Capítulo 29, Triple Traición.

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20 agosto 846 d.C. , Kattegat
Noruega

—Mi hermano Rollo nos traicionó, querida. Se ha convertido al cristianismo —el rey Ragnar escupió al suelo, disgustado—. Los dioses se lo pagarán, estoy seguro.

No hacía más de una hora que la flota del rey Ragnar había regresado a Kattegat después de dos semanas de travesía por el mar Báltico. Apesar de que tenían previsto regresar a mediados de septiembre, sus planes en Frankia se habían visto entorpecidos por la inesperada intervención de Rollo, el hermano menor de Ragnar que, un año atrás se había quedado en tierras francas al mando de un campamento vikingo.

El rey Ragnar esperaba regresar a Frankia con toda su tropa y encontrar la colonia que había dejado allí esperándolo, pero pronto descubrió que en el lugar en el que tiempo atrás había florecido un próspero poblado vikingo ahora solamente quedaban cadáveres y cenizas. Aquél era el escenario de una verdadera carnicería, y a juzgar por el estado de descomposición de los cuerpos, ya hacía tiempo que ésta había tenido lugar.

Lo primero que hizo Ragnar al llegar al antiguo asentamiento fue buscar el cadáver de su hermano Rollo, pero pronto quedó claro que éste no se encontraba allí. Confundido, el rey mandó rastrear los alrededores, pero tampoco hubo suerte. Si los francos habían amenazado el poblado, por qué Rollo no había muerto defendiéndolo? Varias respuestas posibles rondaban por la cabeza del rey, pero siendo honestos, la más realista y menos seductora era la traición. Rollo los había traicionado.

Semejante teoría se confirmó cuando, varios días después, la flota del rey Ragnar siguió su curso río arriba para ser interceptada por la flota franca, la cual tenía un nuevo líder. Vistiendo ridículas ropas cristianas y una armadura demasiado pesada y aparatosa para poder luchar correctamente, Rollo se situaba al frente de un gran ejército que dio guerra a los vikingos durante varios meses hasta que finalmente estos últimos se vieron obligados a rendirse.

A mitad de verano, con un botín mucho menor de lo que esperaban llevar a Kattegat y los ánimos por los suelos, la flota del rey Ragnar emprendió la travesía de regreso a Noruega. Trajeron varios baúles llenos de oro y riquezas además de una docena de esclavos francos, pero a los ojos de Ragnar eso no compensaba la traición de su hermano. Rollo le había roto el corazón en mil pedazos y no creía que nada en el mundo fuera capaz de repararlo.

En aquél momento, Ragnar se encontraba en el salón de palacio, de pie frente a su mujer, la reina Aslaug. Una docena de sus hombres lo acompañaban, todavía vestidos con la misma ropa que habían vestido a lo largo de su travesía. La peste que emanaban era casi insoportable, pero Aslaug no se inmutó en absoluto. Desde que había echado a Valérie de Kattegat estaba de tan buen humor que rozaba lo perturbante.

—Rollo siempre te ha tenido envidia, mi amor —le dijo a Ragnar en un intento de consolarlo tras darle un suave beso en la comisura de los labios—. Siempre has sido el hermano sobresaliente y él siempre ha estado en la sombra; desde que nació ha sido un pobre hombrecillo infeliz y finalmente lo ha demostrado —Aslaug envolvió a su esposo con los brazos y lo apretó contra su cuerpo, a lo que Ragnar respondió con un gemido de dolor. Asustada, la reina se apresuró a separarse de él—. ¿Qué te ocurre, querido?

El rey Ragnar se llevó las manos a su costado derecho, a la altura de los riñones, donde tenía una profunda herida de batalla cubierta por un parche de gasas ensangrentadas.

—No es nada, de veras —gruñó el rey a la vez que se dirigía hacia su cómodo trono—. La espada envenenada de mi hermano intentó mandarme al Valhalla, pero sólo consiguió hacerme un triste rasguño —a pesar de ser evidente que la herida era mucho más grave de lo que quería aparentar, Aslaug prefirió no decir nada—. De acuerdo, que traigan el botín.

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