Valérie tomó su copa y se tragó el hidromiel como si fuese agua. La hora del encamamiento se encontraba cada vez más cerca y la joven había decidido estar lo más ebria que le fuese posible cuando llegase la ocasión. El efecto de los calmantes había dejado de hacerle efecto en cuanto había comenzado a comer y eso la obligaba a entregarse completamente al alcohol si quería cumplir su deber marital aquella noche.
Hacía ya varias horas que el banquete de bodas había comenzado, justo después de la ceremonia religiosa. Se había preparado en el palacio del príncipe Erlendur, la futura residencia del matrimonio, un edificio de dimensiones casi tan colosales como las del palacio real. Tras un pretencioso discurso por parte del padre del novio, los invitados se sentaron a lo largo del gran comedor para el festín nupcial. Las mesas se cubrieron de centenares de platos a rebosar de todo tipo de manjares, además de cerveza e hidromiel, y el ambiente se animó con la música de flautines y tambores especialmente traídos para la ocasión.
No había ningún invitado al que Valérie conociese a parte de la familia real, así que se pasó la mayoría del tiempo sentada en la mesa de los novios, llenándose el estómago de comida y alcohol mientras observaba cómo la gente reía y bailaba a su alrededor. La joven encontraba divertido como, en la teoria, ella era considerada una parte crucial de la ceremonia, pero cuando se trataba de celebrar el enlace nadie la tenía en cuenta.
Con el paso de las horas, los invitados fueron desapareciendo gradualmente del comedor, ya fuese porque estaban cansados o porque habían encontrado algo con lo que distraerse, y finalmente el príncipe Erlendur decidió que había llegado el momento de consumar el matrimonio.
Mientras Valérie era conducida por el mismo príncipe a través de los interminables pasillos de palacio, la joven pensó que aunque Erlendur no estaba tan ebrio como ella, también se había tomado un par de copas de más. Le costaba caminar recto, y a pesar de que Valérie podía advertir que la intención del joven era hacerle daño con un agarre fuerte, en esos momentos Erlendur no poseía la fuerza suficiente para intimidarla. Lo único que esperaba era que el joven estuviera suficientemente sobrio como para hacerle el amor aquella noche, pues necesitaba que creyese que el niño que esperaba era suyo.
Tras zigzagear por los pasadizos del palacio por un par de minutos más, el príncipe Erlendur se detuvo frente a un portón de madera situado al final de un amplio y oscuro pasillo. A pesar de que todo a su alrededor le daba vueltas, cuando el príncipe abrió la puerta Valérie se dio cuenta de que se encontraba frente al dormitorio más ostentoso que había visto nunca. Erlendur se adentró en la habitación para, seguidamente, acercarse a una mesilla donde tenía una jarra llena de lo que parecía ser hidromiel. A continuación, se sirvió un vaso y le dio un trago antes de girarse hacia Valérie, que lo observaba desde el umbral de la puerta.
—¿Qué dices, mujer? —Erlendur volvió a beber y, seguidamente, dedicó una sonrisa un tanto malévola a la joven—. ¿Te gusta mi dormitorio?
Con la mente muy obnubilada, Valérie asintió con la cabeza sin moverse de donde estaba.
—Es muy bonito, alteza.Al escuchar las palabras de Valérie, Erlendur dejó la jarra sobre la mesilla y se quitó la camisa dejando al descubierto un torso un tanto flacucho y lleno de cicatrices. Seguidamente, miró a su esposa a los ojos y se acercó a ella.
—Mhm... bonito, sí —murmuró Erlendur colocándose detrás de la joven, provocando que a Valérie se le erizase la piel, y no precisamente de placer—, aunque no tanto como tú.
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Entre Vikingos
Ficción históricaValérie es una hermosa joven que ha vivido toda su vida en una granja a las orillas del Sena junto a su familia adoptiva. No obstante, nunca ha creído en Jesucristo ni en nada que tuviera que ver con el cristianismo. Ella prefiere las historias sob...