Confesión inesperada

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El departamento de Marian Cross contaba con una habitación, un baño, un living-comedor bastante espacioso y una cómoda cocina. No era una estructura colosal, pero era elegante y lo suficientemente perfecto para dos personas. Allen llegó al departamento cerca de las siete de la tarde, con antelación para hacer los preparativos, mas su mundo se cayó cuando le dio una mirada panorámica al lugar.

-Maldito desgraciado... -murmuró Allen, mientras recordaba aquella conversación que había entablado con Cross.

« -Tío...

-Es rara la vez que me llamas así, ¿qué vas a pedirme? -sonrió.

-Aún conservas tu departamento en el centro, ¿cierto?

-Oh, así que era eso... Sí, te lo presto, pero encárgate de su limpieza.»

Y era un desastre, un verdadero y caótico desastre. Restos de comida en el sillón, en la alfombra, y en la mesita ratonera del living; una alta columna de platos, vasos y demás utensilios esperaban a ser lavados en el fregadero; la cama sin hacer, las sábanas tenían manchas de dudosa procedencia (agradeció internamente que había llevado las suyas), papeles y desperdicios desparramados por todos lados... Iba a tener que trabajar mucho para que, al menos, el departamento luciera presentable.

Comenzó a ponerse nervioso porque aún debía preparar la cena, ducharse y vestirse adecuadamente. El reloj jugaba en su contra, había hecho la mitad de la limpieza, faltaba una hora y media para que Lenalee llegara y aún no acababa de ordenar.

-Maldito Marian... -pensaba mientras fregaba los platos con frenesí.

Se duchó con rapidez y comenzó a vestirse. Había escogido, para la ocasión, un traje de dos piezas color negro, zapatos del mismo color y una camisa blanca ajustada al cuerpo, la cual abotonó hasta la altura del pecho. Peinó su cabello castaño rojizo con los dedos, desordenándolo, dándole un aspecto rebelde, y se consideró listo en cuanto a apariencias.

Corrió hasta la cocina y comenzó a apresurarse, pues la peliverde no tardaba en llegar. El timbre sonó y Allen miró el reloj.

-Oh, por Dios, Lenalee, eres demasiado ansiosa -pensó mientras se apresuraba para abrir la puerta.

Allen abrió sus ojos grises como platos.

- ¡¿Marian?! -exclamó, mientras observaba estupefacto que su tío entraba en el departamento con las manos en los bolsillos, con una actitud terriblemente relajada, como si pensara quedarse allí por largo rato - ¡¿Qué demonios haces aquí?!

Marian se sentó en el sillón, llevando su pie a la rodilla contraria, y estirando sus brazos a lo largo del respaldo.

-Sólo vine a corroborar que estabas aquí, y a ver si hiciste un buen trabajo limpiando -dijo sacando un cigarrillo de su cajilla y llevándoselo a los labios -. Por cierto..., ¿huele a quemado?

Allen se paralizó por un momento, luego corrió a la cocina. Suspiró con alivio cuando logró salvar la salsa, apagó la hornalla y volvió al living con su tío.

- ¿Ese olor es de lo que yo imagino...? ¿Salsa con afrodisíacos?

- ¿¡QUÉ!?

-No sabía que necesitaras ayuda para levantar tu pequeño... "amigo".

- ¡Mi comida no tiene ningún afrodisíaco, no necesito nada de esas cosas, a diferencia de "ciertas personas"! Y ya te gustaría tener lo que yo tengo.

- ¿Una salsa con afrodisíacos?

Allen rodó los ojos.

- ¡Oh, Dios, ¿Neah te dijo que vinieras a molestarme?!

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