Capítulo 9

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–¿Cuánto tiempo lleváis saliendo? –Alya y Nino estaban sentados cada uno en una silla de la cocina, mientras los padres de la morena los interrogaban al otro lado de la mesa.

–¡Mamá! –exclamó la chica avergonzada– ya te he dicho que no estamos saliendo.

–¿Y por qué estabais tan cerca? –preguntó su padre alzando una ceja.

–Emm...esto –Alya no era capaz de inventar una excusa creíble.

–Le había pedido a Alya que comprobase si tenía la lentilla bien colocada –respondió Nino rápidamente.

–¿Llevas gafas y lentillas a la vez? –la madre de la morena miró al chico con suspicacia. Alya se golpeó la frente a la vez que murmuraba multitud de insultos contra su amigo.

–Chicos si estáis saliendo podéis decírnoslo –dijo su padre mientras sonreía comprensivo– ¿te acuerdas, Marlene, lo que nos costó decirle a tus padres que estábamos saliendo?

–Cómo olvidarlo cariño –respondió su madre mirando cariñosamente a su esposo, para luego volver a mirarlos a ellos seriamente– podéis ser sinceros con nosotros, de verdad, no nos enfadaremos.

–Eso es, Alya, ya te habíamos dicho que Nino nos caía muy bien, ¿que problema hay si es tu novio?

Ambos chicos se miraron avergonzados. Si hubieran estado más atentos a lo que ocurría a su alrededor tal vez podrían haberse separado antes de que los padres de la chica llegasen. Ahora debían asumir las consecuencias de haber sido tan despistados.

¿Cómo es posible que no los escuchase llegar?

Se preguntó la chica, la cual no podía evitar recordar lo que hubiera hecho si sus padres no los hubieran interrumpido. Lo peor de todo es que le había molestado que los interrumpieran, cuando debería estar agradecida. Estaba hecha un maldito lío.

–El caso es que no es mi novio –masculló la morena completamente sonrojada– si os fijáis Nino está herido en la cara, solo quería comprobar que estuviese bien curada.

Sus padres se giraron hacia Nino y comprobaron que era cierto lo de la herida.

–¿Cómo te has hecho eso cielo? –preguntó su madre ahora menos seria.

–Me he caído por la calle mientras volvíamos de clase, entonces Alya me ha ofrecido subir a la casa para curarme la herida –explicó Nino alzando la cabeza para mirar directamente a sus padres– como podrán ver no era una herida superficial que digamos, sino un poco más grave, así que Alya me ha dicho que me quede aquí hasta que tuviese mejor aspecto y así de paso me explicaba una cosa de matemáticas que no entendía.

No sabían como, pero entre los dos habían conseguido inventarse una excusa creíble, aunque su madre no parecía satisfecha.

–¿Y por qué nos has mentido en un principio con lo de la lentilla? –preguntó entonces desconfiada.

–Porque... –antes de que Nino continuase, Alya lo interrumpió.

–Porque Nino se cayó al suelo por mi culpa y no quería que lo supieráis ya que me regañariáis por descuidada –el chico la miró sorprendido por el hecho de que estaba echándose toda la culpa.

Sus padres se miraron entre ellos, para luego asentir ambos a la vez.

–Os creemos chicos –indicó el padre de Alya para luego levantarse– voy a asegurarme de que las niñas hagan la tarea –dicho esto salió de la habitación.

–Entonces –la madre de Alya sonrió con malicia– ¿ni siquiera os gustáis aunque sea un poquito?

–¡Mamá, por favor! –Alya se tapó el rostro, sumamente avergonzada.

–Está bien, está bien, ya me voy –indicó riéndose como si todavía fuese una adolescente y saliendo de la cocina.

Alya no se atrevía a mirar a Nino de la vergüenza que sentía por lo que acababa de ocurrir. Primero tenía que calmarse un poco y esperar a que el rostro se le enfriase, luego ya lo echaría de su casa, aunque eso no fue necesario.

–Creo que debería irme ya –farfulló Nino, sin mirarla tampoco.

