Lelahel

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Esa noche tuve un gran sueño, años después de ese encuentro. Podía verlo todo, los colores, edificios, el suelo... Era maravilloso. Desperté más temprano de lo normal, demasiado bueno para ser verdad todo aquello. Ya había cumplido mis diecisiete años, y dentro de poco haría la prueba de acceso a la academia de ángeles, o, mejor dicho, entrenarme como comandante, tal era mi obligación. Yo... no quería esa vida. Deseaba estar en el infierno, entrenando y aprendiendo de mis grandes maestros y amigos. Manclat, el demonio sabio, me enseñó a leer mediante puntos que, al hacer contacto con mis dedos, dan distintas sensaciones, y unos conjuros esenciales como mover objetos o crear ilusiones. En cambio, Sublatti y Satan se encargaron de la práctica. Ejercicios para hacer una buena musculatura, la agilidad, velocidad, piruetas, y lo peor que se me daba; el manejo con espada, complicado y estresante.

—No te rindas, algún día lo lograrás —me decía mi mentor con ánimos, pero sabía que era imposible.

Salí de la habitación por el insomnio, y en el pasillo de camino a la salida noté el olor de mi hermana.

—Hermana, no sabía que estabas despierta...
—Ah, siento haberte despertado, iba a hacer una visita —. Noté su voz entrecortada. Me apartó poniéndose en la entrada de la casa. Parecía que se había ido.
—Tranquila, da igual —me dije entre susurros— yo también me iré.

Fui al infierno sin ser descubierta, aunque pensé a quién estaría viendo mi hermana. Sonreí y me alegré por ella. En mis conocimientos adquiridos del infierno, los demonios apenas necesitaban dormir, comer o beber agua para vivir, por lo tanto, no les importarían que fuese allí. Sublatti se acercó apoyando su mano en mí. A mi edad, podía detectar presencias desde larga distancia.

—¿Qué haces aquí? ¿No es de noche en el cielo?
—Realmente sí. No podía dormir, por eso he venido.
—A tu edad, es importante el descanso y deberías ser cuidadosa respecto a tus padres. Y... no sé si entrenar con esas ropas es adecuada... —. Ah, lo olvidé, tenía mi pijama puesto e iba descalza.
—Lo sé, soy lo suficientemente mayor y consciente. Y no, solo quiero hablar.

Ella suspiró. Conociéndole, no le gustaría. Era seria, desconfiada y no estaba convencida de mi presencia. Por el camino, la diablesa me daba sus charlas de advertencia "por mi bien".

—Lo sé, lo sé. Ellos no se han dado cuenta aún.
—Eso espero, vas a meternos en un lío con tus escapadas.
—Ya tengo edad para decidir, además, Manclat ya puede darme la vista.

Se quedó en silencio justo cuando llegamos al castillo y Satan nos recibió como hacía siempre, con alegría. Él era mi mejor amigo desde mi infancia. Conocía todo el lugar gracias a él, le debía mi vida por lo que hizo por mí.

—¡Qué raro tú por estas tierras, mi angelito! Es temprano para tenerte aquí.
—Verás... No coincidía el sueño y estuve reflexionando... Es de la espada. Considero que no soy digna, no poseo la capacidad...
—¡Tonterías! —. Tomó mis manos agitándolas—. Sé que puedes, hay que seguir probando.
—¿Y si hemos forzado a su mano débil? Creía que era diestra... Ven, a ver si es verdad mi teoría —dijo Sublatti arrastrándome con ella.

Recibí el arma con la que había fracasado numerosas veces. Hice unos movimientos con ella, sin notar mejora.

—¿Tampoco?
—Ya lo dije: NO sirvo para esto. Dejad de insistir... —refunfuñé.
—¿Y dos? —oí de Satan.
—Eso es imposible, no digas bobadas —contradijo Sublatti, típico en ella. Suspiró—. Está bien, haced lo que queráis, nunca me hacéis caso. Me voy —escuché cómo se marchaba y nos dejaba solos. Suponíamos que iría a ver a su familia del cielo, dónde estaba su pareja e hijo.

Satan colocó su mano sobre mi cabeza y acarició mi cabello. Siempre lo tenía oculto por mis ropas, ya que tenía la capucha puesta.

—Te dejaré mi espada, demuéstrame que ella se equivoca.

Sentía nervios por no estar a la altura, debía concentrarme y mantener la calma. Agarré las dos armas, esperando el ataque. De pronto, un objeto desde arriba venía hacía mí, podía oír el movimiento, di un salto y giré cortándolo en un par de fragmentos. Fue increíble. Usar los dos brazos era la mejor experiencia que había tenido, no tenía pesadez y estaba al cien por cien.

—Esto no me lo esperaba. ¡Es genial! Sublatti va a quedarse pasmada, no tiene más remedio que darnos la razón —eso último lo dijo entre susurros, haciéndome reír—. Ven, necesito hablar contigo.
—¿Vamos a dar una vuelta? No me sé la parte exterior...
—No te preocupes, te guiaré —. Agarró mi mano como lo hizo en todos estos años. Para mí, él era mis ojos, la esperanza de poder ver por fin el mundo que jamás había podido observar.

Desconocía dónde me llevó, aunque sí noté que estábamos en un sitio alto.

—¿D-dónde estamos? No reconozco el olor y siento los pies como si me pinchasen...

Me levantó y colocó en una de sus gigantes piernas.

—Nos encontramos en el techo del castillo, mi pequeña. Has crecido aquí y quiero dar un gran paso -juntó sus manos con la mías-. A cambio de tu vista quiero que... Te quedes en el infierno a vivir y renuncies a ser comandante. Este será tu hogar y serás su reina conmigo. Sé que es una locura, pero es mi mayor deseo.
—Satan... ¡Eso es genial! —le abracé—. Me encantaría vivir contigo, Sublatti, Manclat, los demonios... ¿Y mis padres? ¿Crees que me dejaran?
—No temas, hablaré con el Creador. Podrás ir al cielo las veces que quieras.
—Qué bien...

Me adormecía sobre su pecho con una gran sonrisa. ¡Era un sueño hecho realidad!

—Duerme mi angelito, mañana será el gran día.

Si pudieses recuperar a alguien, ¿quién sería?

Traitor Angel(#0)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora