La travesía hacia las tierras noruegas duró una semana y cinco días. Durante ese tiempo, la flota de Ragnar Lothbrok cruzó el canal de La Manche, subió por la costa este del reino de Dinamarca y, una vez en el estrecho que separaba la penínusla de Jutlandia con el oeste de Escandinavia, los drakkars pusieron rumbo hacia los escarpados fiordos noruega, dirección a la ciudad costera de Kattegat.
El Rey Ragnar Lothbrok estaba contento; el mar no había dado ningún problema y gracias a las provisiones que les había proporcionado el asentamiento antes de abandonar Frankia, nadie había pasado hambre.
Valérie, que había notado una considerable bajada de las temperaturas respecto a la costa franca, pasaba las jornadas enteras examinando con gran atención el paisaje que se extendiera ante sus ojos, fuera el que fuese. Había visto olas de tamaño de casas, peces de todos los colores del arcoiris, extensas playas vírgenes flanqueadas por rocas tan ocuras y puntiagudas como flechas, islas desiertas e, incluso, durante una noche despejada, le pareció ver luces en el cielo.
Sin embargo, nada le pareció tan espectacular como los fiordos noruegos. Gigantescos acantilados se levantaban a ambos flancos de los drakkars bajo el cielo gris, que en esos instantes lo cubría todo, como si de una cúpula de humo se tratara. El agua era del color de los ojos de Ragnar, tan azul que dañaba la vista y, en ocasiones, era salpicada por altísimas caídas de nieve derretida.
Semejante escenario le produjo un peculiar pero reconfortante sentimiento de pertenencia, como si estuviera ligada a aquel sitio por algún vínculo, cosa extraña, pues Valérie sólo había visto cosas semejantes en los libros de Harbard.
—¡Tierra firme! —anunció el Rey Ragnar desde la proa del drakkar, agarrándose a un cabo para no perder el equilibrio mientras contemblaba con orgullo las magníficas montañas que se levantaban ante él.
Muchas sonrisas cómplices se dibujaron en los rostros de los Vikingos de la tripulación, que se felicitaban unos a otros con alegres gritos de victoria y fuertes palmadas en la espalda. Habían llegado sanos y salvos, y todo gracias a los Dioses. En el cielo, entre las nubes bajas, un águila real sobrevolaba la magnífica flota vikinga, anunciando su llegada.
—Bienvenida a Escandinavia, Valérie; hogar de Dioses y Valquirias —sonrió Hvitserk, a su lado, mientras también contemplaba el paisaje—. Es bonito, ¿verdad?
—Es increíble —murmuró ella, que se sentía insiginificante al lado de las montañas colosales, vestidas con frondosa vegetación y coronadas por la nieve que aún no se había derretido—, lo más espectacular que he visto nunca.
Hvitserk no dijo nada más, simplemente se limitó a quedarse a su lado mientras Valérie intentaba captar cada detalle del paisaje.
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Entre Vikingos
Tarihi KurguValérie es una hermosa joven que ha vivido toda su vida en una granja a las orillas del Sena junto a su familia adoptiva. No obstante, nunca ha creído en Jesucristo ni en nada que tuviera que ver con el cristianismo. Ella prefiere las historias sob...