–Te acompaño a la puerta –dijo ella levantándose cabizbaja.

En silencio avanzaron hasta la puerta, evitando las miradas que les dirigían los padres de Alya desde el fondo del pasillo. Alya les hizo un gesto molesta para que dejasen de mirarlos, a lo que ellos se rieron y se metieron en su cuarto. La chica resopló enfadada, sus padres a veces eran insoportables.

–Gracias por todo –la voz de Nino le impidió seguir refunfuñando. El chico al fin se había atrevido a levantar la vista del suelo y ahora la miraba a la cara.

–La que debería darte las gracias soy yo –respondió ella tratando de sonreír y parecer calmada, pero tan solo le salió una extraña mueca. Aún se sentía un poco incómoda.

–Dejémoslo en tablas –dijo él sonriendo y extendiendo su mano hacia ella. Alya se contagió de la sonrisa de este y estrechó su mano con la suya. Aprovechando el agarre, Nino tiró de Alya acercándola un poco a él y dándole un rápido beso en la mejilla, para luego salir corriendo hacia las escaleras.

Alya se quedó de pie en la entrada de su casa, procesando lo que acababa de pasar. Todavía sentía la huella de los labios de Nino en su mejilla, al igual que un extraño cosquilleo en esa zona.

–¡Alya! ¡Cierra la puerta en cuanto termines de suspirar por Nino, por favor! –gritó su madre desde su habitación.

–¡Mamá! –gritó de vuelta la morena saliendo de su ensoñación y ruborizándose otra vez, cerrando la puerta con un golpe sordo y corriendo a refugiarse en su habitación.

Necesitaba poner orden en su cabeza.

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–¿Ya habéis pensado qué haréis para descubrir dónde se esconde Hawk Moth? –preguntó Nino a Adrien el día siguiente en clase.

–La verdad es que no –Adrien suspiró cansado– no he podido hablar con Marinette desde ayer, tiene un sueño muy profundo, ¿Alya y tú pensastéis en algo?

–No, la verdad es que no.

–¿Y qué hicisteis el resto de la tarde? –preguntó Adrien volteando hacia su amigo y enarcando una ceja.

–¡Nada! –respondió Nino nervioso y completamente sonrojado. Adrien sonrió pícaramente, tal y como hacía siendo Chat Noir.

–Aquí me huele a que pasó mucho más que nada –dijo el rubio moviendo las cejas de arriba a abajo.

–Bueno... –el moreno se rascó la nuca nervioso– digamos que estuve a punto de...

–¿A punto de qué? –Adrien se apoyó en la mesa, mirando divertido a su amigo por lo nervioso que parecía.

–Casi la beso –confesó Nino en voz baja.

–¿¡Qué!? –exclamó Adrien sobresaltado– ¿Cómo que casi?

–Shh, baja la voz, no quiero que se entere toda la ciudad –le reprendió Nino.

–Perdona, perdona, es que no me lo esperaba –se disculpó el rubio– ¿qué pasó?

–Acababa de confesarle que me preocupaba por ella desde hace bastante tiempo, y no sé como pero en pocos segundos estábamos más cerca de lo que los amigos suelen estarlo, hasta que llegaron sus padres y nos vieron así. Nos tuvieron dos horas haciéndonos un incómodo interrogatorio –explicó Nino dejando caer la cabeza sobre la mesa– ¿¡qué narices me está pasando!? –el chico se giró a mirar a Adrien, quien estaba tratando de aguantar una carcajada– ni se te ocurra reírte.

–No puedo evitarlo –dijo el rubio entre risas– tío, lo que a ti te pasa es que te gusta Alya, aunque no quieras aceptarlo –tras esto, le dio una palmadita en el hombro, simulando estar consolándolo pero partiéndose de risa por dentro. Ya tenía ganas de contárselo a su novia en cuanto la viese.

En ese momento entró la profesora al aula, iniciando la lección del día.

El problema no es que no lo acepte, sino que ya lo he aceptado.

Pensó Nino antes de centrarse en la clase y suspirar abatido.

Compañeros de investigación-AlynoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora