudieran tutelar.

A mitad de semestre escuchó que una chica nueva de cabello rubio había llegado al último año, los rumores decían que era tan genial como para hacer suspirar incluso hasta a la chica que quisiera, dicen que, en el primer día en su llegada a la escuela, había llegado montada en una motocicleta y que vestía el uniforme a su antojo. 

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