— ¡Gané otra vez! —Allen se frotaba las manos mientras reía con malicia.
—Tramposito —dijo Ellis—, al parecer heredaste todas las malas mañas del tío, ¿eh?
El aludido no estaba participando del juego, fingía estar muy entretenido con su teléfono celular, les echó una mirada de furia muy disimulada.
—No hice trampa —frunció la boca a un lado.
—Claro que no —respondió la ojiazul usando sarcasmo.
Allen estiró la mano, con la palma abierta, hacia Neah y en su cara había malicia.
—Dame tu dinero~ —susurró, y quien lo viera podría jurar que se le habían sobrecrecido los colmillos.
De muy mala gana, Neah pagó su parte e instantáneamente la cara de su hermano menor se transformó, poniendo expresión de “no rompo ni un plato”.
—Espero que le des un buen uso a ese dinero —bufó.
—Ya es mío y no te importa en qué lo gaste.
El reloj marcó las diez y media de la noche cuando Mana se despidió de su familia para ir a descansar, con la petición de que continuaran divirtiéndose. Samantha nunca había jugado cartas y estaba perdiendo todo el dinero de su mesada, y aunque Allen había insistido en devolvérselo, ella se negó rotundamente.
—Deberías enseñarle a Sam, Marian —observó Ellisbeth contemplando con diversión la cara aterrorizada del mayor, para luego dirigirle la mirada a su compañera—. Él es un experto en cartas.
Los ojos ambarinos se pasearon de Ellisbeth al pelirrojo. Ella parpadeó y él sintió deseos de tirarse por la ventana.
—Claro, pero mejor en otro momento —respondió y cruzó como un rayo a su habitación.
Ya dentro y con la puerta cerrada, se tiró a la cama, hundiendo la cara en la almohada. Se desparramó el largo cabello con nervios, apretando los dientes, luego se calmó.
—Ya no eres un chiquillo, Marian —se repitió—. No tienes quince años para sentirte así, debes dominarlo…
— ¡Gané otra vez! —oyó desde el cuarto, era Allen quien disfrutaba de su nueva victoria.
Marian decidió salir a dar una vuelta para tomar aire fresco.
—En unos minutos regreso —dijo mirando a su ahijada.
Ellisbeth fingió darle un abrazo, sólo para susurrarle.
—No te vayas a confundir de cuarto al volver —y besó su mejilla.
El mayor puso los ojos en blanco y se fue de la casa Walker.
*****
—Yo ya no juego contigo, eres un tramposo, Allen.
—No tienes pruebas —respondió felizmente el ojigris.
—¿De verdad haces trampa, Allen? —preguntó en susurro la invitada, acercándose a su oído.
Al ver la inocencia de aquel mirar, no pudo mentir pero tampoco decir la verdad, sólo se puso el dedo índice sobre los labios, como pidiéndole que guardara el secreto.
*****
Ellisbeth acompañó a Samantha hasta el cuarto donde pasaría la noche. Le había facilitado un pijama para que se cambiara de ropa.
—Y este es el cuarto de huéspedes, Sam, espero que te sientas a gusto.
—Claro que sí, Ellis, muchas gracias por todo —respondió la ojiambarina con una sonrisa.