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Huinca : Y en eso andai, ¿o creís que los borrachos se acuestan con voh por los
palacios que tenís? De lástima nomás, de pura lástima.
Eva : ¿Te he pedido algo alguna vez para que abrai el hocico? No tenís ni dónde
caerte muerto y te iban a pedir.
Huinca : Sí tengo, la calle. Todas las calles son mías, me puedo caer en la que yo
quiera. Y para que sepas, ya tengo escogida la precisa, así es que cuanto me
sienta mal, parto para allá. (Preocupado) Lo malo es que no me acuerdo dónde
está. Lo vi una vez que andaba muy borracho. (Nostálgico) Parece que de
repente hubiera retrocedido hasta cuando era niño, se me llegó hasta espantar la
borrachera de la impresión... ¿Los lugares pueden repetirse, verdad?
Eva : No, no pueden.
Huinca : ¿Cómo que no?
Eva : No pueden. Mira (Pone la cartera en una parte) si esta cartera está aquí, no
puede estar en otra parte, no seai ignorante.
Huinca : Es distinto... Lo que yo te quiero contar es que me perdí una vez allá en
el campo, cuando tenía siete años. Estábamos en una parte que se llama
Paillaco, en el sur.
Eva : ¿Conocí de verdad el sur o lo hai visto en la tele?
Huinca : Conozco todo lo que hay que conocer, por eso sé que aquí no hay lugar
para nosotros, si tenís una piedra tenís que perderla. Pero me tirís para otro
lado, lo que yo te estaba contando es que una vez que andábamos por el sur, yo
me perdí, me perdí porque siempre me ha gustado vagabundear... Me acuerdo
tan bien de la parte donde fui a dar... Los árboles eran largos y flacos, cerca de
ahí se sentía correr agua: como a media cuadra, así para el lado, se veían cuatro
o cinco casas toas desarmadas, pero no había gente por ninguna parte, por donde
uno mirara se veía puro silencio y puro verde, no corría aire y el sol se estaba
arrastrando despacito para los cerros, así como cuando uno no quiere meter
ruido; pero lo más lindo era el gusto que tenía la tarde, un gusto fresquito, un
gusto así como a camino, como a cosa bonita que va a pasar... Estaba perdido,
pero no me dio ni gota de miedo, porque toda la vida era amiga mía. Entonces
me senté a esperar a mi taita, tranquilo, igual que cuando uno se acuesta a

El loco y la triste Donde viven las historias. Descúbrelo ahora