El Huinca –cualquier edad más allá de los treinta años- se remueve inquieto,
murmura cosas –en un ritmo que recuerda vagamente «La Rosa y el Clavel»-.
Despierta, observa extrañado el lugar; trata de escuchar algún ruido, alguna voz:
todo está en silencio.
VOZ Huinca : (Desconcertado) ¿Cómo es la cosa? (Pausa) ¡Cómo es la cosa! (Llama
visceralmente) ¡»Pata e Cumbia»! ¡»Pata e cumbia»!
El bulto que yace en el jergón se yergue sobresaltado. Es Eva, la «Pata de
Cumbia», una prostituta coja (pie equino), ebria y enferma de soledad. Lo mira
asustada)
Eva : ¿Qué pasó? ¿Quién gritó?
Huinca : Yo, no te había visto... No me acordaba... Pucha...
Eva : ¿Dónde estamos? ¿Dónde estamos?
Huinca : (Mirando hacia todos lados) Ah, ya me estoy trascurriendo... Esta es la
casa de mi compadre... Pero chita la cuestión pa rara...
Eva : (Recordando súbitamente) ¡Me pegó, el Vitoco me pegó en la pierna buena!
(Echa violentamente las tapas hacia atrás –está en enagua-; se mira la pierna, se
palpa) ¡Me va quedar marcá, por culpa tuya me pegaron en la pierna sana,
desgraciado!... Me va quedar marcá... (Llora)
Huinca : (Confundido) Pucha... No llorís, Pata la...
Eva : ¡No me digai Pata, infelíz!
Huinca : Perdona po... Es que no sé cómo te llamai.
Eva : ¡No tenís na que saber!
Huinca : ¿Y cómo te voy a decir entonces?
Eva : (Mostrándole la pierna) ¡Mira como me quedó, mira como me quedó!
(Furiosamente) ¿Por qué no te fuiste a la posta? ¡Yo no quiero na con voh, me dai
asco, a todas les dai asco! ¿Por qué no te fuiste a morir a la posta y me dejaste
tranquila?
Huinca: (Ofendido) ¿Y quién te dijo que yo quería algo contigo? Estai más
destartalá que trote de vaca y te venís a mandar la parte. Yo no te dije que
fuerai a mi fiesta ni te traje p’acá, fue mi compadre el que armó todo el
enredo... Yo nunca he querido tener ninguna cosa, el sol y la calle nomás, así