No obstante, y a pesar de sus intentos por sofocar cualquier chivatazo que los campesinos puideran haber dado durante su incursión, la llegada de la flota del Rey Ragnar no pilló por sorpresa al ejército real. Los soldados franceses, advertidos desde hacía ya días de la inminente llegada de la flota del Rey Ragnar a la ciudad de París, esperaban con su inmeso ejército desplegado a los vikingos; listos y preparados para combatir a los paganos que intentaban penetrar en la ciudad.
—¿Pero qué...? —empezó a decir Hvitserk, asomado a la proa del drakkar.
Un murmullo general se apoderó de la hueste del Rey Ragnar, los guerreros de la cual intercambiaban palabras de sorpresa y enfado. Colocados a unos quinientos metros de los navíos franceses, los vikingos empezaban a darse cuenta de que su plan de mantener la máxima discreción posible no había dado fruto y que, como consecuencia, tendrían que enfrentarse a la flota real antes de intentar penetrar en los muros de la ciudad.
Sin embargo, antes de que la confusión pudiera extenderse demasiado, el cuerno de Floki sonó, indicando a los guerreros que la hora del combate había llegado. Mientras que los centenares de vikingos respondieron al instante con feroces gritos y fuertes golpes de espada contra los escudos, Valérie echó un rápido vistazo a su alrededor, encogiéndose sobre sí misma ante semejante frenesí. No pudo evitar pensar que las musas de la guerra, las Valquirias, estaban entre ellos en aquel mismo instante.
—¿Crées que vas a poder aguantar sin desmayarte? —le gritó Hvitserk por encima de la exaltación general, a lo que ella prefirió no responder. Apesar de estar tremendamente asustada, no quería mostrar ningún tipo de debilidad delante de los guerreros.
—¡ARQUEROS! —gritó el Rey Ragnar desde su drakkar mientras los navíos seguían avanzando. Los hombres que viajaban en los barcos delanteros levantaron sus arcos, listos para atacar cuando se les diera la orden—. ¡Cargad... apuntad... DISPARAD!
Como si de una bandada de pájaros puntiagudos se tratara, un centenar de flechas salieron disparadas de los arcos para, segundos más tarde, ir a clavarse en los navíos francos. La mayoría de soldados pudieron refugiarse de la lluvia bajo sus escudos, aunque otros no tuvieron tanta suerte y cayeron al agua con una flecha clavada en el corazón, profiriendo sus últimos suspiros en este mundo. Lo mismo ocurrió durante los siguientes minutos. Después le llegó el turno de atacar a los soldados franceses.
—¡ESCUDOS! —bramaron todos los guerreros a la vez antes de que los francos puideran disparar. Con perfecta coordinación, los vikingos formaron una especie de cascarón con sus escudos bajo el cual se refugiaron cuando la lluvia de flechas llegó, incluída Valérie, a la que Hvitserk tuvo que dar un tirón del brazo en el último momento para que quedara bien protegida.
—Gracias —se apresuró a decir ella horrorizada, mientras uno de los guerreros que tenía a su izquierda chillaba de forma agonizante a causa de una flecha que se le había clavado en un ojo.
—¡EL FUEGO! —ordenó Ragnar bajo su escudo, aún refugiándose de las flechas francesas, que seguían cayendo sobre los drakkars. Los arqueros, raudos y obedientes, impregnaron la punta de sus flechas en las llamas de las antorchas y se prepararon para disparar—. ¡Apuntad... DISPARAD!
Fue lo más hermoso y tenebroso a la vez que Valérie había visto nunca. Las flechas prendidas volaban por el cielo como estrellas fugaces que iban a estallar en los navíos francos, haciendo que los soldados que viajaban en ellos murieran quemados.
No obstante, el ataque no duró demasiado pues Ragnar prefirió no correr el riesgo de que se quemaran sus barcos también. Se encontraban muy cerca los unos de los otros.
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Entre Vikingos
Historical FictionValérie es una hermosa joven que ha vivido toda su vida en una granja a las orillas del Sena junto a su familia adoptiva. No obstante, nunca ha creído en Jesucristo ni en nada que tuviera que ver con el cristianismo. Ella prefiere las historias sob...