«Siento un dolor muy dentro de mi corazón. Si amarte es un pecado, yo me quemo pues, en el infierno junto a vos.»
—No es necesario, hermano, en serio —dijo Lenalee, mirando al Komurin con nerviosismo y luego a su hermano con suplicio —. Ya soy grande, puedo cuidarme sola. Tengo ese gas pimienta en mi cartera siempre, puedo cuidarme, confía en mí.
—Pero mi hermosa, tierna y adorada Lenalee, claro que es necesario, ¿qué hago yo si te pasa algo? —ahí estaba de nuevo Komui con sus dramatismos.
Lenalee suspiró, rendida.
—Voy a darme una ducha —dijo casi en un susurro.
— ¿No ibas a visitar a Lou Fa?
—Iré al rato, necesito un baño —mintió, y se dirigió a su cuarto.
Se tiró en la cama, preguntándose mentalmente porqué su hermano tenía que ser tan inteligente y crear esos semejantes inventos para sobreprotegerla. Tomó su teléfono y le envió un mensaje a Allen, explicándole que se le complicaría salir de casa debido a su hermano, pero que haría lo necesario para ir a su encuentro. Enseguida recibió su respuesta, diciéndole que no se hiciera problema, él la estaría esperando cuanto fuera necesario.
Se metió al baño, se dio la ducha que había prometido y comenzó a elegir su ropa, con la idea de encontrarse, como fuera, con Allen. Cuando estuvo lista ya había comenzado a anochecer. Salió de su cuarto y decidió prepararle un café a su hermano para relajarlo mientras él corregía unas tareas. A pesar de que en esos momentos era un estorbo para su relación con Allen, amaba a su hermano con todo su ser.
El Komurin estaba a su lado, ahora con su apariencia robótica, como la fiel escolta que era. Lenalee le tendió la taza con la oscura bebida caliente a su hermano, y cuando quiso tomar la taza que le pertenecía a ella misma, se dio cuenta que no estaba en el lugar en el que la había dejado, sino en las metálicas manos del armatoste. Komui tomó la taza de buena gana, y siguió fijando su vista en las tareas que estaba corrigiendo.
—Komurin-five sostendrá la taza de la señorita hasta que la temperatura sea la adecuada para su ingestión —explicó el robot.
—E-está bien —respondió la joven.
— ¡Oh, mira que hay aquí! —exclamó el chino pasándole una hoja a su hermana.
La peliverde la tomó entre sus manos y su corazón dio un brinco cuando leyó el nombre del ojigris en la misma: era la tarea de Allen. Estudió su caligrafía, tan extrañamente perfecta. Komui la observaba muy detenidamente.
—Allen ha de ser un buen alumno, ¿cierto, hermano? —dijo Lenalee, intentando halagar al chico para que se ganara la aprobación de su hermano.
—Eso parece —respondió, como si no le gustara que Allen fuese tan aplicado —, pero hay algo que no me gusta de ese mocoso.
Lenalee observaba al Komurin-five con los ojos bien abiertos.
—Hermano...
— ¿Si~?
— ¿Tu Komurin puede beber café? —consultó, mientras el recién nombrado se bebía el contenido de su taza.
—Claro que no, mi Lenalee, no sé porqué preguntas esas cosas tan raras, sé que está capacitado con una inteligencia tan asombrosa como la mía, pero...
—Es que... se lo está... bebiendo —dijo la chica, dando un paso para atrás, ya que el Komurin-five estaba haciendo ruidos muy extraños.
— ¡Waaaaah! —gritó Komui, desesperado — ¡Vomita eso, Komurin-five, dañará tu sistema!