Satanás

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Cuando te encontré en ese pasillo, mi vida cambió. Tan pequeña, indefensa, valiente y resplandeciente eras, angelito. Me sorprendió verte allí, a pesar de que ningún ángel atravesaría la puerta prohibida por propia voluntad. Recuerdo tu pelo dorado, rizado y largo, ojos tan claros como el agua y con tu vestido blanco. Tenía miedo de que te asustaras de mí, salieras corriendo y llorando. No lo hiciste, aunque gritaste al enterarte de dónde estabas. Sabía que los ángeles decían rumores raros sobre nosotros y no te importó. Decidiste darme tu diminuta amistad, me sentí emocionado, con ganas de hablarte y ver esa sonrisa infantil de sus labios. Te llevé a mi trono y te coloqué como una reina. Apoyada en sobre mí escuchaste con atención aún sin verme. Sin que lo notases acaricié uno de tus mechones. Estabas ilusionada por oír tales cosas y de vez en cuando me hacías una pregunta. Te di mi nombre antes de que Sublatti, mi consejera, te llevara de vuelta a casa y tú me susurraste el tuyo. Lelahel... Lelahel... Qué bonito.

Por primera vez en los millones de años que he vivido, sonreí, deseaba que al día siguiente regresaras y te quedases a mi lado para siempre, mostrarte el infierno y verte crecer. Mi consejera me advirtió que no te dejase volver, y me negué a ello. Los dos comentamos sobre ti, pues sabíamos que serías la líder del cielo en un futuro. Ella se fue no muy convencida de acogerte las veces que quisieras. ¡Jamás había recibido visitas de ese modo! Hice una reunión con mis sirvientes y descansé mi mente en mi silla, es decir, mis aposentos. Sin ti, esto estaba vacío y frío. Desde lejos pude ver mi espada e hice un pequeño entrenamiento para despejarme y no hacerme ilusiones. Tenía un buen presentimiento, este sería el comienzo de una buena amistad, sin molestarte mi aspecto como jefe de los demonios y mi mal carácter. Dentro de este cuerpo de músculos, había un corazón latiendo con fuerza. Convencí a Manclat, el mayor brujo de estas tierras, para enseñarte unos trucos de hechicería, quién aceptó encantado. ¿Cómo tú, un ángel puro apareciste aquí de la nada por simple curiosidad? ¿Qué pasaría si tu ceguera desapareciera, escaparías?

Como supuse, regresaste tras colarte en el cuarto de Sublatti. Traías otras ropas y con esa alegría de niña. Hiciste un gesto para subirte a mis manos y fui describiéndote cada detalle de nuestro alrededor para que pudieses imaginarlo, soltando una exclamación de sorpresa. Querías hablar conmigo de tu hermana, alguien a quién admirabas mucho, contándome sobre su carácter solitario y lo poco que le aceptaban entre los tuyos, pero notaste su felicidad al saber que consiguió un amigo. Movías tus pies con nerviosismo y te impresioné al llamar a Manclat. Revisó tus ojos, anunciando que te los arreglaría cuando cumplieses los diecisiete años de edad con la condición de un duro entrenamiento. No lo comprendiste al principio, diciendo que trabajarías duro para ser una buena luchadora. Él te dio una espada de madera y me dejó a tu cargo, preguntándote si querías tener tu propia arma, aunque fuese de madera, asentiste encantada y tiraste de mi brazo dando vueltas por la habitación. Fuimos hasta la sala de las espadas, ordenando a uno de mis súbditos a forjarte una.

Después de esperar y mostrarte parte de mi castillo, comenzamos.

Traitor Angel(#0)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora