Capítulo 31, Luz Sobre Jelling.

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Todavía demasiado sorprendida como para poder reaccionar, Valérie presenció como el segundo guardia caía al suelo, al lado de su compañero, herido de muerte. Se le hacía extraño que después de tanto tiempo soportando las palizas de su marido sin poder abrir la boca, al fin alguien se hubiese puesto de su lado en vez de ayudar a Erlendur.

—Debemos marcharnos, Princesa. ¡Ahora! —le gritó Ivar, que en aquellos momentos estaba degollando al segundo guardia que había caído.

Sin pensárselo dos veces, Valérie se apresuró a ponerse de pie para correr junto a los hermanos hacia el establo real. Debían aprovechar ahora que Erlendur estaba medio inconsciente para huir. No obstante, sus planes pronto se vieron alterados cuando una decena de soldados irrumpieron de nuevo en la habitación. Iban tan armados como los hermanos Ragnarsson, y a pesar de ser mucho más torpes que ellos, los duplicaban en número.

Al encontrarse en el interior de una habitación cerrada, a los jóvenes no les resultó difícil repelerlos de uno a uno. El problema era que por cada soldado muerto que caía al suelo un par de hombres más entraban en la habitación, listos para luchar por su príncipe. Daba la sensación de que se multiplicaban por momentos.

Aprovechando que todo el mundo parecía estar demasiado ocupado como para hacerle caso, Valérie corrió hacia la cama de matrimonio donde había dormido junto a su esposo por los últimos seis meses y levantó un extremo del colchón para tomar algo que había escondido cuidadosamente el mismo día en el que había llegado a Jelling: el puñal que sus padres le habían entregado durante el Bløt. Había estado aguardando la ocasión idónea para utilizarlo durante demasiado tiempo y finalmente parecía que el momento había llegado.

Consciente de que el puñal era un arma para utilizar de manera silenciosa, la joven se acercó por la espalda al soldado que en aquellos momentos estaba peleando contra Hvitserk y le clavó el puñal en el lateral del cuello, provocando que cayese al suelo al instante. Valérie repitió semejante estratégia todas las veces que le fue posible. Después de mucho tiempo sin sentir nada más que melancolía y desdicha, la adrenalina había vuelto a adueñarse de ella haciendo que se sintiese viva de nuevo. Por unos segundos Valérie se sintió como si estuviese en el campo de batalla una vez más, luchando por su vida y la de todos a su alrededor.

No obstante, justo cuando se disponía a rematar al soldado que estaba peleando con Bjørn, un inesperado golpe seco en la cabeza hizo que perdiera el equilibrio y cayese al suelo, soltando de esa manera su tan preciado puñal. Cuando quiso darse cuenta, la joven vio que apenas podía respirar. Su esposo la tenía amarrada por el cuello con un brazo mientras con la otra mano sujetaba su puñal a escasos centímetros de su yugular.

—¡Alto todo el mundo! —gruñó Erlendur, todavía demasiado dolorido como para poder gritar. Estaba claro que la paliza de Valérie lo había debilitado, aunque no lo suficiente. La joven no pudo evitar maldecirse a sí misma por no haberle dado el golpe de gracia—. Soltad las armas ahora mismo o la mato.

Desde donde estaba, Valérie vio como los hermanos Ragnarsson se detenían al instante y miraban a su alrededor, muy confundidos, intentando descubrir de dónde venía la voz del príncipe. No tardaron demasiado en darse cuenta de que Erlendur había vuelto en sí y amenazaba con matar a Valérie.

Rodeados por los guardias del príncipe, Ubbe, Hvitserk, Sigurd e Ivar se agacharon con lentitud para depositar sus respectivas armas en el suelo. Seguidamente, levantaron las manos en señal de paz y miraron a Valérie para comprobar que el príncipe no le había hecho daño. No obstante, Bjørn no se movió.

—Ni se te ocurra hacerle daño, miserable alimaña —gruñó éste último a la vez que apuntaba su espada en dirección a Erlendur, mirándolo con una mezcla de asco y rabia.

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