Capítulo 15, Profundos Ojos Azules.

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—Sólo te pido que no se lo cuentes a tus hermanos —murmuró Valérie, dejando que su mirada se perdiera en la azul agua del mar mientras el viento marino hacía que su pelo se meciera con suavidad alrededor de su rostro, profiriéndole de ese modo un toque mágico—; no creo que te esté pidiendo tanto...

El joven Hvitserk, sentado a su lado, tragó saliva y asintió con la cabeza antes de levantar los ojos hasta el compunjido rostro de la Princesa; tan blanca que parecía estar a punto de desmayarse.

—De acuerdo —suspiró él a la vez que apretaba la delicada mano de la chica entre las suyas—, no les diré nada de nada; te lo prometo.

Por primera vez en lo que llevaban de tarde, Valérie giró la cabeza hasta el rostro del joven Hvitserk y fijó sus suplicantes ojos en los del chico, que la miraban con una mezcla de tristeza y compasión.

—Hvitserk... —susurró la joven, notando como la voz se le iba quebrando con cada palabra que pronunciaba—, ¿cuánto más crees que tardará la flota de tu padre en volver a Kattegat? ¿Semanas? ¿Días? ¿Meses, quizás...? ¡Dioses! Ya oíste las palabras del Oráculo; espero que Ragnar regrese pronto o sino... sino...

Antes de que Valérie pudiera echarse a llorar, aterrada por la posibilidad de no ser suficientemente rápida como para vencer a lo que quisiera que fuera la sombra a la que se refería el Profeta y a la vez frustrada por la imagen tan débil que esta...

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Antes de que Valérie pudiera echarse a llorar, aterrada por la posibilidad de no ser suficientemente rápida como para vencer a lo que quisiera que fuera la sombra a la que se refería el Profeta y a la vez frustrada por la imagen tan débil que estaba dando de sí misma, Hvitserk acortó del todo la distancia que separaba sus cuerpos y envolvió a la joven en un reconfortante y cálido abrazo; suficiente para hacer que la joven se recomponiera, aunque sólo fuera un poco.

—Déjame que te cuente algo —murmuró el chico, una vez Valérie hubo dejado de derramar lágrimas por sus ojos; acariciando el suave pelo de la joven con las yemas de los dedos a la vez que ella recostaba su cabecita en el hombro derecho del chico—: hace un tiempo, aunque no sabría decirte cuanto, mi padre organizó un viaje a unas tierras lejanas que había visto en un mapa. Él nos preguntó a mí y a mis hermanos si queríamos acompañarle y todos aceptamos; todos excepto Ivar, que le tiene auténtico pavor a los barcos —Hvitserk soltó una leve carcajada y Valérie hizo una mueca bastante parecida a una sonrisa—. Bueno, eso último mejor que no se lo digas o va a matarnos a los dos...

»De todos modos, que me voy por las ramas, así fue como el pueblo vikingo viajó hasta el lugar más alejado de Noruega en el que había estado nunca. Recuerdo que la flota del rey llegó a la desembocadura de un río; un río muy ancho de aguas extremadamente azules, y mi padre decidió que debíamos remontarlo hasta llegar a nuestro destino.

»Pasamos por delante de pueblos, granjas y algunas que otras ciudades; siempre siguiendo el curso del río. Mi padre no paraba de repetirnos que nos preparáramos, que la ciudad que íbamos a saquear era más grande y estaba más llena de riquezas que cualquier otro sitio en el que hubiéramos estado hasta entonces. Sin embargo, cuando solamente quedaban una docena de millas para llegar a nuestro destino, alguien avisó a mi padre de que nos estábamos quedando sin provisiones, que debíamos montar un campamento y buscar por tierra si pensábamos sobrevivir al hambre; y así fue cómo lo hicimos. Algunos de los hombres de mi padre se adelantaron para levantar las primeras chozas y empalizadas mientras otros nos encargamos de dar una vuelta por el bosque que rodeaba el río. Y patrullando por la ribera fue donde la encontramos; vestida de blanco y mojada de pies a cabeza.

Entre VikingosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora