Lelahel

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—¡Satan! ¡No me encierres! —. Aporreé la puerta numerosas veces.

Él me encerró por ir a la batalla y matar a mi hermana por mí. Seguía pegando golpes llorando por miedo de perderle, ella era demasiado fuerte. Me senté en el suelo derrotada, hundida en lágrimas. Sublatti también se marchó con él a la batalla.

—Ellos van a morir... ¡Por favor! ¿Hay alguien ahí?

En el suelo, debajo de la cama, vi un objeto brillante y fui a buscarlo. Parecía un medallón dorado con unos dibujos extraños. En el centro, oculto tras un reloj, había una rosa del mismo color. Al tenerlo en mis manos tuve una sensación extraña. Eso... ya lo había visto antes.

Ya falta poco...

—¿Otra vez? ¿Quién eres? —. Miré a todos lados.

De pronto la puerta se abrió.

Ve y cumple tu destino. O será peor.

No le entendí de nuevo. Salí guardando el medallón en el bolsillo. Sin darme cuenta, no tenía los zapatos puestos y lo noté al quedarme los pies. Grité del dolor, pero eso no hizo rendirme. Corrí como nunca, supliqué que estuvieran mis amigos bien. Una parte del infierno no tenía superficie como debería. Ahí lo vi todo. Cuerpos de ángeles, demonios... Hasta que los vi. Mi mayor temor.

—Sublatti... Satan... No... —. Me agaché en medio de los dos.
-Lelahel... —. Oí la voz de Satanás agonizando—. Corre... Te dije que no salieras... Vete y sálvate... Hazlo por mí. Sublatti vio a su hijo muerto, fue la primera en caer por querer vengarse...

Por una vez, sabía qué debía hacer. Con mis dos manos, cogí las espadas que se situaban junto a los dos demonios caídos, a pesar que Sublatti tenía de arma una guadaña.

—Si no lo hago yo, nadie podrá. Perdóname —. Le acaricié una mejilla y seguí con mi camino sin parar de llorar.

A unos metros, pude ver a la criminal que provocó este caos. Mi hermana, o eso creía. Estaba sentada en un trono, con lo que recordaba de ella cambiado. Su pelo y ojos oscuros, el vestido corto y negro, sus alas... El arma que poseía ardía en llamas oscuras representando el odio de su interior.

—Por fin sales de tu escondite, pensaba que eras una cobarde y no te presentarías —. Se levantó y vino a mí.
—¿Por qué haces esto? ¿Es... por mi culpa? ¿Yo te hice esto?
—Eso da igual, destruiré este asqueroso mundo como se merece. Y tú estás incluida —puso la punta hoja de su arma en mi cuello y lo retiró—. El estúpido del Creador pensaba que caería en su trampa para controlarme y hacer suyo el infierno, y no salió como esperaba. Ya tenía mis propias intenciones.
—¿Me viste con él, no? Solo hablamos... No debiste hacer eso...
—¡No me importa lo que tú me digas, sucia traidora! Deberías haber caído la primera, pero tus demonios se pudieron en mi camino... Una pena.
—Los mataste... ¡LOS MATASTE! —grité agitando las espadas y arañé el rostro.

Se secó la sangre y sonrió maliciosamente. Vino hasta mí y comenzó la lucha. El hierro de las espadas chocó y formaron chispas de la colisión. Jamás había peleado, no tenía experiencia. Ella movió el brazo y las llamas de su arma destrozaron una parte del infierno casi rozándome. Hizo un movimiento rápido dándome el estoque final. Me atravesó el estómago y dejó mi inmóvil cuerpo caer.

—Ves, llevar las manos ocupadas no te servirán si no sabes luchar, perdedora. Al fin me tomaré la venganza que merezco...

Cerré los ojos abrazando la herida ensangrentada. Nunca, jamás vi tanta sangre en mi vida. Debí correr como dijo Satanás. ¿Por qué fui tan egoísta por no darme cuenta de que ella me necesitaba? Le admiraba siendo ciega de lo que sufría... Iba a morir por mis errores.

—¡NO!

Un estallido. Un grito. Mi salvación. Unas manos me elevaron, eso fue mi protección. Cuando abrí los ojos vi una figura negra de ojos rojos observándome. Se acercó a mi oído y susurró.

Si pudieses arreglar tus errores, ¿qué ofrecerías a cambio? 

Traitor Angel(#0)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora