Capítulo 26, Un Nuevo Destino.

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Hacía ya un par de semanas que la flota del Rey Ragnar había partido de Kattegat dirección a tierras francas y con ella el estimulante ambiente que había reinado en la ciudad hasta entonces. Las calles, un mes atrás a rebosar de gente corriendo de arriba abajo, ahora eran tranquilos caminos en los que, con suerte, se podía ver a más de dos personas juntas. Lo mismo sucedía en el mercado de Kattegat, que con la ausencia de la mayoría de los hombres y muchas de las mujeres había pasado de ser el vigorizante centro de la ciudad a un tranquilo mercadillo regido por ancianos. Lo cierto era que todo en el lugar parecía haber cambiado de una forma u otra.

Donde Valérie más notaba el cambio, no obstante, era en el palacio real. Si bien era cierto que los hermanos Ragnarsson pasaban la mayoría de tiempo en su granja particular, el salón principal siempre solía estar a rebosar de los más fieles guerreros guerreros los cuales iban a palacio al menos una vez al día a saludar a su rey así como a tomarse un par de cervezas. Era muy extraño pasar por allí y no ver a, por lo menos, un par de gran hombres con largas barbas y espadas del tamaño de su brazo charlando animadamente entre ellos. Sin embargo, ahora todos se habían marchado; el bullicio había desaparecido y con él la vida de palacio.

Muy a menudo, Valérie aprovechaba el buen tiempo propio de primavera para pasar el día al aire libre. La idea de estar encerrada en el mismo sitio que la reina Aslaug sin nadie de por medio le ponía los pelos de punta, además todavía necesitaba practicar con la espada si pensaba recuperar la forma por completo. Era por eso que la mayoría del tiempo se lo pasaba en el campo de entrenamiento de los hijos del rey donde no era extraño encontrarse con Ivar Sin Huesos, que al contrario de sus hermanos, se había quedado en tierra firme.

—¡A tu izquierda! —le gritó Ivar sentado sobre una gran roca mientras, con una espada en cada mano se defendía de los golpes de Valérie

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—¡A tu izquierda! —le gritó Ivar sentado sobre una gran roca mientras, con una espada en cada mano se defendía de los golpes de Valérie.

Al escuchar esas palabras, la cabeza de la joven se giró instintivamente hacia su izquierda y Ivar aprovechó la ocasión para golpearle el costado derecho con una de sus espadas, no demasiado fuerte, sólo para advertirla de que si hubiera sido un combate real ya estaría herida.

—¡Eh, eso no es justo! —protestó Valérie, llevándose una mano a su costado.

—Te han enseñado a pelear con demasiado honor, Princesa. A la hora de la verdad el filo de la espada no hace distinción entre lo que es justo y lo que no lo es. Si te toca, estás muerto. Final.

Como sucedía muchos otros días, esa mañana de primavera Valérie y Ivar se habían reunido para entrenar a las afueras de la ciudad, en su campo de entrenamiento particular. Ese día Ivar había cedido a practicar con ella la lucha de espadas. Por más que uno pudiera pensar que al ser tullido no podía defenderse en una lucha cuerpo a cuerpo, Sin Huesos tenía una habilidad casi sobrehumana con lo que a las espadas se refería. Al verse obligado a arrastrar su cuerpo por el suelo la mayoría del tiempo, sus brazos habían adquirido una fuerza brutal y manejaba las armas como quien blande un palo en el aire.

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