Capítulo 14, La Sombra del Lince.

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—Así que padre se ha ido por negocios... —comentó Hvitserk, más concentrado en el calor que desprendían las manos de Valérie, ahora levemente apoyadas sobre su cintura, que en la dirección de su corcel—. No sabía nada.

—Yo tampoco —respondió Sigurd Ojo de Serpiente, encogiéndose de hombros mientras conducía a su caballo entre los árboles del frondoso bosque escandinavo.

—Sois todos unos necios —rió el joven Ivar con cinismo, que viajaba sentado en una carreta tirada por el corcel de su hermano mayor Ubbe—. ¿Cómo podéis vivir tan apartados de todo lo que está pasando en Kattegat siendo padre quién es? Yo lo sabía todo desde que Aren, Egil y Einar se marcharon.

(...)
Esa mañana, el joven Hvitserk había madrugado más de la cuenta para cabalgar hasta la ciudad de Kattegat y recoger a la Princesa de Valquirias. Incluso antes de que el sol se asomara tras las montañas del valle de Kattegat, Valérie ya lo estaba esperando con un bonito vestido color azul cielo puesto y su largo pelo rubio cayéndole por la espalda. La joven también había cogido un cesto lleno de panecillos recién hechos y mermelada que las sirvientas le habían preparado esa misma mañana, además de su preciada espada, a la cual estaba sacando brillo cuando Hvitserk llegó a las puertas de palacio.

—Buenos días, Princesa —sonrió el joven todavía un poco adormilado en cuanto vio a Valérie ponerse en pie unos cuantos metros por delante de él.

Con la luz del sol matutina acariciándole el rostro y su rubia cabellera al viento, Hvitserk pensó que Valérie estaba tan o más hermosa que de costumbre.

—Buenos días —respondió ella, devolviéndole la sonrisa—. ¿Nos vamos?

Alargando el brazo para cogerse con fuerza a la mano de Hvitserk, la Princesa de Valquirias dio un salto y consiguió subir al caballo del chico. Se colocó justo detrás de él mientras éste último intentaba encontrar un buen sitio para guardar la comida recién hecha que Valérie había traído.

Una vez la pareja estuvo lista para partir, Hvitserk picó espuelas y el caballo salió trotando por las calles de Kattegat, esquivando a los más madrugadores de la ciudad, mientras Valérie intentaba no perder el equilibrio sujetando firmemente el torso de su acompañante con las dos manos.

Hvitserk se vio obligado a hacer grandes esfuerzos por mantener la vista al frente y los latidos de su corazón calmados a causa de la repentina proximidad del cuerpo de la joven.

Al cabo de pocos minutos, el corcel dejó atrás la puerta este de la ciudad de Kattegat para poner rumbo hacia la enorme granja en la que convivían los hermanos Ragnarsson, que ya esperaban a su hermano y a Valérie para desayunar. Y es que desde que Ragnar se había visto obligado a marchar hacia las tierras del Conde Steinar, Valérie intentaba pasar el menor tiempo posible en el palacio real. Tenía la sensación de que, sin Ragnar, la Reina Aslaug tenía el ojo puesto sobre ella en todo momento.

Lo cierto era que hacía ya dos semanas que el Rey Ragnar y medio centenar de sus hombres habían abandonado Kattegat con el objetivo de ir a negociar en persona con el Conde Steinar, en las tierras vecinas de Dinamarca. Según habían explicado Aren, Egil y Einar cuando regresaron de su viaje, que el Rey Ragnar enviara hombres para actuar como sus representantes no había sido suficiente para Steinar. El conde, sintiéndose insultado, había demandado que el mismo Ragnar viajara hasta sus tierras para reclamar lo que supuestamente era suyo.

Partieron al día siguiente, con una flota de veinte drakkars y el doble de hombres de los que habían viajado por primera vez a Dinamarca. Todo el pueblo había ido a despedir a su rey: mujeres, niños y ancianos; incluso Floki, el constructor de barcos al que Valérie no había visto desde el festín de su regreso, había viajado junto a su familia hasta la ciudad de Kattegat sólo para despedir a su amigo Ragnar.

Entre VikingosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora